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José Luis Domínguez Castro
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Jueves 3 de mayo, 2018

Escuchamos en estos días las monótonas voces de nuestros candidatos a gobernador, uno tras otro, con sus lugares comunes y sus discursos vacíos. La rutina va haciendo que sus mensajes se confundan tanto y nos suenen tan parecidos como sus nombres de pila... ¿Cuál de los dos candidatos es el que dice que Yucatán merece algo más? ¿Es el que suele vestir de azul y usar la camisa de manga larga arremangada a tres cuartos, o acaso es el que anda siempre de blanco con banderitas tricolores en la bolsa o en el costado de la manga corta de su camisa? Para el caso, lo mismo da.

Ningún ciudadano en plenitud de sus facultades duda que se merezca algo más en esta vida. Tanto esfuerzo de sus padres, tantas horas de escuela, tantos problemas para conseguir trabajo, tantas desilusiones en la quincena, tantos temores ante los hijos, tantos sueños y tantas interrogantes a lo largo de la vida antes de que ésta se acerque a su fin, que siempre estamos seguros de que nos merecemos algo mejor.

Pero ahora se trata de pensar en colectivo, como sociedad, para saber si como estado, Yucatán se merece algo más. Creo que si. Y es que nuestra historia ha pasado por tantos capítulos tan azarosos, y sin embargo hemos sobrevivido como “un país que no se parece a otro”, tal y como lo dijera el licenciado José Castillo Torre. Desde que fuera sede de la gran civilización maya semidestruida por los conquistadores; o durante los tres siglos de colonia, como provincia muy diferente a la de la Nueva España que se merecía algo más que un situado para mantener la paz, y una relativa estabilidad basada en el trabajo sobre explotado de la población nativa. Yucatán se merecía ser algo más que una sociedad formada sobre la base de una injusta diferenciación de razas y de género.

¿Acaso no nos merecíamos algo mejor como entidad federativa cuando los sanjuanistas secundaron los gritos de independencia de los mexicanos del centro para independizarnos de la metrópoli y constituirnos en una nación soberana? Ahí están nuestras grandes aportaciones a ese capítulo de la historia en las personas ilustres de Don Andrés Quintana y Doña Leona Vicario. Y tras ellos, Lorenzo de Zavala, Manuel Crescencio García Rejón y tantos otros constructores de esta gran nación. ¿Acaso Yucatán no se merecía algo más que tener a Antonio López de Santa Anna como gobernador (1824-1825) cuando aquí tuvimos antes que en muchas otras entidades una Constitución del Estado Libre y Soberano de Yucatán? Y más recientemente, al restablecimiento de la República, cuando Yucatán abre el Instituto Literario del estado para ofrecer educación laica y gratuita bajo las luces de la filosofía positivista en 1867, estábamos haciendo méritos para ser epicentro regional en materia de educación superior mucho antes que eso sucediera en otras entidades. ¡Bien merecido nos lo teníamos!

Yucatán le dio dos mártires a la Revolución en las personas de José María Pino Suárez y Serapio Rendón, y un flamante Secretario de Fomento al régimen porfirista en la figura de Olegario Molina. Y si seguimos el recuento de méritos, recordemos que Yucatán aportó sólidos pesos a Carranza para consolidar el régimen constitucionalista. Luego, las primeras experiencias innovadoras -en algunos aspectos pioneras a nivel nacional- del gobierno de Alvarado y del régimen socialista de Carrillo Puerto que vinieron a poner las bases de un nuevo estado de derecho en donde la justicia campeara y una nueva sociedad yucateca que, aunque tarde, al fin comenzó a formarse. ¡Ya nos la merecíamos!

No olvidemos que la riqueza derivada del oro verde pringó al resto del país a través del gobierno de Miguel Alemán (1946-1952), quien por cierto, metió las manos en las elecciones locales, provocando la renuncia de un gobernante en aras de salvaguardar la dignidad de los yucatecos.

Yucatán siempre ha merecido algo más. Lo saben los que aspiran a gobernar el estado, como lo sabe el gobierno federal, que en repetidas ocasiones ha recibido una buena parte del producto de nuestra riqueza a través del esfuerzo colectivo de sus trabajadores y administradores en los distintos episodios de la vida productiva: el episodio azucarero, el henequenero o el ganadero son botones de muestra; el capítulo maquilador, o el momento turístico en el que nos empezamos a mover con soltura, trata de aportar algo al concierto económico nacional. Y en todo esto, quienes conformamos el tejido social yucateco saben que merecemos más: algo más que un subsidio entregado a cuenta gotas y a destiempo para poder aspirar a más en salud, en educación, en oportunidades de empleo, en recreación y cultura, en seguridad, en ciencia y tecnología.

Nos merecemos mucho más en cuanto a respeto a las decisiones de las fuerzas políticas y a la voluntad de los distintos sectores de la sociedad. Voluntad que se expresa antes, durante y después de las elecciones.

Yucatán no puede seguir siendo moneda de cambio de los arreglos cupulares entre los partidos y el gobierno federal; ni su suerte política puede seguir dependiendo de los acuerdos entre partidos o coaliciones y de éstos con el gobierno saliente, como ha sucedido en anteriores ocasiones donde se escuchan voces ocultas que provienen de la real política: “Te doy Mérida, la joya de la corona, si me dejas gobernar a la entidad”; voces que vienen de más allá: “te cambio Yucatán por Chihuahua”; o del más acá: “te cuento bien los votos de los municipios si me dejas gobernar la ciudad capital...”, o peor aún: “te dejo ganar la grande pero te bloqueo a la hora de decidir cambios en el Congreso…”. Yucatán se merece algo más que estos cambalaches.

Se merece la atención esmerada de los candidatos; se merece un respeto irrestricto a su soberanía como entidad federativa y como parte de una república regida por una constitución y administrada por instituciones que hemos ido construyendo los mexicanos. En síntesis: ¡Yucatán se merece mucho más!

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