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José Ramón Enríquez
La Jornada Maya

Miércoles 20 de noviembre, 2019

De Paco Marín, quien ha sido merecidamente distinguido con la Medalla Yucatán 2019, he escrito sobre todo por sus puestas en escena pero, es muchísimo más lo que con él he conversado y lo que he me ha compartido en décadas de fraternal cercanía. En el espíritu siempre y, en la geografía, durante los pocos lustros que llevo acogido por Mérida.

Me he perdido, sin embargo, la labor escénica constante de Paco Marín en su propia tierra a lo largo de varias décadas, la que constituye un pilar ya indispensable en el teatro peninsular. Pero puedo hablar de ella por sus huellas y con pleno conocimiento de causa porque es perfectamente tangible el magisterio que Paco Marín ha ejercido en su espacio vital, al que tanto ha contribuido a dar su actual forma.

Que ahora reciba la más alta presea es, desde luego, un acto de justicia pero es también una invitación a la reflexión sobre un arte al que ha dedicado su vida. Un arte efímero por fuerza pero que enraíza en el todo social de maneras inexplicables y perennes, porque el teatro es vida que produce vida y que la sustenta.

Hay muchos rostros y muchos nombres de distintas generaciones que los teatreros yucatecos conocen, incluso algunos que ya se han olvidado porque participan de la naturaleza efímera del teatro pero que sin embargo, permanecen porque eso significa ser parte de una raíz: permanecer.

Por mi parte, puedo afirmar, en primer lugar, que Paco Marín es un maestro y que su magisterio lo obtuvo como se obtiene en este oficio: trepado en las tablas. Los albañiles, trepados en los andamios; y los toreros, en medio de la arena. Pero en los tres oficios se juega uno la vida y nunca se gana lo suficiente para mantenerla. Así es esto, lo ha sido desde siempre y así continuará porque es indispensable. Como aquellos rarámuri que danzan para que el mundo no se acabe y lo hacen generosamente, sin esperar nada a cambio, aunque el mundo ni se dé cuenta de su esfuerzo ni lo agradezca.

Es una buena noticia que las altas autoridades de un gobierno reconozcan un magisterio artístico indiscutible como el de Paco Marín. En tiempos tan convulsos como los de este nuevo siglo, la importancia de las humanidades suele soslayarse en beneficio de las tecnologías y de la multiplicación contante y sonante del dinero como único valor.

La invitación a detenernos para un ejercicio de introspección humanista nos permite inclusive subrayar las huellas que otros muchos maestros han dejado en Paco Marín para hacerlas conscientemente nuestras.
Entre muchas otras, la compañía constante de la poesía resuena en su trabajo con los ecos del luminoso poeta del trópico Carlos Pellicer cuyas manos llenas de color están presentes en los trazos escénicos de Marín, así como están los ecos en su voz de bajo. No puede soslayarse el fervor lorquiano, tanto en lo escénico como en lo poético: Federico ha continuado vivo en su trabajo. Y está siempre presente la cercanía en su estética de Alejandro Jodorowsky y de Julio Castillo con quienes conviviera, así como la lección moral de un poeta y cineasta como Pier Paolo Pasolini. También lo están cineastas que llegaron del teatro como Luchino Visconti y Federico Fellini, con todo y la mirada de Giulietta Masina.

Pero hay en él muchas huellas, muchos sedimentos desde la antigüedad clásica hasta esta modernidad que nos toca vivir. Ser un hombre de teatro que nunca se ha bajado de las tablas significa ser un árbol de raíces profundas y de renuevos constantes. Tal es la maravilla de un arte como el de Tespis, que recorre los caminos porque como el de Birnam, nos instruye Shakespeare, los bosques caminan.

[i]Mérida, Yucatán[/i]
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