Margarita Robleda Moguel
Foto: Ap
La Jornada Maya
Lunes 15 de abril, 2019
Las mujeres hemos comenzado a hablar. Tanto silencio nos llenó de dolor e ira. Las palabras salen a borbotones y atropellan todo a su paso. Es un tsunami que no mide consecuencias ni deudores. Es el pus que tiene que salir para que sane la herida. Es el vómito que brota para limpiar el estómago. Son demasiados siglos de sumisión y abuso.
¿Cuándo comenzó todo? ¿Desde el inicio de los tiempos? Zaratustra, el filósofo persa del siglo VII a.C. dice: “La mujer debe de adorar al hombre como a un dios. Cada mañana por nueve veces consecutivas, debe arrodillarse a los pies del marido y preguntarle: Señor ¿qué deseas que yo haga?
“El peor adorno que una mujer puede querer usar es el ser sabia”. Lutero.
“La naturaleza sólo hace mujeres cuando no puede hacer hombres. La mujer es, por tanto, un hombre inferior”. Aristóteles.
A mi bisabuela materna, su padre le regaló en 1889 un libro publicado en Barcelona: [i]Camino recto y seguro para llegar al cielo[/i]. Habla de los deberes de los esposos. Menciono algunos. Obligaciones del esposo: “Dirigirla como a inferior”. “Tener cuidado de ella como guarda que es de su persona”. “Mantenerla con decencia”. “Sufrirla con paciencia”. ”Corregirla con benevolencia”.
Obligaciones de la esposa: “Apreciar al marido”. Respetarle como a su cabeza”. “Obedecerle como a superior”. “Asistirle con toda diligencia”. “Ayudarle con reverencia”. “Callar mientras está enojado y, mientras dure el enfado”. “Soportar con paciencia sus defectos”. “Repeler toda familiaridad”.
Mi bisabuelo salió galán y su esposa, callada y sumisa, cumplió las reglas y siguió el camino recto y directo para llegar al cielo. Murió joven, pero dicen los que saben que las mujeres al nacer llegamos con todos los óvulos que algún día serán fecundados. En los de mi abuela venían impresos la ira callada y el dolor atropellado de una niña que quería ser buena. Ira y dolores que se sumaron a los de ella y pasaron a mi madre y luego a nosotras sus hijas. Así que cuando gritamos ¡basta!, me pregunto de cual de todas nosotras es la voz.
El objetivo es que nos entendamos. El hombre ha golpeado, pero no ha contado su parte de la historia. ¿Qué ha hecho con sus ternuras? ¿Qué con sus sentimientos? ¿Con sus miedos? “Aguántense como los machos”, le dijeron. “¡Los hombres no lloran!”.
El tiempo ha llegado para abrir las compuertas. Que salga todo lo que tenga que salir. Toca hablar, hablar mucho. descubrir juntos el punto de encuentro. Mientras haya vida, tenemos esperanza de entendernos.
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