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Esteban Krotz*
Foto: Gorka Lejarcegi
La Jornada Maya

Jueves 25 de julio, 2019

La península de Yucatán sigue siendo, a pesar de repetidas propuestas destinadas a cambiarlo, un lugar vacío de filosofía. Ninguna de las siete universidades públicas de Campeche, Quintana Roo y Yucatán (por no hablar de las instituciones de educación superior creadas en los últimos años con este nombre, ni del creciente número de filiales de importantes universidades y centros de investigación capitalinos) cuentan con programas, escuelas o institutos de filosofía. Y: ¿cuál será la situación de la –hace unos años eliminada, hace poco nuevamente admitida– enseñanza de la “filosofía” o del “pensamiento filosófico” en las secundarias y preparatorias de la región? La Asociación Filosófica de México ha criticado que tal enseñanza esté a menudo en manos de “impartidores de asignaturas” carentes de una formación académica especializada en la materia, y que, en consecuencia, se sustituya la seducción a filosofar por la memorización de nombres, obras y a veces conceptos de la tradición filosófica europea.

¿Pueden los múltiples festejos del cumpleaños 90 de uno de los principales filósofos europeos e intelectuales públicos actuales, Jürgen Habermas, quien nació el 18 de junio de 1929 en la ciudad alemana de Düsseldorf, ser un estímulo para revisar esta lamentable situación?

No tiene caso detallar aquí la biografía del filósofo multipremiado, quien se formó en los años posteriores a la segunda guerra mundial bajo la égida de la “teoría crítica” de la llamada “Escuela de Fráncfort”, fue profesor universitario en Heidelberg y ante todo en Fráncfort y durante 12 años co-director del Instituto Max Planck “para la investigación de las condiciones de vida en el mundo tecnológico-científico”. Para informarse sobre los temas de sus más de 50 libros, en su mayoría traducidos al castellano, y de los cientos de artículos y capítulos puede recurrirse al catálogo de la biblioteca de la UADY, a la wikipedia o a las docenas de entrevistas retrospectivas de los últimos años, en una de las cuales el festejado aceptó como resumen telegráfico de su enfoque, la ecuación “Kant+Hegel+Ilustración+marxismo desencantado=Habermas”, agregándole solamente “una pizca de dialéctica negativa de Adorno” (El País Semanal, 10 de mayo de 2018).

Sin embargo, conviene recordar que la extensa obra habermasiana no es “un sistema” cuidadosamente elaborado, sino un filosofar abierto, permanentemente atento a los debates de las ciencias sociales y humanas, y en diálogo crítico y no pocas veces polémico, con muchos filósofos actuales, sobre los problemas del mundo contemporáneo, vividos en y vistos desde Europa Central: la democracia, el Estado y el sistema jurídico, los derechos humanos, la ontología y la epistemología de la dimensión sociocultural de la realidad, las relaciones tecnología-sociedad, la ética social, la libertad humana… Este filosofar no solamente se ha plasmado en publicaciones especializadas y cursos universitarios en varios países, sino también en incontables conferencias, entrevistas y artículos en periódicos. Así, Habermas ha aportado recientemente a la opinión pública consideraciones cuidadosamente ponderadas sobre temas como el nacionalismo, el destino de la Unión Europea y la bioética.

A pesar de que autor y obra están fuertemente marcados por el contexto centroeuropeo, muchas de sus ideas pueden servir de impulso fructífero para aclarar situaciones aquí. Veamos rápidamente tres de ellas.

Una es el análisis de lo que caracteriza nuestro presente, usualmente etiquetado como “moderno”. Desde que el sociólogo estadunidense Daniel Bell popularizara a principios de los años 70 del siglo pasado el término “sociedad postindustrial”, se ha multiplicado el uso del prefijo “post” para expresar la dificultad de sentirse en un momento marcado por la discontinuidad con lo hasta ahora válido y acostumbrado, y, al mismo tiempo, por la opacidad de las características profundas de este momento y de sus perspectivas a futuro: postmoderno, postcapitalista, postsocialista, postcristiano, postoccidental, posthumano.... Viéndolo desde ahora, ¿no es digna de ser revisada la propuesta habermasiana de entender nuestro tiempo, que también tituló “capitalismo tardío”, como “modernidad incompleta”, incluso como “modernidad descarrilada”? ¿Acaso no es cierto que justamente en los últimos 20 años se ha aclarado cada vez más nítidamente la configuración del “capitaloceno” basado en la especulación y sus poderes fácticos fuera de control, con sus efectos devastadores para el medio ambiente natural, con su distribución tan extremadamente desigual de los bienes socialmente generados, con su condena de miles de millones de seres humanos a vivir en condiciones infrahumanas? ¿No refuerzan estas ideas la posición de quienes afirman que no hay posibilidad de remediar el sistema social vigente, sino que lo que toca es soñar con y avanzar hacia el inicio de una nueva etapa civilizatoria?

Un segundo elemento interesante es el cambio observable a lo largo de los años en la obra habermasiana con respecto a la religión (naturalmente, se refiere más que nada a los cristianismos europeos y norteamericanos). Inicialmente, y al igual que muchos científicos sociales latinoamericanos de esa época, Habermas sostuvo la idea del cercano desvanecimiento de toda religión, pues definió el pensamiento hegemónico de la modernidad como “postmetafísico”. Pero desde los años 80 se ha ocupado cada vez más del tema, por ejemplo, discutiendo con el renombrado teólogo y entonces cardenal Ratzinger y con profesores de la Facultad jesuita de Filosofía de Múnich; el título del libro colectivo resultante del último evento mencionado es el mismo de su aportación al mismo: La conciencia de lo que falta. A pesar del neofundamentalismo constatable hoy día en varias religiones mundiales, Habermas, quien personalmente sigue distanciado de cualquier credo, rastrea ahora los núcleos racionales de ellas. Reconoce en las comunidades eclesiásticas componentes antisistémicos que superan el interés individual y cultivan en su centro la atención al bien común, por lo que llega a la conclusión de que la filosofía postmetafísica no sustituirá ni desplazará la religión, y que el debate entre razón y fé puede ser fructífero para la sociedad. ¿No es esto un llamado para un continente todavía formalmente cristiano? Ciertamente se trata de un reto particularmente difícil en un país como México, cuyas universidades no poseen, por razones históricas, facultades de teología. Esta dificultad se incrementa porque las iglesias cristianas en la región no cuentan, con excepción de los reducidos núcleos enfocados en la teología y la filosofía de la liberación, con foros dedicados al diálogo serio y sostenido entre filosofía, ciencia y teología, alejándose así del milenario esfuerzo de “la fe que busca entender” ([i]fides quaerens intellectum[/i], como ya lo expresaran Agustín de Hipona o Anselmo de Canterbury).

Finalmente, ideas habermasianas también pueden iluminar la discusión actual sobre multiculturalidad e interculturalidad. Muchas de sus posiciones más relevantes se encuentran estacionadas en la simple exigencia –desde luego fundamental y necesaria– del “respeto” a creencias, prácticas e instituciones tradicionales, ante todo, indígenas. Menos visibles son las propuestas concretas para organizar la convivencia pacífica y mutuamente enriquecedora de grupos culturalmente diversos, tanto a nivel nacional (donde los pueblos indígenas siguen siendo socialmente inferiorizados y, por tanto, con poca fuerza para defender sus culturas), como en el nivel internacional. Uno de los objetivos de las búsquedas constantes del nonagenario filósofo ha sido precisamente la definición teórica –y la exigencia política– de las condiciones de posibilidad para la interacción libre de dominación, y la formulación razonada de normas sociales universalmente válidas.

Frente a la cada vez más difundida, pero equivocada, confianza de que aparatos “inteligentes” y dictados tecno-burocráticos resolverán casi cualquier problema actual y futuro, la obra de Jürgen Habermas recuerda que para las grandes preguntas de la vida individual y colectiva no hay recetas ni respuestas expeditas, sino que lo que hace falta es la metódica y reflexiva búsqueda de la verdad, en la que se combina el análisis crítico de lo existente con la propuesta argumentada de lo pendiente.

*Investigador de la Universidad Autónoma de Yucatán.

[i]Mérida, Yucatán[/i]
[b][email protected][/b]


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