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Luis Antonio Blanco Cebada
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Martes 20 de marzo, 2018

México no lee, o lee muy poco comparado con otros países: 3.8 libros al año, según informa el Inegi, de acuerdo a su Módulo de Lectura (Molec) 2016. Esta cifra está muy por debajo de acuerdo a lo recomendado por la Unesco: 25 libros per cápita. Empero, ¿quiénes y cómo están leyendo? Al parecer el fenómeno de la lectura está polarizándose pues ahora se lee menos en papel y más a través de Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (TIC’s), en zonas urbanas, y donde los principales lectores tienen estudios en educación superior. Quizá no sea posible revertir este proceso, y no obstante es necesario incentivar estrategias que fomenten la lectura crítica en los sectores marginados.

Según la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana (Caniem), la producción, venta y facturación de libros ha caído en México los últimos años, no así para el caso de los libros digitales, el cual se ha incrementado en más del 100 por ciento. ¿Quiénes poseen la tecnología para este tipo de lectura? En 2017 el Inegi informó que el 50.9 por ciento de los hogares del país tiene conexión a internet, y 47.5 por ciento usa teléfono inteligente, siendo predominantemente un fenómeno urbano.

Por su parte, los resultados del Molec para 2017 evidencian algunos datos interesantes: quienes dedican más tiempo a la lectura (libros, revistas, periódicos, páginas de Internet, foros o blogs, e historietas) en las zonas urbanas de México son personas con al menos un grado de educación superior. ¿Y cuántos universitarios tenemos en México? La encuesta intercensal 2015 (Inegi) revela que, para la población de 15 años y más, únicamente el 18.6 por ciento estudió el nivel superior. Cabe decir que en su Panorama de la educación: indicadores Ocde 2015 se lee que “cerca de cuatro por ciento de los jóvenes mexicanos obtendrán un título de maestría en su vida (el promedio de la Ocde es 22 por ciento) y que menos de uno por ciento completará un programa de doctorado (el promedio de la Ocde es dos por ciento)”. Si los universitarios son quienes están leyendo, y estos son la minoría, ¿qué futuro esperamos para el ejercicio de la lectura en México?

El problema radica en la comprensión del proceso de lectoescritura, que excede al registro de información contenido en libros y otras fuentes señaladas por el Inegi. Decía un profesor en la facultad que se aprende a leer escribiendo, y se aprende a escribir leyendo. Si bien esto es cierto, agregó que para que el acto de la lectoescritura resulte significativa, es menester que lo leído permita plantear y solucionar problemas en la vida cotidiana y que, además, se discuta grupalmente -al realizar comparaciones y propuestas alternativas en la narración- de tal forma que se potencie su significado. Verbigracia, cuando estudiamos fragmentos de la Relación de las cosas de Yucatán, de fray Diego de Landa, le indicaba a mis estudiantes que seleccionaran cuatro “costumbres” descritas por el autor y que respondieran tres preguntas de corte básico, analítico, y crítico o metacognitivo: a) ¿Qué dice la lectura?; b) ¿Ocurre aún hoy lo señalado por Diego de Landa? (para responder esta interrogante debían entrevistar a vecinos y familiares), y si la respuesta era positiva indicar de qué manera, o si era negativa, había que reflexionar sobre el porqué dejó de suceder (o si quizá nunca pasó y se trata de un relato ficticio); c) ¿Te parece deseable que lo dicho por el autor se presente en forma viva actualmente? ¿Por qué sí? ¿Por qué no?

En contraparte, en las escuelas de nivel básico, medio y medio superior, se incentiva una lectura centrada en contenidos de “alta cultura” (novelas ejemplares y biografías de hombres “ilustres”), de corte individual y en intramuros, y cuya finalidad es cumplir de manera instrumental con los objetivos del curso. En efecto, es posible que el Programa de Lectura y Escritura en Yucatán, creado por la Sep y la Segey, y dirigido al nivel básico y medio, no haya generado los efectos esperados. Por ejemplo, en 2015 en Yucatán -de acuerdo con los resultados del proyecto Medición Independiente de Aprendizajes, a cargo del Ciesas, la Fundación Hewlett y la Universidad Veracruzana- existe un porcentaje relativamente alto de niños de primaria que no pueden leer una historia, y un porcentaje importante de niños y jóvenes que lee pero no comprende.

Dado lo anterior, es urgente revisar los contenidos y las estrategias metodológicas de dicho programa. Hay que tener en cuenta que la experiencia lectora deberá exceder a los meros procesos evaluativos sujetos al cumplimiento burocrático de “contenidos de enseñanza y aprendizaje”, y a la entrega puntual y casi sacra de datos en formatos e informes cuantificables, desprovistos de la pasión, la felicidad y el goce de leer para aprehender el mundo.

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