La siquiatría se nutre

Alonso Humberto Marín
Foto: Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Lunes 28 de enero, 2019

“No hay nada más traumático que la locura en casa del campesino irlandés...” De este modo responde Edward Shorter a la pregunta ‘¿cómo sería vivir en un mundo sin siquiatría?’ Después lo ilustra: cuando un hombre o mujer enferman, el único camino que tienen para resolverlo es hacer un agujero en el suelo de la cabaña, justo para que pueda caber de pie, y con una reja en la salida para prevenir que escape... le dan al pobre miserable la comida allí, y allí generalmente muere.

Describía un escenario rural de Irlanda en 1817. Sería apresurado intentar justificar que aquello sucedía por falta de métodos terapéuticos adecuados, y no sólo por una falla en el entendimiento de la enfermedad mental. 40 años antes, William Cullen aún se hallaba en la necesidad de argumentar si un caso era “una verdadera Demonomanía” o un caso de melancolía o manía; discusión que a principios del siglo XIX le serviría a Pinel para esbozar los primeros senderos en aquel bosque, en un intento de convertirlo en un jardín que le permitiera entender. Tradición clasificatoria que desde luego no inventó Pinel, pero sí fue el médico francés quien, a fin de dejar atrás aquellas razones sobrenaturales, recurrió a un método analítico, hipocrático, para intentar una clasificación que pudiera atribuirle una causa médica a los afectados de “alienación”. Como lo recordó M. Thuilleaux: “al reducir la locura a entidad mórbida parece como si hubiera hecho lo máximo para dar rostro humano a la enfermedad mental... debemos agradecerle el haber desmitificado la locura para convertirla en objeto de estudio científico... porque la locura no es pérdida de la razón, sino porque es otra manera de ser hombre sin ser el Otro”.

Trazado el jardín —el jardín de las especies, que criticaría Foucault—, comienzan a deambular en él no sólo aquellos por quienes se trazó, sino también todos los que, a través suyo, han querido continuar su “tratamiento moral” por medio de la labor médico siquiátrica. O desvirtuarla.

Por fortuna, hoy la siquiatría se nutre integrando múltiples vertientes. Reflejo de esto es el evento llevado a cabo la semana pasada en la Ciudad de México, las [i]XXI Jornadas Nacionales de Residentes de Psiquiatría[/i], organizadas desde 1970 por la institución siquiátrica más importante de México y América Latina, el Hospital Psiquiátrico Fray Bernardino Álvarez.

Surgieron entonces como un evento “de residentes para residentes” con el objetivo de promover la convivencia y el intercambio académico, cultural y social entre los futuros especialistas. En su edición actual se abrió por primera vez a todas las especialidades. En casi 50 años, las jornadas han mantenido su propuesta inicial, al ser los siquiatras en formación quienes organizan, apoyados por el área directiva, la totalidad del evento.

Lo anterior es de capital importancia, derivada de su origen y su forma. Del primero, si partimos que de quienes surge son los mismos en quienes posteriormente recaerá la salud mental en México, tema relegado a la vez que urgente en nuestro país: si consideramos a la depresión, uno de los trastornos siquiátricos más incapacitantes, los informes señalan que una de cada seis personas la padecerá a lo largo de su vida, pero lo que es quizá más inquietante, es que sólo 25 de cada 100 tendrán acceso a la atención médica.

El otro aspecto significativo de estas Jornadas fue diversidad temática; perspectiva abierta a adoptar, comprender, estudiar y partir de las múltiples especialidades que la siquiatría requiere para un mejor entendimiento del sujeto que a ella acude. Presentaciones como [i]De la red default a la creatividad neuroliteraria de Fernando Pessoa[/i], a cargo del doctor Gómez-Mont, son muestra el enfoque transdisciplinario que se logró crear, en donde el arte se manifestó a través de su expresión literaria: [i]El gallo de oro, de Juan Rulfo, retrato actual de la violencia en México[/i], a cargo del doctor Villaseñor Bayardo; y pictórica: [i]Psicopatología de la expresión[/i], en manos del doctor Reza Garduño. En el persistente intento de comprender a través de unificar conceptos malentendidos como antagónicos, la doctora Flores Mosri presentó [i]Conciencia y neuropsiconálisis[/i], y el doctor Ramírez Bermúdez [i]La construcción neural del Self[/i]. Realidades vigentes como la violencia sexual, el Alzheimer, las sinapsis neuronales, el trastorno bipolar, los videojuegos, e incluso la espiritualidad — no así la religión— y su importancia en la siquiatría, fueron sujetos a discusión por los presentadores y el auditorio.

Un evento como el anterior se forja y crece en un ambiente aún claramente estigmatizado. Apenas en septiembre de 2018, en el marco del [i]Congreso Mundial de Psiquiatría[/i], llevado a cabo en la Ciudad de México, se presentaron, con pancartas y botargas, seguidores de la corriente antisiquiátrica, fenómeno iniciado en la década de los 70 y que aún hoy se manifiesta en eventos como los arriba citados. Curioso señalar que no existe otra rama de la medicina a la que se le oponga un anti: no existe un anticardiólogo, y sería insultante siquiera imaginar una “antipediatría”.

Esto, lejos de afectar al que ejerce la siquiatría, debe ser motivo de reflexión y trabajo comprometido en beneficio de aquellos que en verdad son atacados por semejantes creencias: el paciente de algún trastorno siquiátrico.

Así, las Jornadas Nacionales de Residentes de Psiquiatría conjugan ciencia y arte para darnos a entender que la siquiatría debe permanecer una ciencia en su método y un arte en su ejecución. De este modo se podrá ir borrando aquella creencia de que “no hay nada más traumático que la locura”, para crear un momento histórico en el que aquel afectado por un trastorno siquiátrico encuentre la mejor opción de ayuda, y nosotros el ambiente óptimo para brindar esta atención.

*Médico Residente de 4to año de Psiquiatría, del Hospital Psiquiátrico Fray Bernardino Álvarez

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