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José Juan Cervera
Foto: Enrique Osorno
La Jornada Maya

Martes 11 de junio, 2019

En la historia de la civilización, los animales han sido objeto de múltiples representaciones simbólicas, como un reflejo de las actitudes que asumen los seres humanos al relacionarse con ellos.

Éstas varían de la benevolencia al menosprecio. Unos son piezas de caza o de consumo, otros de acompañamiento; muchos más son destinados al abandono o al exterminio.

El perro encarna una presencia notable en las letras universales, tal vez por los lazos que puede llegar a establecer con sus amos. La poesía trae abundantes muestras de ello. Así, en el canto primero de [i]Las peregrinaciones de Childe Harold[/i], el personaje al que dio vida Lord Byron, tras iniciar su periplo que lo enajena del prójimo y conjetura que acaso su perro pueda echarlo de menos, pero si durante su ausencia otras manos se hubiesen ocupado de él, en un probable regreso a su patria, acabaría desconociéndolo a pesar de las atenciones que le prodigó.

Rafael Alberti visualiza a los perros en el pavoroso cuadro de la guerra, con las familias en zozobra en medio de la ciudad bombardeada; desde una mirada compasiva hacia otras formas de vida, ensancha la camaradería del fiel cuadrúpedo aludido en el poema hacia los pares de su especie: “Mira esos perros turbios, huérfanos, reservados,/que de improviso surgen de las rotas neblinas,/arrastrar en sus tímidos pasos desorientados/todo el terror reciente de su casa en ruinas”. (A “Niebla”, mi perro).

Los versos del soneto XIX de [i]La noche rústica de Walpurgis[/i], de Manuel José Othón, acaso sean los más conocidos y estremecedores de todos los que en la poesía mexicana exaltan la figura leal y protectora del perro, de tal modo que su inscripción en bronce aparece en uno de los muros de la casa del escritor potosino como fragmento representativo de la extraordinaria sinfonía dramática que el autor de los Poemas rústicos dedicara al yucateco José Peón y Contreras.

Algunos escritores yucatecos se han referido también a este acompañante de las angustias y alegrías humanas. En un poema de juventud que Carlos Duarte Moreno publicó en el periódico [i]El Popular[/i] en julio de 1922, transforma la muerte de un perro en motivo de expresión artística. Lo describe con la evocación de un perro triste y enflaquecido que se acomoda en un rincón junto a su amo viéndolo escribir, pobre como él y enamorado del crepúsculo, más confiable que muchos hombres. “Duerma en paz como todos, aunque crea/en otra vida sin dolor ni punto,/y que la paz de los sepulcros sea/sobre mi pobre perro ya difunto.” (Hoy ha muerto mi perro).

Se hicieron frecuentes las ocasiones en que Duarte Moreno dirigió su atención a estos especímenes. En un artículo que entregó al [i]Diario del Sureste[/i] en mayo de 1935 enumera las cualidades que advierte en el perro y lo llama Quijote del reino animal. “Si el hombre va sobre piedras, sobre espinas, sobre espinas y sobre piedras el perro va. No le importa la choza o el escarpado. Se acurrucará vigilante junto al límite de lo que su dueño tenga por hogar, por terreno, por destino. Su ladrido será clarín para anunciar la proximidad del intruso, animal u hombre. Pelearía con lobos hasta desgarrarse las entrañas defendiendo a los suyos”. (Elogio del perro).

Unos meses después, en agosto de ese año, Duarte publicó una crónica en el mismo medio, en la que da cuenta del atropellamiento que el conductor de un automóvil consumó en contra de un perro con plena intención de causarle la muerte. Describe las variadas reacciones de las personas que circundaban el lugar de los hechos y reflexiona sobre el respeto que merecen los animales, lo mismo aquellos a los que hacen cargar pesos excesivos sobre sus lomos como las avecillas que son abatidas al filo de un cruel entretenimiento. “La impiedad tiene su incubación. El niño que torturó animales y no aprendió a sentir conmiseración por ellos, al llegar a hombre sonríe con desprecio y con pretendido aire de superioridad al oír que alguien se duela de los animales”. (La calle no es para los perros).

El poeta yucateco expone en sus versos los afanes competitivos de las grandes potencias en pugna en ese entonces, atizando las tensiones que aquejaban al mundo. Asienta con ternura y buen juicio: “Y dando vueltas por el cielo sola,/en desvelo la flor de su inocencia,/primera mártir, inmoló la ciencia,/el alegre retozo de su cola.//Sólo se mira del cielo como ola/y no siente de los astros la influencia;/de su vida la atmósfera presencia/el holocausto de mirarse sola.//Esperamos, ¡oh Laika! que no entierra/el hombre un sacrificio ineficaz,/si en sus pasos de siempre no se encierra.//No obstante su sueño pertinaz,/que en el mundo se olvide de la guerra/y encuentre los caminos de la paz.” (Teoría y sueño del vuelo). Estos sonetos aparecieron también en el Diario del Sureste en agosto de 1963.

[i]Mérida, Yucatán[/i]
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