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Alicia Ayora Talavera
La Jornada Maya

Lunes 25 de noviembre, 2019

Soy de la generación X (GX), la de MTV, de la caída del Muro de Berlín, la llegada del CD, el nacimiento del Internet. Con una década aproximadamente de diferencia, poquito más o menos viene la generación Y (GY), los tan estigmatizados millenials; con muchos años más de diferencia llega la juventud de la generación Z (GZ), la que me ha actualizado en el ámbito del amor virtual, en los juegos interactivos y en el uso aparentemente inofensivo que se hace de las redes sociales.

Fuera de la tecnología, la GZ me ha despojado de prejuicios sobre la sexualidad y la expresión física de afecto. He aprendido con ellos sobre la inclusión genuina de la diversidad, pero sobre todo lo anterior, el miedo a crecer y tener que enfrentarse a un mundo que exige rendimiento, motivación e iniciativa desde que abren los ojos, sin el derecho a sentirse cansados; el día que se despiertan sin ninguna de éstas, el miedo al fracaso los paraliza.

Aclaro, no es lo mismo ser un GZ en la ciudad de Mérida que en la de México, tampoco serlo en la zona norte que, en la zona sur de la ciudad de Mérida, ser un GZ, un GX o GY es una mezcla de las cosas extraordinarias propias de la edad y de factores políticos, económicos, sociales y culturales que ejercen de una u otra manera influencia en nuestra forma de ser, estar, suceder y percibir la vida en un momento histórico. Así que ninguna cualidad es generalizable, habrá cosas con las que uno se identifique y otras que nos son ajenas por completo.

Sin embargo, la GZ me remonta a mis problemas existenciales de la juventud, resueltos sintiéndome acompañada, y me trae al presente de vuelta, tratando de entender lo difícil que es en ocasiones para muchos de ellos resolverlos sintiéndose solos.

[b]Síndrome individualista[/b]

A la GZ le ha tocado vivir con el síndrome individualista, el discurso dominante de la independencia y el de autonomía; les puede ser difícil concebir el concepto e importancia de la interdependencia entre las personas, de la lucha por el bien familiar o colectivo.

En la universidad ya son presa de una u otra o de las dos “enfermedades mentales” de las últimas décadas: depresión y ansiedad, así que no es de extrañar que, según las últimas mediciones del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), los jóvenes de 20 a 24 años ocupan la tasa más alta de suicidio.

Cientos y cientos de historias íntimas, y sagradas, me han sido confiadas por sus protagonistas universitarios: dudas, tristezas, dificultades, vergüenzas, frustraciones, impotencias, amores, deseos, sueños, aspiraciones, soledades.

La GZ llamada también la generación digital, goza de una inteligencia tecnológica muy distinta a la mía; a pesar de la facilidad de acceso para contactar en la realidad virtual con personas al otro lado del mundo en segundos, para muchos de ellos, conectar con los de su realidad física resulta complicado. Pareciera que esa habilidad humana de mantenernos conectados, a la GZ se le ha arrebatado en mayor grado y de la soledad de la que son presa, las generaciones de arriba somos los responsables.

[i]*Sicoterapeuta[/i]


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