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Giovana Jaspersen
Foto: Fabrizio León
La Jornada Maya

Viernes 22 de diciembre, 2017

Es viernes, primera hora, con todas las razones que las páginas recién impresas gritan. Leer, y que las letras sean bálsamo en las pupilas, que se extiendan y cubran el ojo como filtros de aumento. Leer, para creer que se puede ver todo, claro y definido; para poder escribir (no a la inversa), y así, hacernos.

Leyendo pasar el día. Pensando en la justa disciplina para escribir sin dispersarse en paisajes, sin irse. Queriendo ser quien lanza letras como balas al alba y a diario; antes del café, letras lúcidas y en ayunas. Sí, disciplina -se piensa- mientras se bebe a sorbos un sábado sin haber escrito uno solo de los disciplinados caracteres necesarios. Entonces, escribir es más urgente, porque las profundas ideas se vuelven ligeras, flotan y se van en busca de un domingo que las tire al mar o las olvide en cualquier sitio. Escribir, entre locura y lectura dominical sería idóneo. Por lo menos dos líneas, pues no basta conmocionarse ni asfixiarse en medio de todas las conversaciones que exigen traducir ojos, manos y manías; al humo y las aves.

Todo distrae un domingo en el que cosas pasan y pesan y, frente a los dominicus personajes, sabemos que lo mejor sería escribir ficción. (D)escribir las 450 noches que una lavandera cubana des-vestida en flores esperó a un marinero. Su marinero. Para que la persiguiera oliendo a ron, tabaco, sudor y sal. Una ficción de espera escrita un domingo: La historia de la mujer, cuyo día inicia de noche y termina con el tendido al viento de kilos y kilos, de ajeno. ¡O mejor aún! escribir de personajes reales en situaciones irreales, surreales y ficticias. Eso sí que sería narrable un domingo, por eso no se escribe, porque las ficciones no van en los diarios y no se tiene tiempo. Porque es injusto. Qué ficciones vamos a escribir si hoy se lleva a terapia a dos leones homosexuales y nace una niña con el corazón de fuera, siendo tan literal como literaria.

Somos nuestras ficciones y tendríamos que comenzar por escribirnos, pero hay tanto de real en la ficción, y viceversa, que es in-escribible. Por eso hay que contar de lo otro, de lo que apena. De las mentiras que nos dijeron y creímos, o las verdades que no se verbalizan. De cómo en Ámsterdam la luz es tan verde como Azul en Praga ¡Eso es necesario! Un muestrario de los lugares y sus personas a partir de la temperatura de la luz en el paisaje; nuestra península amarilla y el blanco Flandes ¡O del placer! Ese que evadimos escribiendo larguísimos textos del sacrificio y el progreso. Necesitamos también manuales, y son perfectos para escribirse en lunes. Pasos. Para dejar de culparse y desaprender. Eso es necesario, la opinión, a quién le importa.

En martes, por ejemplo, se vuelve inminente hacer un manual para escribir un texto de opinión sin preguntarse nada, ni perderse. Comenzaría con todas las voces que lo hicieron a uno escribir alguna vez, entrecomilladas; y ya estando todas, quitándose el tiempo, la palabra y el motivo, será claro que todo se ha dicho. Entonces, escribir opinión ¡y en martes! ¡Jamás! Además, seguro cambiarán el título o decidirán que “presidenta” en femenino es un error gramatical y no una defensa; y como si no fuera un horror pensarlo, habrá también que discutirlo y mostrar el miedo que tuvo la academia de que María les zurciera la mente en lugar de los calcetines.

Habría que escribir de eso, pues el miércoles hay un poco de tiempo después de la comida para comenzar a escribir de cosas serias, imprescindibles. O para escribir por la vida de las palabras bellas e imposibles de verbalizar sin pretensión, intríngulis, por ejemplo, jitanjáfora, retrónimo, heterocromía, y todas las otras pobres polisílabas que solo vestidas con la humildad comunista del papel pueden existir, siendo saltadas, sin reparar en su belleza ni significado. Escribir también para soltar-se, porque la emoción es digestible cuando es alfabética: s, i, l, e, n, c, i, o. Se escribe, y se va después de ello, y... Mensaje del editor. Así -también- termina el silencio, como cada jueves, cuando algo dentro grita: ¡dile que no vas a escribir más, que se acabó, que no tienes tiempo. Que su “prisa” es tan sólo una de las muchas que ya ordenaste por forma y color, díselo ya! Pero, por el contrario, con un: El texto está (casi) listo, comienza todo. Sin ese mensaje no se escribiría nada y esta sería la eterna crónica de las razones sin imprenta, de las horas que no tienen nada que ver con la palabra.

Entonces, el texto se encara cuando se está insolente, miedoso y cansado; y uno se lee bobo y con sueño(s), queriendo renunciar a todos los párrafos y decir que no son propios, ni de los otros tampoco. Que nacieron huérfanos porque no tuvieron tiempo. Así se escribe opinión, de prisa y con urgencia, porque cuando las palabras se escriben parecen ser más certeras y toman otras dimensiones, porque este mundo es una convulsión y sólo puede extirparse en jueves. Hay que escribir en el diario, porque ahí las ideas son ciertas, tanto como que la calle está cerrada o hay mal tiempo en el puerto. Para salvarse, sintiendo que se trató de hacer algo, que por lo menos se dijo lo mejor que pudo. Si se deja de escribir, qué hacer con los pensamientos “inmorales” y desorganizados que cruzan cada tercer día y que impresos no dañan, incluso curan. Hay que escribir opinión por eso. Porque todo es crisis, nada está claro; y aunque olvidamos cómo escribir cartas, seguimos necesitando enviar mensajes, interlineados, como nosotros.

Finalmente: enviado. Con ello se sabe que la extensión de una semana son 5 millares de caracteres, paridos como un exorcismo; con carcajadas de triunfo y vergüenza.

La mañana siguiente, es hoy, viernes. Y hay que leerse con el reniego de la imperfección de la prisa que nadie reclama; y con la extrañeza que causa descubrir a nuestra sombra dando una cátedra en ruso. Pero, es viernes, con todas las razones que las páginas recién impresas gritan, leer (y ser leído) es la fortuna y gratitud con que se cierra este año, la razón.

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