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Rodrigo González
La Jornada Maya

Miércoles 2 de mayo, 2018

Hay algunas películas que uno busca afanosamente durante años pero no se dejan encontrar. Por alguna razón logran escabullirse de la cartelera, se escapan de las pantallas de los festivales y las muestras; las cinetecas y los cineclubes las sepultan en el olvido de la veneración de café de intelectuales y lentamente languidecen hasta convertirse, literalmente, en piezas de museo. Nada más triste para una película que ser material de archivo, de estudio de unos pocos privilegiados o de consenso para los académicos de la imagen.

Un poco de esta tragedia la tiene (la tuvo, porque ahora está disponible gratuitamente en la plataforma MUBI, donde finalmente se dejó encontrar) la película francesa de 1982 Mourir à trente ans y traducida como Half a Life. Realizada por el director francés Romain Goupil.

La película aborda, a través de pietaje original de la época, la narración y texto del propio Romain y entrevistas con sus colegas, aquellas experiencias que darían paso a su conversión de un grupo de adolescentes que sólo buscaban perder su tiempo haciendo películas caseras, a activistas políticos, el mayo del 68 en París y el suicidio de su gran amigo y líder de las fuerzas de seguridad de la Liga Comunista Michel Recanati.

Un destello intenso, cercano y carente de maquillaje producto de una cámara honesta, una mirada llena de matices y contradicciones políticas, aspiraciones adolescentes y el enamoramiento hacia un pensamiento político que buscaba ante todo la justicia social, nos envuelve desde el primer minuto y nos permite acercarnos al proceso de radicalización progresiva de los movimientos políticos y culturales en Europa, pero sobre todo de Romain y sus colegas.

Su paso feroz de militantes a líderes del movimiento y la incorporación de causas a su agenda, la guerra en Vietnam, el asesinato del Ché en Bolivia o la solidaridad con los Black Panthers en Estados Unidos, hacen de esta narración mucho más que una revisitación histórica, la convierten en una confesión y en un lamento lleno de nostalgia por una época y una oportunidad perdida.

Este mayo de 2018 serán 50 años de aquellos eventos de la primavera de París, que sería primavera del mundo y donde toda una generación se atrevió a ser realista y pedir lo imposible, petición que encontraría ecos en otros lugares, y desde países como Suiza, Italia, Checoslovaquia o México, ese imposible hizo bandera en una necesidad de justicia e igualdad universal.

Decía Walter Benjamin que el mundo sólo vivía de sí mismo, y bajo esta premisa tendríamos que alimentar al mundo que nos ha tocado con una renovada esperanza de saciar una necesidad añeja. Si el fracaso de aquella generación está presente en nuestro rampante y canibalístico modo de vida, en nuestro atroz y devastador capitalismo, en nuestra miopía ideológica, en nuestros gobiernos incompetentes y bandidos pero sobre todo, en nuestros pobres, parece apenas un buen momento para retomar, para escuchar de nuevo, para volver a las lecturas y a la inocencia de la sorpresa que nos deja hacer algo juntos, y hacer algo por los demás.

En ese sentido, la película de Goupil logra mantener un nivel de complicidad impresionante. Nos lleva mucho más allá del 68 y nos recuerda con desesperación que el mal no desapareció con Hitler y el triunfo de los aliados, acaso tomó nuevas formas, nuevos protagonistas, nuevos rostros, y nos cuenta como se supo con certeza absoluta que esos nuevos rostros iban a necesitar cada vez una respuesta más radical para lograr ser contenidos.

Sin embargo, aún en el más duro radicalismo ideológico, debe caber la posibilidad de que se cuele también la autocrítica que nos permita nombrar lo que ha salido mal, y repetir y mejorar incansablemente lo que haya salido bien.

Reconociendo la historia se puede forjar una ruta para que aquel imposible deseo de mayo del 68 se convierta algún día en una realidad cotidiana, y la desilusión de una generación que creyó que era posible cambiar el mundo se transforme en una celebración constante del triunfo de la humanidad.

[i]Mérida, Yucatán[/i]
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