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La Jornada Maya
Foto: Enrique Osorno

Viernes 15 de febrero, 2019

Vivimos tiempos de amor colérico. La República Amorosa antes de sentarse a dar amor, está intentando sacar los trapitos al sol de los [i]affaires[/i] del pasado. Los previos novios de la patria eran unos ladrones, infieles (con gringas, güeras y [i]fifís[/i]), además de abusadores y derrochadores, dice el nuevo enamorado que intenta exorcizar todo lo que no huela a él.

En ese escenario de amor y cólera amalgamados uno se pregunta ¿cómo se gobierna en estos tiempos? Uno puede responder que se gobierna con la fuerza (el ejército y la policía), con dinero (los programas y apoyos), con carisma (las sonrisas y la imagen), con política (los pactos en la luz o lo oscurito) y no faltará el que diga que con ganas y voluntad (esa santa e incansable [i]gansidad[/i]).

En Yucatán la apuesta pareciera ser por gobernar con autoridad. Sí, ese concepto intangible y etéreo que muchas veces se nos olvida, pero que ha sido vigente desde Grecia y la República Romana.

La Autoridad en el sentido clásico -sí, en esa definición llena de dos mil años de polvo e historia- es la capacidad de mandar, dirigir e influenciar porque se tiene prestigio, porque se actúa para hacer valer las leyes vigentes, porque se tiene habilidad y saber acompañados de una brújula moral.

Si alguien tiene autoridad en una materia, no necesita imponerse rudamente, se le apoya o cree, de manera natural, porque se sabe que ella o él tiene buena fe y capacidad para convertir esa buena fe en resultados concretos. Quien tiene autoridad tiene la moneda más valiosa para gobernar una democracia e impulsar su desarrollo, tiene legitimidad.

La autoridad genera, además, confianza y certeza; evita que tengamos que leer entre líneas o buscar tras bambalinas en el ejercicio del poder, pues lo que vemos es lo que es y lo que hay.

Quien tiene autoridad no es un santo ni blanca oveja, menos una inocente paloma, pero está claro que es -por lo menos- decente, tiene límites y principios mínimos. Quien tiene autoridad está probado en los hechos, en la experiencia y en el mundo real como una fuerza positiva (y no abusadora) para que las cosas pasen.

Si revisamos al nuevo gobierno estatal y algunas de sus acciones más visibles, veremos que sus actuares más memorables han sido en pos de la construcción de una autoridad, de demostrar a la ciudadanía que van a actuar sobre las cosas que todo el mundo sabía, pero de las que nadie hablaba o sobre las que nadie hacía algo.

La lista es muy precisa. Una Secretaría de la Mujer, en un estado con una soterrada y brutal violencia de género y misoginia que parecía no importarle a nadie en puestos de poder. La comunicación a la ciudadanía de desequilibrios presupuestales por miles de millones, que antes eran materia vedada. Un poco de luz en la oscuridad de la salud y las cavernosas entrañas de hospitales y clínicas. Llamar a cuentas y arrancar licencias para “robar legalmente” que tenían algunos notarios y escribanos; abogados que decenas podían atestiguar que eran todo menos buenos fedatarios de una fe pública que manoseaban a su antojo.

Un entregar en cada viaje y a través del usuario el subsidio al transporte público (logrando las bajas de las tarifas), algo que antes era asunto millonario, político y gris a puerta cerrada, y que nunca le llegaba al presupuesto familiar del ciudadano que más lo necesita.

[b]Elefantes en la sala[/b]

Aquí en Yucatán teníamos muchos elefantes en la sala, paquidermos que nadie quería ver y muchos menos salir a cazar. Hoy esos gordos animales grises (que pertenecen a una especie que no está en peligro de extinción), por lo menos ya dejaron de estar cómodamente sentados a sus anchas en la arena pública.

Construir los cimientos de su autoridad pareciera ser una acción sistemática del gobierno de Mauricio Vila, un poner piezas con cuidado y siguiendo un plan general para ganar y mantener la confianza ciudadana en sus decisiones. Si gobernar desgasta, la autoridad es el gran antídoto contra esa erosión.

En tiempos de una República Amorosa llena de pasión, cólera y arrebatos, tener autoridad y con ello una legitimación socialmente reconocida, es la mejor esperanza para que Yucatán no se quede sólo mereciendo.

*El papel arde a los 233 grados centígrados, tal como lo hace en la inmortal novela de Ray Bradbury, Fahrenheit 451.

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