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Eduardo del Buey
Foto: Notimex
La Jornada Maya

Viernes 2 de marzo, 2018

En la edición pasada escribí sobre como una guerra comercial podría tener un alto costo para los Estados Unidos. Los tres países tienen “líneas rojas”.

Canadá quiere proteger a ciertas industrias que son políticamente sensibles a sus requerimientos electorales. Trump quiere un juego de suma cero en el que no sólo pueda ganar, sino que también le permita demostrarle su tenacidad y tozudez a la base dura de sus electores, dando la impresión de que está haciéndole daño a sus interlocutores.

De hecho, el representante comercial estadounidense, Robert Lighthizer, emitió un comunicado, después de la cuarta ronda de negociaciones, expresando su pesimismo y en el que señaló que sigue preocupado por la “falta de avances” en algunos de los temas.

Dice Lighthizer en su declaración: “Hasta la fecha no hay evidencia alguna de que Canadá o México estén dispuestos a comprometerse seriamente con ciertas disposiciones que llevarían a un tratado con un nuevo equilibrio. Si no se da ese nuevo equilibrio, no llegaremos a obtener un resultado satisfactorio.”

Cuando habla del “nuevo equilibrio”, Lighthizer se refiere a que ni México ni Canadá están dispuestos a ceder ante las exigencias relativas a que las balanzas comerciales deben ser equilibradas, y a que el déficit actual que afecta a los Estados Unidos debe ser eliminado.

Tanto Canadá como México plantean que las relaciones comerciales no siempre son equitativas, y que lo que cuenta es el equilibrio de las cifras globales respecto al comercio con el resto del mundo. El suponer que el comercio con cada una de las partes del tratado resultará equilibrado o a favor de los Estados Unidos, está muy alejado de la realidad y carece de sentido común.

Canadá y México quieren una situación en la que todos salgan ganando, mientras que Trump parece estar buscando una victoria muy palpable para mostrarse como un héroe ante sus votantes.

El panorama no es muy atractivo ni para Canadá ni para México.

En una editorial del New York Times, del pasado 10 de enero, el ex-Canciller mexicano Jorge Castañeda señaló que México enfrenta un serio problema con la recién decretada legislación fiscal en los Estados Unidos.

Desde su punto de vista, las grandes compañías mexicanas podrían tomar la decisión de mover sus sedes y su residencia legal a los Estados Unidos a fin de tomar ventaja de una mucha menor tasa del impuesto corporativo (30 por ciento en México contra 21 por ciento en Estados Unidos).

Aunque ello no necesariamente significaría transferir empleos de un país a otro, sí podría desalentar la inversión en México. Grandes multinacionales mexicanas podrían decidir reubicarse en la frontera norte, a las que podrían seguir otras firmas y empresas buscando alivio fiscal. Esto podría tener un efecto negativo en los empleos y en la inversión extranjera en México, ya que corporaciones estadounidenses con fuertes inversiones aquí, también podrían tomar la determinación de aprovechar el nuevo decreto fiscal y otras disposiciones favorables y mover el dinero y los empleos de regreso a los Estados Unidos.

El paquete fiscal, aunado a la incertidumbre de los resultados de la actual negociación del TLCAN, podrían tener un efecto perjudicial en el ámbito de la inversión extranjera en México.

Pero, actualmente, tanto México como Canadá tienen mucho que ofrecerle a los Estados Unidos, si el liderazgo de este último país es lo suficientemente sabio como para darse cuenta de ello.

Pocos días antes de Navidad, el secretario de estado, Rex Tillerson, estuvo en Ottawa buscando el apoyo canadiense para que Corea del Norte se sentara a negociar. Aunque es un miembro de la OTAN y del NORAD (el Comando Aeroespacial paras la Defensa de América del Norte), así como parte del Tratado de Libre Comercio, Canadá puede marcar la diferencia en la mesa diplomática.

Muchas personas creen que Corea del Norte simplemente quiere tener un lugar en la mesa de negociaciones nucleares, y confiar en el hecho de que los Estados Unidos no la invadirá ni tratará de cambiar su gobierno. Durante los últimos sesenta años, el mundo ha vivido con el control de armas nucleares en por lo menos ocho países, y habría pocos motivos para que Kim Jong Un implementara el proyecto suicida de lanzar un ataque nuclear contra los Estados Unidos o sus aliados.

Canadá es un país muy respetado internacionalmente. Históricamente tiene fuerza y reputación diplomáticas, y no plantea ninguna amenaza para ningún país. Como miembro de la coalición que combatió a Corea del Norte hace sesenta y cinco años, Canadá tiene un papel que jugar en el actual estancamiento nuclear entre Corea del Norte y el resto del mundo.

El señor Tillerson se ha dado cuenta de ello y lo ve como un apoyo positivo para las políticas estadounidenses.

La pregunta, como siempre, es ¿el presidente Trump también se da cuenta?

*[i]Sexta de nueve partes en las que se dividió la conferencia[/i].

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