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Milner Rolando Pacab Alcocer
Foto: Fernando Eloy
La Jornada Maya

Viernes 3 de noviembre, 2017

Desde la creencia del pueblo maya, Junab K’uj, el Dios Supremo, les concede a los pixano’ob o ánimas, el permiso de visitar a sus familiares vivos durante cierto período del año, en donde son recibidos con ofrendas y alimentos que en vida eran de su agrado. Los pobladores solían referirse a esta costumbre como “u ts’a’abal u janal pixano’ob” (darle sus alimentos a las ánimas) o “u bankúunsa’al u janal pixano’ob” (ofrecerle un banquete a las ánimas).

Con la llegada de los españoles que trajeron consigo el cristianismo, el resultado fue un sincretismo de elementos prehispánicos y cristianos persistente hasta nuestros días en los altares; entre los elementos prehispánicos encontramos el pom, que era usado para sahumar los espacios rituales; el maíz, en alimentos como el pak’achbil waaj o las tortillas elaboradas a mano; el áak’ sa’ o atole de maíz nuevo, etcétera; en tanto, por la religión cristiana encontramos rezos, imágenes de santos católicos y la fotografía del difunto, sólo por mencionar ejemplos.

Mención aparte merece la presencia de la cruz verde o kili’ich ya’ax k’atabche’, ya que por un lado se le puede considerar como un símbolo por excelencia del cristianismo, por ser la cruz en donde Jesús fue crucificado; pero, por otro lado, en las prácticas prehispánicas de este ritual, solía estar presente la rama de un árbol que casualmente tiene esta forma y que hace alusión a la ceiba o Yáaxche’, árbol sagrado de los mayas. Este elemento es, sin duda, el mejor ejemplo de la fusión de dos formas de entender el mundo y que reviste gran importancia entender su presencia en el altar.

En lo que respecta a las fechas de su realización, los frailes lo adecuaron para que coincidiera con las celebraciones del santoral cristiano en las fechas dedicadas a los fieles difuntos, es decir, a los finados, siendo éste el nombre con que se identifica todavía a esta celebración en muchas comunidades del estado de Yucatán, tal como sucede en Yaxcabá, donde aún es común escuchar la expresión “ts’o’ok u náats’al le finadoso’ (ya se acercan los días de los finados).

Esta festividad, que en su origen era de carácter íntimo, hoy en día ha trascendido al plano público, por lo que es común que en estas fechas en las escuelas, así como en Ayuntamientos e instituciones, se realicen demostraciones de altares de Janal Pixán. Estas acciones son loables, ya que contribuyen a la valoración y enseñanza de esta bella tradición a las nuevas generaciones de niños y jóvenes, así como a los visitantes de otras partes de la República e, inclusive, de otros países.

Sin embargo, en muchas de estas muestras realizadas, especialmente en las comunidades urbanas, suelen incorporarse elementos que no son parte de la tradición maya o yucateca, tales como dulces de “calaveras”, pan de muerto, “papel picado”, confeti e, inclusive, fantasmas y murciélagos. Esto sucede especialmente cuando se realizan concursos y los participantes, por falta de claridad en el tema, se esmeran por darle “originalidad” provocando con esto que se desvirtúe la tradición.

En el mismo sentido, y como algo verdaderamente preocupante, es el hecho de que en años recientes en esta celebración se está volviendo común encontrar a los participantes con las caras pintadas a manera de calaveras y haciéndose llamar “catrinas” o “catrines”.

Al respecto, cabe mencionar que esta figura fue creada por el caricaturista mexicano José Guadalupe Posada, a manera de crítica satírica a la sociedad de su época y bautizada por el muralista Diego Rivera como La Catrina.

Sus primeras apariciones en el marco del Janal Pixán en nuestro estado, hace algunos años, fue producto de una representación teatral llamada [i]El paseo de las ánimas[/i], en donde los actores marcharon con las caras pintadas como este personaje y vestidos con el traje regional. A partir de ese evento, esta costumbre fue ganando aceptación particularmente entre jóvenes a tal grado de que, año con año, se fueron incrementando los adeptos a esta práctica, hasta llegar a ser inclusive, hoy en día, una actividad común en muchas escuelas de todos los niveles educativos que realizan actividades alusivas a esta festividad; y de esto dan fe prensa y redes sociales, donde en estas fechas es común encontrar fotografías de alumnos, e inclusive maestros, posando junto a altares de Janal Pixán con las caras pintadas de esta manera.

Si bien, la adopción de prácticas como ésta y la incorporación al altar de elementos pertenecientes a otras culturas de nuestro país pueden considerarse ejemplos de interculturalidad, lo preocupante es que su adopción sin el conocimiento de su origen, especialmente entre niños y niñas en edad escolar, da pie a que se cambie o desvirtúe una tradición milenaria que hemos heredado de nuestros abuelos y que nos da identidad como mayas, yucatecos y mexicanos.

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