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del

Nalliely Hernández*
Foto: ilustracion imagenesmi.com
La Jornada Maya

Jueves 31 de enero, 2019

Recientemente se ha intensificado el uso del término posverdad, y suele estar inserto en contextos políticos y remitir a la idea de que vivimos tiempos en los que la verdad ya no es importante. Así, nos dice Pilar Salvá: “El uso de la palabra posverdad se ha intensificado de tal manera que algunos diccionarios del mundo la han nombrado ‘palabra del año’: post-truth fue nombrada neologismo del 2016 por el Diccionario Oxford.”

En un artículo titulado “La era de la posverdad”, Thedoro Schaarschmidt afirma que el término aparece recurrentemente después de la declaración de Ángela Merkel, posterior a su derrota electoral del 2016 en la que afirmaba: “últimamente vivimos en tiempos posfactuales, esto seguramente significa que la gente ya no se interesa por los hechos, sino que obedece solo a los sentimientos”.

[b]Manipulación de la realidad[/b]

En clara similitud con esta declaración, la Real Academia Española define el término como “distorsión deliberada de la realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales”. Es claro que esta descripción coincide con diversos escenarios políticos en los que presidentes, líderes y figuras públicas parecen recurrir a la manipulación de información, generalmente aceptada para justificar sus acciones o sus propias agendas políticas. Encontramos como ejemplo ilustrativo el famosos caso de la negación de Donald Trump acerca del cambio climático.

Al mismo tiempo, el término posverdad suele asociarse con la idea de que vivimos en tiempos de la posmodernidad y, por tanto, esta definición de despreocupación ante la verdad y los hechos sería efecto de que vivimos en una época propiamente posmoderna. Por tanto y debido a que la verdad es un término que tradicionalmente ha sido objeto de estudio del campo filosófico, implica peligros políticos para la construcción de las democracias contemporáneas. ¿Es así? ¿Es nuestra época representativa de una sociedad despreocupada por la verdad? ¿Esto plantea un problema filosófico de la cultura contemporánea?

[b]Posverdad y posmodernidad[/b]

Creo que este fenómeno no obedece a un problema filosófico, y más bien se trata de una confusión entre dos usos distintos del término verdad. Ello pone sobre la mesa la idea de que la posmodernidad, en tanto reflexión filosófica, no conlleva un peligro político.

La posmodernidad es un término que ha dado cuenta a un cambio de época de las sociedades industrializadas en el que, entre otras cosas, la narrativa de la historia ya no es única y general, y por tanto, da pie a la reivindicación del surgimiento de una pluralidad de perspectivas en diferentes campos de la cultura, la historia, el arte y la política, que se consideran todas igualmente legítimas. En particular, en el ámbito filosófico la reflexión posmoderna ha cuestionado la idea de que podamos construir una teoría de la verdad, esta afirmación obedece a un junto de rupturas históricas, sociales, científicas, epistemológicas, entre otras, ocurridas durante el siglo pasado, en las cuales diversos pensadores pusieron en duda la idea de que los criterios que tenemos en una comunidad para distinguir lo verdadero de lo falso pudiera ser un conjunto de criterios únicos, universales y ahistóricos.

El problema de la naturaleza de la verdad -si es universal y atemporal o es concreta y particular-, es uno de los más viejos de la filosofía. Nos puede remitir por lo menos hasta Platón, y a la distinción que hizo entre apariencia y realidad. Esta separación típicamente platónica ha tomado diversas formas a lo largo de la historia, pero en todas ellas toma forma la idea de que encontrar la verdad tiene que ver con poder superar las apariencias para acceder a la realidad, tal y como es en sí misma. Una verdad que no depende de normas o reglas meramente humanos, por tanto, absoluta.

[b]Realidad, inaccesible[/b]

Si bien el término de posmodernidad puede ser equívoco en su uso y significar muchas cosas, muchos de los pensadores posmodernos han puesto en duda la legitimidad de esta distinción. No obstante, la propuesta más interesante de estos pensadores no consiste en afirmar que no podemos superar las apariencias para acceder a la verdad, entendida como la realidad en sí misma, sino en que la propia diferencia entre apariencia y realidad es una diferencia ociosa e inútil en términos prácticos, ya que la noción de realidad en sí misma o absoluta es inaccesible. No sabríamos cuándo y cómo llegamos a ella.

Por el contrario, para filósofos que son calificados como posmodernos, como el norteamericano Richard Rorty, en la vida cotidiana el deseo de verdad está relacionado con el deseo de justificar nuestras creencias, afirmaciones y acciones. Pero esta justificación siempre se realiza ante una comunidad (científica, política, social), por tanto, siempre es modificable, mejorable, falible. Nunca es, en principio, definitiva. Como lo dice él mismo: la verdad es un “cumplido que le prestamos a las creencias que consideramos tan bien justificadas que, por el momento, no es necesario una justificación ulterior”.

Por tanto, esta actitud filosófica que niega que la verdad sea algo absoluto, universal y atemporal que se opone a lo meramente aparente, nada tiene que ver con la idea de que los hechos o la verdad no importan cuando hacemos afirmaciones y llevamos a cabo acciones, como lo sugiere el uso reciente del término posverdad. La crítica a la idea de la verdad en sí misma, no es equivalente a decir que no podemos o no es importante distinguir entre lo verdadero y lo falso, que no debemos justificarnos con todo el rigor que nuestro conocimiento disponible merece, o que cualquier cosa puede ser dicha porque la verdad es relativa. Decir la verdad es ética y políticamente relevante, si bien la caracterización filosófica de ésta es la que está en disputa.

Rorty retrató ya hace algunos años esta confusión sobre el uso de la verdad en su texto Cuidar la libertad: “Creo que lo que realmente preocupa a la gente es la veracidad. Se cree que todo el mundo dice mentiras, lo que suele ser el caso. Todo el mundo miente. Y a la gente le gustaría que dijese la verdad. Pero lo que se quiere decir con esto no es algo que tenga que ver con la naturaleza de la verdad. Sólo se quiere que la gente diga aquello en lo que cree, que los gobiernos digan al público lo mismo que dicen a otros gobiernos”.

En definitiva, la crítica filosófica a la verdad no tiene que ver con normalizar el engaño o la manipulación, como hace referencia el término posverdad en el campo público. Este no es un problema filosófico, sino claramente político. De hecho, el funcionamiento de la democracia exige la libre disposición de información, fiable y justificada. Como el filósofo dice: “Mi lema es que, si cuidamos la libertad, la verdad se cuidará a sí misma”.

*Profesora-investigadora de la Universidad de Guadalajara.

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