de

del

Rafael Robles de Benito
Foto: Notimex
La Jornada Maya

Miércoles 6 de noviembre, 2019

Lo que queda de la Selva Lacandona, alojado sobre todo dentro de los límites de la Reserva de la Biosfera Montes Azules, y de las seis áreas protegidas que acompañan a este gran proyecto (Bonambak, Lacantún, Chan Kin, Yaxchilan, Naja y Metzabok) se encuentra hoy más amenazada que nunca. Presiones ha sufrido desde hace muchos años, y de hecho, puede decirse que fueron esas presiones enfrentadas al reclamo del pueblo lacandón por determinar lo que sucede en su territorio, al que se sumó además el esfuerzo comprometido y tenaz de una sólido grupo de conservacionistas, muchos de ellos destacados académicos de las ciencias naturales y sociales– los factores que acabaron por lograr el establecimiento de los esfuerzos de conservación que hoy son –o deberían ser– ejemplo para todo el mundo tropical. Pero hoy, la amenaza es un tanto distinta, y se cierne empoderada y voraz, sobre una de las últimas zonas cubiertas por selvas altas perennifolias en nuestro país.

Para entender la situación actual, más que saber mucho de ciencias ambientales, hace falta conocer la historia de la región, de los pueblos que la habitan, de sus luchas y aspiraciones, y respetar su apuesta por el futuro. La cuestión ambiental, la importancia ecológica de las selvas altas, nos sirve además para entender por qué es importante sumarse a los esfuerzos por su conservación, y por qué es legítimo considerar las selvas como parte del patrimonio, no solamente de los pueblos originarios que las habitan, sino también de la nación mexicana, y ante escenarios de crisis ambiental y emergencia climática como el que hoy vivimos, patrimonio de la humanidad entera.

El pueblo Lacandón, además de ser el dueño legítimo de la selva de su nombre, lleva sobre sus hombros también la responsabilidad humana de ser el guardián de un bien global, que es uno de los pilares que hoy todavía pueden a contribuir a sostener la vida de nuestra especie en el planeta. En esta tarea, de guardianes y usuarios resilientes y sustentables de la selva, deben contar con el apoyo más que solidario, comprometido, responsable, consciente e imbatible de todos y cada uno de nosotros.

El hecho de que la población lacandona sea relativamente reducida no justifica que se considere su territorio como una zona que se pueda ocupar por cualquiera que demande tierra, por muy justificada y legítima que sea esta demanda. Y han tenido que ceder porciones importantes de su territorio para apoyar con tierras a miembros de otros pueblos, desplazados por razones diversas de sus territorios originarios. Es el caso de los tzeltales de Nueva Palestina, que recibieron tierras lacandonas tras una negociación del gobierno Federal con la comunidad lacandona, que las cedió generosamente a cambio de un magro apoyo económico. Hoy, la comunidad tzeltal, con un crecimiento demográfico considerable, demanda ocupar cada vez más terrenos de selva y cambiarlos por actividades agropecuarias convencionales, poniendo en peligro la ya vapuleada capacidad de la Reserva de la Biosfera para garantizar la biodiversidad y los servicios ambientales que presta el importante ecosistema que se supone debe proteger.

[b]Otros desplazados[/b]

Pero hay además otros desplazados, cholaes, e incluso provenientes de sitios muy lejanos y ecosistemas muy diferentes, como el altiplano e incluso algunos estados del árido norte mexicano. Estos grupos, con justificadas aspiraciones de crecimiento y desarrollo, exigen explorar la posibilidad de acabar con lo que queda de la selva, y convertirla en un paisaje de producción agropecuaria que responde a modelos que sabemos que van a resultar absolutamente insustentables a la luz de las condiciones ambientales de la región. Dejar que prevalezca esta tendencia –que lleva ya años operando en la zona–, y alentarla a crecer más y a mayor velocidad, es apostar al pan hoy para algunos y hambre para todos mañana.

Lamentablemente hay diversos actores al interior del gobierno mexicano que pretenden que los bosques y selvas que quedan a nuestro patrimonio nacional responden a aquella añeja (y conservadora) idea de que se trata de tierras ociosas, y que hay que ocuparlas con los campesinos que demandan tierra, vengan de donde vengan. Y quizá más lamentable aún resulta el hecho de que las autoridades federales responsables de salvaguardar las áreas protegidas no parecen estar particularmente preocupadas por lo que sucede. Hasta ahora se han oído nada más las voces de los más conspicuos líderes lacandones, las de múltiples organizaciones no gubernamentales conservacionistas y académicos conscientes de la importancia de los ecosistemas tropicales del país.

Si se sienta el precedente de que es posible invadir y cambiar el uso del suelo de un área protegida por decreto federal con el respaldo, la complicidad, o cuando menos la aquiescencia del propio Ejecutivo federal, el futuro de la conservación del patrimonio natural nacional se ve francamente oscuro, o más bien, no se ve: ocupar así una reserva de la importancia de Montes Azules cancela el futuro de la conservación en nuestro país, y cancela así la historia de muchas décadas de esfuerzos y el compromiso ético, profesional, social y político de muchos mexicanos.

[b]Emergente escenario[/b]

Proteger las áreas destinadas la conservación va mucho más allá de una apuesta sensiblera, esteticista, gazmoña y pequeñoburguesa. La conservación –y las áreas protegidas como su expresión más robusta– es el instrumento más formidable con que contamos los mexicanos para adaptarnos a las condiciones que impondrán el emergente escenario de cambio climático en que vivimos. Ahí están las especies que pueden contribuir a que construyamos una sólida seguridad alimentaria; ahí está la capacidad nacional para encontrar nuevas vías de producción de satisfactores, capaces de modificar los patrones actuales e insustentables de apropiación de los recursos naturales; ahí están los sistemas capaces de aportar a nuestras comunidades los servicios ambientales que hacen posible su sobrevivencia; y más importante que todo lo anterior, ahí están los pueblos originarios de nuestro territorio nacional, los que pueden ayudarnos a salir del callejón del insustentable desarrollo convencional. No podemos permitir que, en aras de apoyar a los campesinos pobres de nuestro país, ocupemos lo que resta de la riqueza natural nacional, transformándola en sistemas simplificados e improductivos. No podemos permitir que, en aras de respaldar el reclamo de unos, y dotarlos de tierras sea donde y como sea, perjudiquemos a otros, y a todos, destruyendo ecosistemas valiosos y con ellos el futuro de generaciones venideras. Sobre todo, no podemos generar pugnas por el territorio que enfrenten entre sí a pueblos hermanos, mexicanos todos, sí, pero además originarios de lo que hoy llamamos todavía nación.

En un escenario político que desprecia a la ciencia y le recomienda “tomarse un descanso”, es fácil negar la gravedad de los impactos del cambio climático global en nuestras tierras. Si además se descalifica a los miembros de la sociedad civil organizada como 'fifís', y se les hace ver como los que se quedaron con el dinero que correspondía a la gente, se dividen las fuerzas que podrían prepararnos para enfrentar los cambios que vienen al incrementarse la temperatura global, cambiar los regímenes de precipitaciones e intensificarse los fenómenos meteorológicos de envergadura catastrófica; y generar innovaciones que permitan diversificar e incrementar la capacidad productiva del país.

Ojalá pronto entendamos todos que ser conservacionista no es ser conservador: ser conservacionista es ser revolucionario; conservar los recursos naturales es apostar a un futuro feliz para nuestros pueblos. Todos, conservacionistas organizados, miembros de los pueblos originarios que habitan las áreas protegidas y conservadas nacionales, y servidores públicos comprometidos con la misión de garantizar a nuestros pueblos las condiciones que les permitan construir alternativas de desarrollo económicamente viables, ambientalmente sustentables y resilientes, socialmente pertinentes y culturalmente aceptables, debemos unir esfuerzos para contribuir a conservar el patrimonio natural naciones. Hoy, si evitamos que se ocupe y se destruya la Reserva de la Biosfera Montes Azules, demostraremos que esto es posible.

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