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del

Pedro Bracamonte y Sosa*
Foto: Enrique Osorno
La Jornada Maya

Miércoles 29 de mayo, 2019

El hombre que llamó a la puerta ofreció su servicio de lavador de automóviles en la vía pública y “a pleno rayo del sol”. Primero fue uno y después acaso dos o tres vehículos en esa oficina de servidores públicos. Aquel hombre vivía en la calle y dormía, por entonces, en un estacionamiento de camionetas de turismo que debían estar limpias muy temprano. La mujer y los hijos, abandonados, pasaban la miseria en algún pueblo a una hora de la ciudad más segura del país. El aguardiente le acompañaba y lo reunía con algunos pocos amigos de recorrido en búsqueda de los mendrugos del pan diario. Sus siglas son don N. L. Una mañana la suerte le ofreció una oportunidad, sólo una. Como lavador de pisos y baños, y más, en la oficina de aquellos burócratas de clasemediero perfil. Unos dos días y luego cinco, y al paso del tiempo un contrato renovable anualmente con acceso a servicio médico, a Fovissste y aguinaldo. El hombre tomó de tajo la posibilidad. Hace unos ocho años tuvo acceso a un crédito de vivienda que le liberó de la falta de techo, y ya había abandonado el alcohol por méritos propios.

De los golpes a la puerta han pasado 15 años. El hecho es que un tiempo así no perdona, y con casi 60 años el presente le resulta de inmensa incertidumbre pues se le han renovado contratos pero nunca se le otorgó una plaza fija. Con lo que paga por la vivienda recibe 750 pesos netos a la quincena. Su diabetes es regularmente atendida en hospital público gracias a su empleo, y con los trabajos que realiza los sábados se procura algún dinero más. Decir que vive una vida modesta es exagerar demasiado. Apenas y sobrevive con su mujer y eso que sus hijos le auxilian en algo.

Como sea, es afortunado de tener trabajo y tal vez llegará al cobro de una pensión si no lo cortan. Su diario vivir es algo así como un juego de malabares: al no llegar las medicinas que le deben dar en el hospital, las adquiere en farmacia privada para lo que pide préstamos que cubre con trabajo extra o poco a poco, o bien empeñar algún pequeño bien en el Monte de Piedad. Pagar electricidad, gas, predial y más gastos fijos hace que la deuda crezca y tenga que acudir a los usureros de las tiendas de los pagos chiquitos, que le consumen buena parte de su salario en altísimos intereses. En la jerga coloquial se diría que está en “un estire y afloje” interminable. El hombre que llamó a la puerta siente angustia y desesperación cada día en esa “la oficina de los servidores públicos” de altos salarios. Su destino es acomodar las deudas para rescatar algo en alimentos y servicios. Lo dije claro: acomodar las deudas, no los ingresos.

Don N. L. es mexicano y se parece mucho a su país y al nuevo gobierno llamado de la Cuarta Transformación. A su país, pues es parte de un conglomerado (80 millones) que administra deudas, y observa indemne cómo la riqueza se acumula más y más en unas pocas manos. Es decir, en palabras de economista percibe la manera como la tasa de retorno del capital es más elevada que el crecimiento del Producto Interno Bruto, mientras el salario es siempre menor a este índice.

Resulta una extraña paradoja que la Cuarta Transformación pueda destruir lo que este trabajador ha logrado en tres lustros. Pues si a la austeridad republicana sigue la pobreza franciscana, ni duda cabe que él y sus compañeros terminarán en la calle, quizá lavando automóviles. Y es que los recortes presupuestales más que bienvenidos son obligados para acabar con el despojo que significa la corrupción. Esperamos que el nuevo gobierno afine la puntería y no despoje a los que menos tienen. Por el contrario, en el servicio público existe una clase de trabajadores que debe ser protegida antes que nadie: eventuales, de contratos temporales, y más. Porque han dado su esfuerzo al país, por años, y siguen en la pobreza, y ahora son los primeros amenazados. Se les debe ofrecer plazas fijas y acceso a todos los beneficios de ley. A cambio, estoy convencido que es momento de realizar el gran recorte que ahorraría inmensos recursos al gobierno para destinarlos a servicios e inversiones. Propongo recortar hasta cero el subsidio que se otorga a todos los partidos políticos. Sostener nada más el costo de las instituciones electorales. Los partidos deben ser mantenidos, por ética, por sus militantes y seguidores.

Los pobres llamaron a su puerta al votar por Morena: es obligación de este partido mantenerla abierta.

*Investigador del CIESAS Peninsular

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