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José Juan Cervera
La Jornada Maya

Miércoles 20 de febrero, 2019

La narrativa mexicana del siglo XIX contiene una riqueza capaz de satisfacer los más variados gustos, evocando los pormenores de un tiempo convulso y sugestivo. Es hermosa la posibilidad de aquilatar los ecos de formas de vida e instituciones, figuras representativas y sistemas de valores, brillos y opacidades que la historia como recurso descriptivo capta con agudas limitaciones.

Es verdad que el cuento, la novela y otros géneros comparten características que los delatan como hijos de una época que recibió influencias originadas en corrientes de pensamiento de firme presencia en ese entonces, como la filosofía positivista y el impulso del romanticismo que colmó los salones y los gabinetes de redacción sosteniendo una visión del mundo que coexistió con nociones ya en retirada, pero también es cierto que entraña deleitosas sorpresas el descubrimiento de las particularidades estilísticas de cada autor situado, con mayor o menor visibilidad, en un registro nominal que pareciera quedar únicamente a disposición de los especialistas en estudios literarios.

Francisco Sosa (1848-1925), crítico y biógrafo nacido en Campeche cuando Yucatán abarcaba todo el territorio peninsular, fue autor también de textos narrativos que el uso aceptado por sus contemporáneos dio en llamar leyendas. Su libro [i]Doce leyendas[/i] apareció en 1877 con el sello de la Imprenta y Litografía de Ireneo Paz. Una selección de cuatro de ellas vio de nuevo la luz en 1986. A pesar del tiempo transcurrido hasta hoy, su lectura es disfrutable y atrayente.

El conjunto de ellas muestra los obstáculos que las diferencias económicas y sociales significaban para las uniones apasionadas porque las conveniencias materiales hacían más codiciables, para algunas familias, otros prospectos matrimoniales. Sosa describe las costumbres que prescribían la regulación del cortejo y el noviazgo, sus escenarios públicos y sus complicaciones privadas, sus conflictos y sus apetencias.

[i]El doctor Cupido[/i], [i]Magdalena[/i], [i]Luisa[/i] y [i]Rosalinda[/i] son los nombres de las historias que componen este volumen. Hacen del sentimiento el motor de su trama, aludiendo a algunos pasajes de la historia nacional en la centuria antepasada y poniendo a la vista ciertas prácticas cotidianas que revisten interés para el conocimiento de épocas antiguas.

La primera narración da comienzo en la costa de Veracruz y concluye en la capital mexicana. Trae consigo un convincente alegato en contra del “ciego espíritu de localismo” que tiende barreras a la comprensión entre los habitantes de los distintos puntos de un país cuyas variaciones culturales pueden guardar bellezas y ventajas para sus compatriotas de otras regiones, siempre que estén dispuestos a deponer prejuicios para favorecer el aprecio de otras formas de conducta.

El segundo relato, al que su autor hace breve referencia en una crónica periodística fechada el 30 de junio de 1871, trata de amores contrariados que al final obtienen recompensas y castigos de acuerdo con la contextura moral de quienes intervienen en ellos. Sosa se permite algunas reflexiones sobre los afectos, entre las que sobresalen las que dedica a su concepto de la pluralidad del amor, doctrina que a su juicio hubiera merecido propagarse como una de las grandes conquistas de aquel siglo.

La siguiente historia discurre en el cauce que los enlaces por conveniencia abren a la amargura y al destino infortunado. Los paseos en la llamada Ciudad de los Palacios y los bailes de salón imprimen ambiente de época al camino que sigue Luisa, su protagonista, hasta derrochar su belleza y su juventud en acciones que le acarrean la censura social y una posición distante de sus miras iniciales.

El texto final asume la forma de unas memorias íntimas que confían al lector las vicisitudes del enamoramiento de una pareja, enmarcado en el contraste apacible del pueblo de San Ángel frente a la agitación y las murmuraciones de la urbe que domina los giros de la voluntad.

Algunas ediciones recientes se han ocupado de la obra de Francisco Sosa, como la que compiló Faulo Sánchez con sus crónicas periodísticas en 2010, y sus aforismos que Javier Perucho puso de nuevo en circulación en 2016, con lo que sientan un buen precedente para recuperar la memoria de un yucateco que, en respuesta a sus circunstancias históricas, consagró su pluma al ejercicio de un afán honroso y edificante.

*Francisco Sosa. [i]El doctor Cupido y otras historias[/i]. México, Instituto Nacional de Bellas Artes-Premiá Editora, 1986, 130 pp.

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