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Nalliely Hernández*
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Lunes 1 de julio, 2019

En los últimos meses el carácter secular de nuestra vida política ha sido puesto en cuestión a partir del escándalo que suscitaron las acusaciones de violación, producción y distribución de pornografía infantil, tráfico con propósitos sexuales, conspiración y extorsión, por parte del estado de California, dirigidas al líder espiritual de la Iglesia de La luz del Mundo, Naason Joaquín García. Ello después de que en mayo pasado diversos legisladores promovieran y entregaran un reconocimiento al líder espiritual y realizaran un concierto por su cumpleaños en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México. Asimismo, el ayuntamiento de la ciudad de Guadalajara aprobó entregarle una medalla [i]honoris causa[/i] por su labor humana y altruista.

Si bien las acusaciones de pederastia y abuso contra menores y delitos relacionados no resultan sorprendentes en las instituciones religiosas, después de los escándalos internacionales de los últimos años en la iglesia católica, lo que este nuevo evento ha puesto sobre la mesa de la discusión pública, de manera más clara, es la relación entre la vida política y la institucionalidad religiosa. Este episodio ha mostrado de forma muy evidente los vínculos y tratos de mutua conveniencia que esta iglesia ha establecido con partidos políticos, legisladores y gobernantes a distintos niveles. Aunque esta relación es vieja e implícitamente conocida, hoy muestra la necesidad de rediscutir el carácter secular o laico de nuestra vida pública, quizá de una forma más abierta.

En los siglos pasados, el proyecto de secularización propio de la Ilustración se mostró como un camino para abandonar el dogmatismo y autoritarismo que había en la autoridad teológica en la vida pública, en pos de sociedades en las que la racionalidad y una organización no autoritaria guiara un progreso comunitario que excluyera a la religión. Sin embargo, a raíz de las Guerras Mundiales y diversos eventos durante el siglo pasado, este proyecto fue señalado como, al menos parcialmente, fracasado. Entre otras cosas, resultó que la racionalidad modelada por la ciencia no era intrínsecamente liberadora y que las mismas injusticias terribles podían realizarse en su nombre o con su ayuda, abriendo paso para el replanteamiento de la vida pública desde muchas perspectivas.

En particular, en México, la vieja y enraizada separación entre Estado e Iglesia proveniente del juarismo, aparenta cumplir con el imaginario colectivo de una nación laica. Sin embargo, lo cierto es que en la práctica y la cotidianidad la vida mexicana es aún muy religiosa. Otros escenarios, no obstante, se muestran muy distintos en las diversas sociedades democráticas: si Francia puede ser ejemplo de laicidad social y estatal; en Estados Unidos la vida política está vinculada de manera muy abierta con la religión; o tenemos el ejemplo de España, donde a pesar de no haber una separación entre Estado e Iglesia (hay subvenciones a instituciones religiosas, educación concertada, confesionarios en las universidades), la vida cotidiana resulta mucho más laica que en nuestro país (las iglesias están prácticamente vacías y las normas morales y vida cotidiana tienen poco que ver con la vida religiosa).

[b]Conveniencia o inconveniencia de lo religioso en la vida pública[/b]

Por tanto, estos diversos escenarios y vínculos políticos que salen a la luz pública en nuestro país con una tradición de Estado aparentemente secular desde hace casi un siglo y medio, aunado al penoso papel social que tienen las instituciones religiosas en muchos casos, obliga a una reflexión sobre la conveniencia o inconveniencia de lo religioso en la vida pública. Por un lado, la secularización está relacionada con la idea de evitar una autoridad última en la organización social, es decir, con la idea de que los criterios que norman nuestra convivencia deben ser estrictamente humanos, locales, acuerdos siempre en discusión y democratizados. En definitiva, la idea de que no hay autoridad última (Dios) excepto nuestros propios ajustes. Por otro lado, diversos teóricos han apuntado en los últimos años a una recuperación del potencial político que tienen las ideas religiosas. Por ejemplo, Simon Critchley en su texto [i]The Faith of the Faithless[/i], articula la perspectiva de la teología política como una necesidad de mantener un ideal para guiar la vida política o el propio Slavoj Žižek en [i]The Puppet and the Dwarf[/i] recupera el potencial emancipatorio que encuentra en el cristianismo.

Al mismo tiempo, la aparición en el mundo contemporáneo de nuevas formas de religiosidad, denominadas religiones seculares, que se realizan en torno a ciertas actividades (deporte, comida o la propia ciencia) y que otorgan sentido de vida a los individuos, parecen apuntar a cierta tendencia humana a articular un sentido sacro de sus acciones (debo mi conocimiento de este tipo de religiosidad al profesor Julio Rodríguez). Sin embargo, parecería que este tipo de religiosidad light, resulta políticamente mansa o más adaptada al escenario capitalista contemporáneo (ya que armoniza con una ritualidad vinculada un alto nivel de consumo y cierta resignación del estatus quo). Por lo que, parecería que ello favorecería aún más la tesis emancipadora cristiana o de la religión tradicional que de distinto modo sugieren Critchley o el filósofo esloveno.

De esta forma, el ideal ilustrado se vuelve más borroso y cuestionable, por un lado, parecería que a la actividad humana le cuesta trabajo renunciar a criterios que puedan estar más allá de ella misma, recurriendo de una u otra forma a nociones trascendentes que articulen tanto la vida pública como privada. Por otro lado, de acuerdo con algunos teóricos, esta idea no siempre resulta políticamente indeseable, ahí está el caso de los activistas de la teología de la liberación o la propia figura emancipatoria de Jesús o de Pablo. Sin embargo, parecería socialmente saludable que este vínculo entre religión y vida política resultara más abierto y franco que los tratos ocultos y engañosos, favoreciendo fines privados, encubriendo delitos y promoviendo la impunidad, que han salido a la luz a raíz de este escándalo espiritual.

Aunque sigo pensando, junto con John Dewey, que apegarnos a lo concreto es nuestra mejor forma de reencantar el mundo, y con otros pensadores que no hay más pautas que las que son meramente humanas, no rechazaría cualquier instrumento que nos sea de utilidad para una mejor convivencia social. Pero sí resulta conveniente que éste sea honesta y clara, si pretende unir, de alguna forma, religión con vida pública.

*Profesora e Investigadora de la Universidad de Guadalajara.

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