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Óscar Muñoz
Foto: Raúl Angulo Hernández
La Jornada Maya

Martes 5 de marzo, 2019

Por lo general cuando los individuos aprenden a leer lo hacen junto con el aprendizaje de la escritura. Eso sí, primero la gente aprende a leer e inmediatamente después, a escribir. Algunos afirman que la lectura es un aprendizaje superior al de la escritura. En algo tienen razón, así como primero aprendemos a escuchar y después a hablar, sucede lo mismo con la lectura y la escritura. Además, nadie podría escribir nada si antes no aprendió a leer. Sólo es posible escribir con el mismo lenguaje que fue adquirido a través de la lectura.

Si alguien quiere realmente escribir bien, con la mayor claridad y precisión posible, habrá que tomar como base sus lecturas, es decir, las escrituras de los otros, que, a su vez, aprendieron el lenguaje de otros escritores. En el fondo, este proceso es resultado del aprendizaje de las formas de pensar de los demás. Aunque esto no significa que alguien se apropie directamente de los pensamientos del otro, sino que filtra los pensamientos y el lenguaje de ese otro y selecciona aquellas formas de expresión que más le convengan y conforma su propia escritura.

Cabe destacar, además, que grandes escritores prefieren la lectura que la escritura. Estos autores valoran mucho más la lectura por lo placentera que resulta, sin menoscabo de la escritura deleitosa. Por ejemplo, Jorge Luis Borges afirmó: “Que otros se enorgullezcan por lo que han escrito, yo me enorgullezco por lo que he leído”. Por su parte, Carlos Fuentes dijo una vez: “Tienes que amar la lectura para poder ser un buen escritor, porque escribir no empieza contigo”.

[b]Herramienta fundamental[/b]

Si bien es cierto que la lectura es una herramienta fundamental para el aprendizaje, también es cierto, y seguramente más importante, que leer es esencial para desarrollar el pensamiento. René Descartes decía que “leer un libro enseña más que hablar con su autor, porque el autor, en el libro, sólo ha puesto sus mejores pensamientos”. Otro pensador que ha considerado que la lectura es la mejor forma de pensar es Arthur Schopenhauer, quien dijo: “Leer es equivalente a pensar con la cabeza de otra persona en lugar de con la propia”.

La lectura está más allá de sólo reconocer signos escritos con el fin de comprender un texto. Leer implica pensar, potenciar las ideas propias a partir de las ajenas. El pensamiento adquiere forma material con las palabras, ya sean dichas o escritas, por lo que el lenguaje es pensamiento. Si bien en un texto hay pensamientos de otro, el lector reconoce tales pensamientos y puede estar de acuerdo o no con las ideas de ese otro, aunque lo más importante es que los pensamientos ajenos pueden provocar pensamientos propios y con el mismo lenguaje utilizado por el otro.

Otra relevancia respecto de la lectura y el pensamiento está en los textos de aquellos que murieron hace muchos años, algunos de los cuales siguen siendo leídos y disfrutados, comprendidos y hasta cuestionados. Tales libros históricos han permitido saber no sólo las ideas de los ancestros de una determinada sociedad, sino cómo pensaban, cómo imaginaban y cómo comunicaban sus pensamientos. Tener las lecturas antiguas en la memoria social enriquece, además del lenguaje, el pensamiento. A fin de cuentas, aunque el autor de algún libro haya muerto hace cientos de años, lo importante es que han quedado sus pensamientos.

[b]Más que interiorizar el exterior[/b]

El pensamiento no es sólo una manera de interiorizar el exterior, es más que eso: implica promover la fuerza de saber y hacerlo saber. Al pensar, el individuo construye una especie de sistema de conocimiento, como una técnica que aplica para descubrir, analizar, comparar, imaginar o crear. Y la mejor forma de practicar -como una gimnasia- la interiorización de lo existente en el mundo exterior y el mundo interior ajeno, es la lectura. De aquí la necesidad de promover la lectura como la mejor manera de pensar.

Finalmente, habrá que considerar que la lectura y el pensamiento son coexistentes, incluso una depende del otro. No hay texto alguno que carezca de los pensamientos de quien lo escribió. Y en consecuencia, no hay ningún lector que enfrente un texto vacío de ideas e imaginación. Es posible que algún mal lector tenga problemas para reconocer los pensamientos escritos, pero no quiere decir que no los haya. Sólo es un asunto de falta de habilidad en la lectura. En este aspecto, cabe destacar que las personas pueden tolerar que se les tache de malos lectores, pero no malos pensadores.

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