Carlos Mena Baduy
Foto: Especial
La Jornada Maya
Lunes 9 de abril, 2018
Todos los escuchamos, siempre cargados de promesas con el propósito de elevar el ánimo y provocar sonrisas, de caer bien, pero como todo lo predecible terminan siendo aburridos siempre en la hora estratégica cuando empieza el hambre, se debería legislar los discursos para que sean útiles, para que tengan menos intercambio de lisonjas y mas información productiva porque al final es tiempo público.
No es exclusivo de gobernadores; pasa con secretarios y líderes de las organizaciones sociales: al momento de una toma de protesta, inauguración de obras públicas o de eventos diversos, es lo mismo, no emiten un diagnóstico, una propuesta, una solicitud o una reflexión, nada que motive un punto de inflexión en el tema del evento, nada que marque objetivos, evolución o desarrollo. Al final los discursos son mero protocolo aburrido que genera angustia y estrés al ver que pasan los minutos, no informan nada nuevo y son repetitivos.
Cierta indulgencia puede ser concedida al gobernador porque su agenda está cargada de eventos y no es que ofenda que no sea experto del tema, improvisar es parte de los recursos de cualquier político, sin embargo, ellos tienen fichas técnicas con datos del evento y ciertos números que dirán durante su discurso a manera de empatía. Lo que es imperdonable es que los secretarios o los mismos líderes del evento no aprovechen estos momentos para dirimir problemas, generar compromisos o exhortaciones y caigan en la mediocridad del intercambio de lisonjas para adornar el evento tirando a la basura la oportunidad de utilizar el aforo.
No se trata de ser beligerante ni eternamente crítico, pero tampoco ser sumiso y evasivo por no querer enfrentar los retos que todas las organizaciones tienen.
Tampoco se trata de ventilar problemas y reflexiones, pero sí sutilmente se debe aprovechar el tiempo exponiendo los temas que pueden mover la agenda y hacer útil el evento para que cuando terminen se vean avances, compromisos o de plano una reflexión acerca del tema.
Recuerdo bien los discursos de Víctor Cervera, claro, estaban adornados de cifras alegres, pero siempre aterrizaban en retos y problemas que convertían los eventos en verdaderas reuniones de celebración y de trabajo. O los discursos de Raúl Casares G. Cantón, siempre después del breve intercambio de lisonjas se planteaban necesidades, seguidas de propuestas que se ventilaban en público, la agenda del tema ya había avanzado.
Convertir los discursos en útiles sin caer en aburrimiento es un arte obligado que tienen que dominar los políticos y líderes sociales. Indispensable será la voluntad de transformación social de las autoridades.
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