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del

Martiniano Alcocer Álvarez
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Domingo 10 de diciembre, 2017

Como agradecimiento a tantas muestras de solidaridad y afecto que hasta hoy sigo recibiendo –que no puedo llamar inmerecidas porque sería ofender a quienes me quieren tanto-, hago el siguiente relato (relación de hechos) en torno a lo ocurrido, al mediodía del martes 5 de diciembre de este feneciente 2017, en la Sala Mayamax del Gran Museo del Mundo Maya.

1. Acudí a una reunión convocada por el señor Jorge Esma Bazán, igual que el resto del personal de todas las oficinas y dependencias del Instituto de Historia y Museos de Yucatán (IHMY), que debía comenzar a las 12 i.m. y se inició más de media hora después. Aunque en estricto sentido no tenía obligación de estar en esa junta, porque no soy empleado del IHMY, sino un prestador de servicios por honorarios (me ocupaba de la edición de la revista Mérida, Ciudad de los Museos y de la corrección de estilo del Atlas Histórico y Cultural de Yucatán), decidí ir porque la convocatoria me llegó a través de mi entrañable amigo Joaquín Tamayo Aranda. NO estuve ahí como periodista y menos como colaborador de Milenio Novedades.

2. Ante todo el personal, incluido el de intendencia, mantenimiento y otros prestadores de servicios y trabajadores de planta, en medio del escenario de la sala Mayamax, el señor Esma comenzó un discurso que dejaba ver su enojo por alguna razón, recalcando que el es “el jefe”, el que manda y el que dice qué se hace y qué no se hace en el Instituto y que quedara muy claro quién es la autoridad allá. Y advirtió que eso iba para todos, incluidos directores.

3. Por turnos, iba haciendo ponerse de pie a quienes estaban en la sala (se le acercó personalmente a un grupo de intendencia y personal de guardia, y se presentó a cada uno con un apretón de manos, diciendo: “Jorge Esma, tu jefe”, para llamarles la atención con prepotencia y grosería.

4. En un momento dado, se dirigió a quienes ocupábamos el ala izquierda y preguntó: ¿Quiénes de aquí no se han puesto de pie para que yo hablé con ellos? A la tercera, ya exaltado y en vista de que no me puse de pie (tampoco lo hizo quien estaba a mi izquierda y cuyo nombre omito porque no quiero causarle perjuicio) gritó: "¿Qué les pasa, no oyeron que les ordené ponerse de pie? ¡Pásense al frente!" De inmediato me paré y le dije: “Sí me paro, pero para irme porque no estoy de acuerdo con la forma en que estás tratando a todas estas personas”. “¿No te gusta?”, me gritó. “Desde luego que no me gusta”, le respondí, casi junto al túnel de salida. Gritando por el micrófono le dijo a mi amigo Joaquín Tamayo: “Ahí está Joaquín, para eso me lo trajiste”. Al oírlo, regresé y la dije: “No Joaquín me trajo, tú me trajiste, que quede bien claro”.

5. Retomé mi paso hacia la salida y el señor Esma, hecho un energúmeno y rojo de ira, bajó del escenario, le arrojó el micrófono a una persona de la primera fila de asientos y se fue tras de mí gritando: “¡Párate. Te estoy hablando!”, dos o tres veces. Como no me detuve, corrió y cuando ya había salido del túnel se me puso enfrente y me cerró el paso. Traté de esquivarlo, pero seguía interponiendose. Traté de bajar por la escalera eléctrica pero un guardia me lo impidió, de modo que tuve que volver, e intentar dirigirme al elevador, con él cerrándome el paso. “Soy el director general y te estoy hablando. Te vas a arrepentir de lo que haces”, me dijo. “No he dicho que no lo seas, lo único que quiero es irme, pero no me dejas. Y no me estás hablando, me estás gritando. Si quieres que hablemos, baja el tono y hablamos”, repuse. Me tendió la mano, se la tomé y le dije: “Gracias por haberme dado trabajo, pero ya hasta aquí llego”. Me apretó con fuerza y con la otra mano me tomó del brazo igual, fuertemente. Le pedí dos veces que me soltara y como no lo hizo, a la tercera me zafé del apretón y le dije: “¡Que me sueltes!”. Cerró el puño derecho e hizo el intento de darme un puñetazo, pero lo contuvo un guardia que estaba junto a nosotros y que es testigo de lo ocurrido, quien lo abrazó, le dijo: “No maestro, no” y lo alejó. Fue así que pude abandonar ileso el Museo.

Me dicen que el señor Esma es muy rencoroso y vengativo –ya recibí esas advertencias hasta de personas que trabajan en el Instituto- y me recomiendan que me cuide porque “es muy poderoso”. Tengo 45 años de periodista. Me he topado con gente de verdad poderosa, que ha tratado de intimidarme y con muchos “tigres de papel” que amedrentan a quienes les tienen miedo, y hasta ahora, nadie lo ha conseguido, no porque sea muy valiente, sino porque creo que he mantenido la cordura y la mesura y porque a ninguno le he faltado al respeto, ni buscado perjudicarlo. Hago mi trabajo de periodista nomás.

Sin embargo, por prevención, responsabilizo al señor Esma de cualquier cosa que nos ocurriera a mí y a mi familia.

Me siento muy tranquilo y muy feliz, porque he constatado que hay mucha gente que me quiere y me respeta y que por diversos medios –pública y privadamente- me ha manifestado su apoyo, lo cual valoro con inmensa gratitud. Nada paga esas manifestaciones de amistad.

Ojalá todos quienes sufran violación a su dignidad personal y sus derechos laborales dejen de permitirlo. Recuerden que el tirano prevalece porque se alimenta del miedo de sus sometidos.

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