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del

Margarita Robleda
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Lunes 5 de febrero, 2018

Hace unos días falleció María Alicia Martínez Medrano, sin embargo, su legado sigue vivo en infinidad de alumnos que pasamos por sus manos. Su contacto nos cambió la vida. Hay un antes y un después.

Era 1978 cuando regresé a Mérida y entré a su taller de teatro Virgilio Mariel, donde puedo decir, inicié una nueva etapa; ahí, María Alicia me dio mundo y permiso de soñar en grande; estimuló mi deseo de investigar y conocer la realidad de México, tan lejana al medio en el que me había desenvuelto. Me presentó autores trascendentales y yo, hambrienta como estaba, devoré a Benedetti, a Elena Garro, Alejo Carpentier, Ernesto Sábato, entre otros. Era una maestra exigente, de esas que te hacen llorar de cansancio y frustración; tenía visión y nos pedía lo que podíamos dar, sólo que hacerlo costaba un esfuerzo y un compromiso al que no estábamos acostumbrados. También exigía a los alumnos relacionarse con las autoridades culturales, esas que alcanzan el puesto como premios por apoyar campañas políticas: improvisados, ignorantes e incultos, eran su martirio. En cambio, Joseph Papp, importante productor de Off, en Broadway, Nueva York, reconoció el enorme talento de María Alicia y la llevó, junto con más de un centenar de actores y técnicos de comunidades indígenas de Tabasco, Sinaloa y Yucatán, a presentar primero, Bodas de Sangre, su obra culmine, a dos horas de Manhattan, cosa que no impidió que después llegaran centenares de personas a aplaudirle a Romeo y Julieta versión oxoloteca, en el Central Park. Aun guardo el recuerdo, en mi caja de tesoros, del duelo entre las dos familias, enarbolando el machete y zapateando a ritmo del son El Tigre de los tamborileros chontales. ¡Fue alucinante! El público neoyorquino se entregó delirante a la manifestación artística de personas que, unas horas antes, habían sido invisibles transitado por la Quinta Avenida.

Con el apoyo de Cristina Payán, fundó el Laboratorio de Teatro Campesino Indígena, que se ha presentado en España y varias veces en la tercera sección de Chapultepec. La escritora Julieta Campos, esposa del gobernador de Tabasco, le pidió a María Alicia que instalara escuelas de teatro en seis comunidades, siendo Oxolotán, la sede principal. Al poco tiempo vi a los niños caminar por las calles recitando diálogos de las obras de Federico García Lorca. Lo mismo había sucedido en Mérida, donde Blanca de Rioseco, esposa del entonces director de Cordemex, preocupada por el nivel de vandalismo y violencia en la colonia, invitó a María Alicia a trasformar la realidad a través del arte y la cultura. Se abrieron talleres de danza, música, teatro, guiñol, ajedrez y deportes. Las mujeres descubrieron en la elaboración de macramé, con las fibras que sus maridos producían, ingresos económicos y satisfacciones personales. Muchas de ellas retornaron los estudios en la escuela abierta y muy pronto, del centro cultural, brotaban premios y reconocimientos estatales y nacionales.

María Alicia capacitó a muchos jóvenes talentosos. Ella, en su juventud, había programado las guarderías del ISSSTE y generosa compartía su formación y conocimientos con aquellos que estaban dispuestos a comprometerse en beneficio de la comunidad.

Participó en el movimiento del 68 y después de vivir Tlatelolco, buscó a Elena Poniatowska, para compartirle lo que vio y vivió, de ahí nació La Noche de Tlatelolco y una amistad y respeto mutuo que aumentó con los años. Enamorada de la cultura Maya, decidió cambiar su residencia a Yucatán. En los últimos años montó el hecho escénico Momentos Sagrados de los mayas, en X´ocen, donde la mayoría de la población participa y continuará la obra.

María Alicia solía decir que, en este país, trabajar era subversivo y que el teatro era como pintar sobre el mar; las olas se llevan los trazos y al rato parecía que no había pasado nada. Quizá sea cierto. Su entrega y compromiso agredía a los que sólo aprovechan el puesto y únicamente buscan salir en la foto. Y si bien, las imágenes de los que disfrutamos su obra, pareciera que desaparecieron, esas mismas olas nos traen una y otra vez a la infinidad de alumnos que pasamos por sus talleres, durante 34 años, su espíritu; pues, cada vez que emprendemos una nueva aventura, la reverencia que nos exige el escenario, el respeto que nos demanda el público, el compromiso y la conciencia de la vocación como sentido de vida de María Alicia Martínez Medrano está presente,. Su paso por nuestras vidas no fue en vano.

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