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del

Tabacón B. Linus
Foto: Cuartoscuro
La Jornada Maya

Lunes 6 de noviembre, 2017

En los últimos días, por diferentes vías, me han llegado distintos videos que presentan al funcionario José Antonio Meade a la opinión pública. Básicamente todos me han dejado un mal sabor de boca a mí, y a quienes se los he reenviado. El dilema es muy simple: insisten demasiado en su experiencia y trayectoria para mostrar su capacidad, pero esa asimilación no es directa ni afortunada. Permítanme explicar por qué.

Los videos insisten en cinco elementos básicos: 25 años de experiencia, sus 5 veces al frente de una Secretaría de Estado, una miríada de posiciones en la administración pública federal, sus estudios en el ITAM, la UNAM y Yale y, finalmente, su familia.

Al terminar de ver los [i]spots[/i] uno se siente aplastado. Los 25 años de experiencia de Meade coinciden con 25 años de olvido en la conciencia popular. El funcionario aparece como como jugador central -secretario de estado y director general de paraestatales estratégicas- en tiempos que los mexicanos quieren olvidar o, por lo menos, no recordar.

Luego, comparan el currículum de Meade con el de AMLO y, bueno, sólo ver las líneas de uno y otro, es posible darse cuenta quién tiene una larga trayectoria y quién es un político de masas sin mayor gracia. Sin embargo, la tendencia mundial es elegir a candidatos sin mayor gracia que su personalidad.

En Austria -sí, Austria, un país desarrollado- acaban de elegir como primer ministro a un joven de 31 años que abandonó la carrera universitaria de leyes, para dedicarse de lleno a la política. En Francia, Emmanuel Macron tiene una educación de élite como la de Meade, pero su trayectoria en el sector público fue meteórica, tanto en el sentido de los ascensos, como en su breve duración. Ya no digamos nada de Trump, Duterte y compañía.

Si los mexicanos y el “humor social”, al que el propio Meade ha hecho referencia, vieran las últimas décadas como años de progreso, avance y paz, pues la trayectoria del actual secretario de hacienda sería el eje de la balanza, pero ese no es ni remotamente el caso.

Meade, el súper preparado, el súper técnico, el súper tecnócrata, el que da certeza, puede ser precisamente lo que la enorme mayoría de los mexicanos no quiere. Las encuestas de valores y actitudes ciudadanas apuntan al deseo de un cambio. Insistir demasiado en su experiencia de alto nivel puede sonar como que es alguien que vendrá a refinar o pulir el camino, pero que básicamente no cambiará nada.

La fortaleza de Meade es su capacidad para producir cambios, no su experiencia para mantener el barco en el mismo rumbo. Si él o sus asesores no tienen cuidado, pueden acabar en la casilla en la que los etiqueté, y con ello quedaría cancelada una gran opción para el país.

Meade tiene que reflexionar a fondo, tal vez -y sólo tal vez- él va a necesitar un seis de marzo; un momento en el que, con toda la experiencia y preparación del mundo, él decida no dejar dudas sobre su capacidad para emprender un cambio y escribir no un nuevo capítulo del libro nacional, sino un nuevo libro.

Por el momento, demasiada promoción de experiencias de alto nivel en un momento en que, a los mexicanos, les ha dejado pésimas experiencias y un humor social nada favorable al [i]estatus quo[/i].

[i]Mérida, Yucatán[/i]
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