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En el principio era el verbo

Las palabras son un puente entre lo vivido y lo contado
Foto: X @CecliaPatroL

Las palabras son más que instrumento: son acto de creación, puente entre lo vivido y lo contado, entre la experiencia y la memoria. A lo largo de la historia, poetas, pintores, músicos, cronistas y fotógrafos han demostrado que la verdadera fuerza del arte radica en su capacidad para narrar el espíritu de su tiempo. Hoy, cuando Mérida estrena cronistas, es oportuno recordar que todo empieza en el verbo, pero no termina en él: el arte, en todas sus formas, es una manera de dar sentido al mundo.

La vocación del poeta irlandés Seamus Heaney (1939–2013), premio Nobel de Literatura en 1995, floreció en la tierra yerma donde sembraban papas su abuelo y su padre. De ellos heredó sus manos ásperas —caricias cálidas, de lija—, grandes como tenazas, hechas para labrar. En “Digging”, uno de sus poemas más conocidos y el primero de su primer libro (Death of a Naturalist, 1966), recuerda ese legado y la decisión de tomar distancia de ese destino: cambiar el arado por la pluma: Entre mi dedo y mi pulgar descansa la pluma, apretada como un arma, escribió.

Heaney descubrió el poder de las palabras y les dedicó su vida. Sin embargo, nunca dejó de pisar la tierra, aunque ascendió a los cielos de la literatura. Ejemplo de esa mirada terrenal fue cuando le preguntaron cuál era el mejor poeta de las nuevas generaciones. Sin dudarlo, señaló al estadounidense Marshall Bruce Mathers III, conocido como Eminem, cuyos versos electrizantes sacudieron el letargo de su generación. “Hizo lo imposible —dijo—. Ha vigorizado a las personas de su edad, y no sólo con su actitud subversiva, sino con su energía verbal”.

El Olimpo literario se cimbró con esas declaraciones, que muchos descalificaron como síntomas de senilidad. Se rasgaron las vestiduras: para ellos, los versos eran ladrillos con los que levantar fortalezas y aislarse de lo mundano. Para Heaney, en cambio, los versos eran puentes. Años después, esos mismos críticos se indignaron cuando el Nobel de Literatura se concedió a un “juglar vulgar”: Bob Dylan. Ambos arrebatos dejaron al descubierto a un grupúsculo incapaz de conectar con el pulso del mundo.

Porque el mundo, aunque tiene su génesis en el verbo, es mucho más amplio. Y lo mismo ocurre con el arte y la literatura: cada disciplina tiene guardianes de las formas tradicionales, pero todos, cíclicamente, deben adaptarse a los nuevos tiempos —o recluirse en sus torres anacrónicas.

La historia ofrece ejemplos contundentes. Francisco de Goya es quizá el mejor cronista de su tiempo: con la serie de grabados Los desastres de la guerra transmitió el dolor de una nación, y con un fusilamiento —El 3 de mayo en Madrid— o la cabeza apenas asomada de un perro dijo más que varios tratados académicos.

Ese mismo poder testimonial lo encarnó el fotógrafo Isidro Ávila Villacís, fallecido el domingo. Así lo reconoció la alcaldesa Cecilia Patrón Laviada al día siguiente: “Me gustaría honrar a don Isidro, decano del fotoperiodismo de Yucatán. Su lente registró momentos que hoy son históricos y, estoy segura, muchos coinciden conmigo, fue uno de los grandes cronistas de esta época”.

La ocasión fue el acto en el que se nombró a dos nuevos cronistas de la ciudad, Jorge Cortés Ancona y Jorge Victoria Ojeda, quienes se unirán a Gonzalo Navarrete Muñoz. También se reconoció a los postulados para integrar el consejo de cronistas, entre ellos Manuel Triay Peniche y Rafael Gómez Chi, forjados en la fragua de las redacciones y capaces de llevar su oficio a las nuevas tecnologías. Son hombres de tinta que han sabido evolucionar.

Todo esto huele a nuevos tiempos; electriza la piel: el reconocimiento y la apertura. Una oportunidad para valorar, por ejemplo, el trabajo de Antonio Peraza, Tony, quien con humor, trazos y colores sintetiza la realidad o exhibe la insignificancia de un poderoso. Reconocer el arte en todas sus expresiones, sin el lastre de reglamentos, es también una manera de honrar la historia.

Otra señal de cambio vino con el anuncio de la alcaldesa Patrón Laviada: las siguientes en ser nombradas cronistas serán mujeres. “Reafirmamos nuestra vocación por la justicia social, justicia para las voces que narran en silencio y merecen ser escuchadas, porque la historia de Mérida también la escriben las mujeres”, expresó.

En lo personal, confieso que todo lo que sé de la vida —sus verdades y sus mentiras— se lo debo a la locuacidad de mi abuela; ella fue la cronista de mi infancia. Por eso pienso que esta ciudad se merece la ternura de las frases de Margarita Robleda o la contundencia lúcida de Teté Mézquita.
Los actuales y futuros cronistas de Mérida tienen un reto inmenso: narrar a una audiencia cambiante, dispersa, saturada de estímulos. Su tarea será encauzar su propia “energía verbal” y sacudir del letargo a la ciudad. Porque, al final, en el principio era el verbo, y en él sigue estando la posibilidad de darle sentido a nuestro tiempo.
Lea, del mismo autor: La alacraneada

Edición: Estefanía Cardeña


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