Felipe Escalante Ceballos
Foto: ACOM
La Jornada Maya
Miércoles 16 de enero, 2018
En cierta ocasión acompañaba yo al abogado Julio Mejía Salazar en un elegante expendio de bebidas espirituosas y mientras degustábamos sendos vasos de Etiqueta Negra, hielo y agua mineralizada, don Julio me dirigió la palabra: “Pilo, te voy a dar el mismo consejo que a mí me dio mi maestro, el licenciado Guerra Leal, cuando yo colaboraba con él en la Ciudad de México: Procura tomar güisqui o coñac; son las bebidas que menos daño hacen a nuestro organismo; y si no tienes dinero, toma cerveza. No está demás decir que en esos tiempos heroicos yo siempre tomaba cerveza”, finalizó el maestro Mejía.
Buen consejo, sin duda alguna.
Otro día, al comentar el problema en que estaba un colega por haberse “enredado” con una pasante de su oficina particular, Mejía Salazar me dijo muy serio: “Pilo, el despacho es para trabajar, no para hacer tonterías. Nunca te metas con las clientes, las pasantes, ni las secretarias, pues sólo tendrás problemas. Además, es una grave falta al decoro que debe tener un buen abogado. Si vas a hacer “tontejadas”, que sea fuera de tu bufete”.
Excelente consejo.
Tras dos años de recopilar recuerdos de distintos hechos y anécdotas de sucesos que presencié o en los que intervine a mi paso por el Poder Judicial del Estado, pude publicar mi primer libro, Adobado con achiote (2003), gracias al patrocinio del Consejo Editorial de la Universidad Autónoma de Yucatán.
Esa obra la dediqué a mi padre, Felipe Escalante Ruz, y también a los abogados José Jesús Esquivel Cantón y Julio Mejía Salazar, quienes dirigieron mis primeros pasos en el campo de las leyes, uno en el servicio público y otro, en el ejercicio privado del derecho.
Tan pronto tuve el librillo en mis manos obsequié uno de los primeros ejemplares al abogado Mejía Salazar. Para esos tiempos Esquivel Cantón ya era finado.
Personalmente entregué el volumen a don Julio un jueves por la noche en su despacho particular. Por las mañanas el licenciado Mejía acudía a los tribunales y era muy difícil hallarlo en su oficina.
Los viernes por la tarde el Maestro no asistía a su centro de trabajo. Él iba a su rancho San Felipe Kanahaltún, ubicado a la entrada de la risueña población de Tekax, a descansar y arrullarse con los relinchos, mugidos, cacareos y el silbido del viento al sacudir las cañas de maíz.
Como él decía: “Para combatir el esplín causado por el arduo litigio no hay nada mejor que la vida en el campo. Ahí puedes relajarte al sembrar, regar, chapear y dar de comer y beber a caballos, vacas y gallinas. Con eso despejas tu mente de los problemas”. Para ello, el celebrado jurista había adquirido una tranquila heredad, a la que los clientes más insistentes tenían cierta dificultad para llegar y turbar el merecido descanso del acreditado profesional.
Para reponer las tardes de los viernes, en las que el despacho permanecía cerrado, el jurista acudía a su oficina los domingos por la noche y aprovechaba mi ayuda para desahogar el trabajo pendiente. En esas jornadas dominicales acompañé a don Julio durante 20 años consecutivos.
El domingo siguiente a la entrega de mi libro de anécdotas, el abogado Mejía me dijo de sopetón: “Pilo, ayer en el monte [su rancho], a las 12 de la noche me estaba carcajeando de tus pendejadas”.
Muy certera expresión del maestro Mejía para calificar mis escritos. Espero que los lectores de [i]La Jornada Maya[/i] concuerden con esa opinión (que mis anécdotas les causen risa).
Hasta pronto.
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