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Gabriel Aarón Macías Zapata
Foto: Carlos Ramos Mamahua
La Jornada Maya

Viernes 15 de diciembre, 2017

Un PRI desgastado y con bajísimo índice de credibilidad ha apostado en lanzar, por primera vez en su historia, a un ciudadano que no es militante pero sí funcionario de alto nivel en varias administraciones priistas e incluso panistas, para contender como su candidato en las próximas elecciones presidenciales.

El partido en el poder, y que con esta designación trata de mantener la Presidencia por otros seis años, intenta neutralizar el creciente rechazo ciudadano hacia los políticos de su membrete, y en general de la partidocracia. No es casual que, para resaltar que el tricolor ha hecho la designación del mejor hombre, se haya resaltado el paso de José Antonio Meade Kuribreña por altos cargos de la burocracia panista y priísta, a la par que se puntualiza su calidad de ciudadano sin militancia partidista.

Las características vinculadas con la ciudadanía y el apartidismo permitirá al PRI presentar a Meade como una alternativa ante el rechazo de los votantes hacia los excesos de los políticos. Al igual, se trata de convencer al electorado que también se ostenta como opción a la partidocracia; esto a pesar de que el ex secretario de Hacienda contenderá apoyado por la estructura del partido en el poder.

Jubiloso, en alguno de sus discursos iniciales, el ciudadano Meade se dejó llevar por el cálido ambiente con el que fue recibido por distintas organizaciones priistas, y les pidió: “Háganme suyo”, “yo me siento priísta”, “yo espero representarlos”. Al escuchar esto último, surge la pregunta: ¿Qué va a representar el ciudadano Meade, en su calidad de candidato a la Presidencia por el PRI?.

[b]Candidato del rechazo[/b]

Al responder a esta cuestión encontramos una serie de factores por los que las cualidades de candidato ciudadano y apartidista se diluyen en una maraña de enredos que le restan credibilidad a la oferta electoral del PRI mediante la persona de Pepe Meade, como le llamó el líder priísta de Quintana Roo, Raymundo King.

Recién ungido, Meade declaró ser simpatizante del PRI y estar convencido de que este partido “es la mejor alternativa, la mejor opción”. Para empezar, su mismo nombramiento lo contradice, pues se debe al descrédito del tricolor en este sexenio, representado por los escandalosos casos de corrupción y la impunidad que ha alcanzado hasta las más altas esferas del poder. Quizá la idea de ungir a Meade será la de revertir aquella percepción, pues hasta ahora su nombre no ha sido mencionado en ningún caso de corrupción.

A esto se suma la imparable y ascendente oleada de violencia, que ha roto el record nacional en número de muertes relacionadas con el crimen organizado, superando las cifras del sexenio de Felipe Calderón. Meade aún no se ha pronunciado sobre la manera de combatir al crimen organizado y a la violencia que de ello se deriva. No obstante, prometió hacer de México una gran potencia en la que se asegure a la población la alimentación, techo, salud, educación y seguridad. Para esto último, de ganar la elección, el ciudadano Meade contará con una reciente herramienta que el PRI y algunos panistas y diputados de otros partidos acaban de aprobar: la Ley de Seguridad Interior. No está de más señalar que ésta ha sido sumamente criticada por organismos internacionales y nacionales por impulsar la militarización del país y atentar contra los derechos humanos y la protesta social.

[b]Súper salario mínimo[/b]

También se encuentra la incapacidad para detener la inflación, que afecta a millones de mexicanos que apenas han recibido migajas de aumento salarial. Hace poco se dio a conocer que el salario mínimo será de 80.04 pesos diarios, un aumento que representa sólo un 3.9 por ciento y que para el presidente Peña Nieto “no se trata de un ajuste menor”. Casi al mismo tiempo se informó sobre los aumentos a los salarios del Presidente y miembros del gabinete; el primero recibirá al mes unos 9 mil 380 pesos extras, motivo por el que la remuneración del Ejecutivo pasó de 3 millones 2 mil 971 pesos a 3 millones 115 mil 531 para el próximo año. Mientras, los secretarios de Estado percibirán un aumento de 56.8 salarios mínimos más, equivalentes a 4 mil 546 pesos.

Aunque se ha dicho que casi nadie trabaja a cambio de percibir el salario mínimo, y que sólo es un referente, lo cierto es que el aumento de 3.9 por ciento sobre cualquier emolumento normalmente se hace efectivo. Siempre que se anuncia el escaso porcentaje, se justifica como un acto de responsabilidad, para evitar que un alza mayor ocasione una espiral inflacionaria generalizada. Lo que no han explicado estos políticos es por qué sólo este incremento es inflacionario, mientras que el escandaloso aumento de los miembros del gabinete parece no serlo. Como funcionario de alto nivel, el ciudadano Meade ha disfrutado de estas alzas salariales, y de lo que sí estamos seguros es que no han sido una cosa menor.

En otra de sus declaraciones, el cuasi candidato priísta dijo tener rumbo cierto y con experiencia para construir y no destruir, además de ampliar las propuestas y –remarcó- que no aplicaría viejas recetas que no dan resultados. Cierto, el PRI junto con los partidos con los que ha hecho acuerdos y alianzas, entre ellos el PAN, ha demostrado tener experiencia en construir las bases de una economía más abierta, pero para ello tuvo que destruir al Estado de Bienestar Social. Además, lo nuevo, como el control inflacionario a través de una política de bajos salarios, ya se ha hizo viejo. Incluso varios empresarios mexicanos han manifestado su inclinación hacia sueldos más altos, con la finalidad de estimular el mercado interno. En medio de las negociaciones del TLCAN, Donald Trump y Justin Tradeu hicieron ver la asimetría que en el tratado comercial ocasionan los bajos salarios en México.

[b]Viejos usos que no mueren[/b]

Aunque no dudo que Meade se refería a la cuestión económica, no podemos dejar de lado que las viejas prácticas de la política también suelen aplicarse. Los rumores que apuntaban a su eventual candidatura arreciaron cuando en agosto el PRI cambió sus estatutos para permitir candidatos no militantes. La olla se destapó el pasado 22 de noviembre, cuando el secretario Luis Videgaray, en un acto público, se deshizo en elogios hacia él, acción que hizo recordar el destape a la vieja usanza del priísmo más antidemocrático, en su versión del madruguete, de adelantar la postulación de un candidato a como dé lugar, por encima de cualquiera de las normas para elegirlo y sobre el resto de los aspirantes.

Aunque Peña Nieto trató de detener el efecto del “aplausometro”, acto seguido, y haciendo a un lado la “sana distancia” del Ejecutivo con respecto a su partido, él mismo aceptó la renuncia de Meade y además repitió los mismos elogios de Videgaray a su exsecretario de Hacienda. En seguida, y en las ocho horas que duró el recorrido de Meade por las distintas organizaciones priístas, fueron suficientes para mostrar las viciosas y añejas prácticas priistas relativas al besamanos, la cargada y la simulación.

En un instante recibió el apoyo incondicional de la CNOP, CTM, CNC, Movimiento Territorial, OMPRI, Red de Jóvenes y Unidad Revolucionaria; en cuyos actos se repitieron los elogios, sin que se haya presentado ni un atisbo de indisciplina o descontento por el madruguete de Videgaray. Al contrario, el líder de la CTM, Carlos Aceves, se apresuró a destacar que su organización ya tenía a Meade como su favorito y en intento infructuoso de desligar a su partido de la vetusta práctica del destape, aclaró que antes se les decía destapados; pero “aquí sólo estamos moviendo la tapita, porque siempre aspiramos a que (Meade) fuera nuestro candidato a la Presidencia”.

Por lo general, cualquier ciudadano apartidista que aspira a ocupar la Presidencia rechazaría aquellos viejos vicios del partido oficial, y mejor prefiere presentarse como candidato independiente. Sin embargo, a estas alturas, el ciudadano Meade apartidista ha demostrado que no sólo se ha mimetizado con aquellas viejas acciones del PRI, sino que las utiliza para competir por el poder, no para desterrarlas, sino para darles continuidad junto con la política económica en la que él participó como funcionario de gobiernos panistas y priístas. El candidato postulado ya aclaró que continuaría con el proyecto de Peña Nieto; mientras que el dirigente priísta de la Ciudad de México, Eruviel Ávila, acogió la continuidad de manera tal que: “como dice el sabio, después de Peña sigue Kuribreña”.

Tenemos entonces, a un candidato ciudadano apartidista enredado en los laberintos de la estructura del partido que lo postula. Aún es demasiado prematuro para adelantar conclusiones y sobre todo para evaluar la estrategia priísta de acoger como candidato a un ciudadano no militante. Para ello aún falta el dato más importante en este proceso electoral que se avecina: estimar cómo el electorado ha valorado a esta postulación.

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