de

del

Enrique Martín Briceño
Foto: Tomada de Facebook
La Jornada Maya

Lunes 5 de febrero, 2018

Así se anunciaba, en tiempos de nuestros tatarabuelos, el fonógrafo, antepasado de esos equipos que tanto hacen sufrir hoy a los vecinos del centro histórico meridano y de esos adminículos que mantienen a los jóvenes desconectados del mundo y en riesgo permanente de ser atropellados. Permítanme traer a esta ruidosa Mérida del siglo XXI algunos ecos de aquella portentosa máquina, creada en 1877 por Thomas A. Edison.

En 1879 —apenas dos años después de su invención— el [i]Semanario Yucateco[/i], revista de “religión, ciencia, literatura y variedades”, informaba sobre el fonógrafo en estos términos: “El lunes por la noche hemos tenido el gusto de ver este notabilísimo aparato cuya invención, por lo ingenioso, está reputada acaso como la primera del presente siglo hasta hoy. De conformidad con el programa de la sesión, distribuido oportunamente por el Dr. Julio López de Castilla, que es a quien debemos aquí por la primera vez el conocimiento de esta prodigiosa invención, el fonógrafo reprodujo la palabra humana en prosa y verso, en español, italiano y lengua maya, cantó, rio y lloró, todo con una admirable exactitud y claridad, que hizo prorrumpir varias veces al concurso entusiasmado en los más estruendosos aplausos.”

¡Cuánto asombro debieron sentir nuestros abuelos al escuchar la voz humana salir de aquel milagroso aparato! Entonces, el sonido se grababa y reproducía en cilindros recubiertos de papel de estaño y el resultado era muy pobre, pero en los años posteriores, la tecnología de grabación y reproducción sonoras mejoraría notablemente. Tan solo ocho años después, Emile Berliner inventaría el plato y el gramófono, que, andando el tiempo, acabarían por imponerse sobre el cilindro y el fonógrafo y llenarían toda una época: la de los discos de 78 RPM.

Para la última década del siglo XIX, en la Mérida que gozaba la riqueza producida por el henequén, el fonógrafo era todavía una atracción de circo. En 1892, los diarios invitaban a los meridanos a visitar los establecimientos y domicilios que contaban con el novedoso aparato para que, por una módica suma, pudieran escucharlo. Y en octubre de 1897, en el antiguo teatro Peón Contreras, un tal doctor Taylor presentó el “fonógrafo reformado” —probablemente el fonógrafo mejorado de Edison, que se servía de cilindros de cera alimentados con pilas. Tal vez es este acontecimiento, u otro posterior, el que recuerda Abreu Gómez en sus amenas Cosas de mi pueblo:

“Un día llegó el primer fonógrafo y su dueño lo instaló en los portales del teatro de San Carlos. Junto al fonógrafo puso un letrero que decía: ‘La última invención de Edison. Aquí está el aparato que habla, canta, llora y ríe.’

“La gente acudía a oír el fonógrafo. Por medio real los curiosos tenían derecho a ponerse en las orejas un tubito de gutapercha. El propietario entonces le daba cuerda al aparato y colocaba un cilindro negro en un tubo que daba vueltas y empezaba a oírse la música. La gente abría tamaños ojos y decía:

“—¡Lo que inventan los gringos!”

Para entonces ya se producían comercialmente en Estados Unidos grabaciones y reproductores, pero aún no había aquí muchos afortunados que tuvieran en casa un artilugio de esos. La situación cambió poco después, a tal grado que, en 1907, una nota periodística daba cuenta de “La plaga de los fonógrafos” en el puerto de Progreso: “El vecindario en masa se queja de los que pudiéramos decir la plaga de los fonógrafos, que actualmente ha sentado plaza aquí. No hay establecimiento, por pequeño que sea, que no tenga su aparatito, y con él, desde que el día empieza a aclarar hasta en la noche, se está dando constantemente la gran ‘lata’ al vecindario.” (¿Les suena conocido?)

Por publicaciones de ese mismo año sabemos que en la miscelánea del compositor Arturo Cosgaya se ofrecían fonógrafos y “records”; en la miscelánea de la calle 67 núms. 501 y 503 se vendían fonógrafos Edison y grafófonos Columbia, y en la Casa Martín —de mi bisabuelo Rudesindo— “encontraréis constantemente los fonógrafos Edison de todos tamaños. Repertorio de piezas, las más selectas al gusto más exigente. Lindas Mexicanas, El Estado Mayor y Zapadores; Cantos Populares, discos con acompañamiento de guitarra, Zarzuelas de todas clases, Selecciones cubanas lo más selecto. Óperas, las hay italianas, alemanas y francesas por renombrados cantantes.”

Por este anuncio podrán imaginar lo que entonces se oía y habrán notado que, para ese momento, ya se había grabado y se distribuía música mexicana. Y es que, entre 1901 y 1902, la American Gramophone Company trajo al país un equipo portátil con el que registró piezas ejecutadas por la Banda de Artillería de México y la Orquesta Mexicana de Carlos Curti y cuadros históricos interpretados por el actor Julio Ayala. Y en 1905, la Victor Talking Machine Company envió a México su primera planta grabadora.

Los músicos yucatecos no tuvieron acceso a la grabación por aquellos años, pero cabe recordar que, en 1909, los trovadores colombianos Pelón y Marín, que habían estado en Mérida a mediados de 1908, grabaron en la Ciudad de México una serie de canciones colombianas, entre las que figuran algunas que se publicaron aquí, en versión para dos voces y piano, en el célebre Cancionero de Chan Cil. La música de Yucatán tardaría todavía un poco más en llegar al disco. Pero ese será tema de otra colaboración.

[i]Mérida, Yucatán[/i]
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