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José Luis Domínguez Castro
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Jueves 1 de noviembre, 2017

Cuando era niño, mis padres me enseñaron que la basura tenía su lugar. En la escuela me reforzaron los hábitos de limpieza que aprendí en mi familia: un papel cerca de tu mesabanco en el salón de clase era causal segura de sanción. Más adelante, los medios de comunicación nos repitieron hasta el cansancio el estribillo musicalizado “ponga la basura en su lugar…”

A lo largo de mi vida he sido docente, capacitador, investigador social, consejero electoral y archivista; en todos los campos he tratado de ser congruente con esta práctica que nos genera bienestar: colocar lo que no sirve, los desechos, lejos del alcance de lo que sirve y, de preferencia, lejos de los demás. Con la edad uno aprende que saber tomar distancia de la basura, sea ésta individual o colectiva, es garantía de salud física y mental.

Especialmente en nuestras viviendas, el adecuado manejo y separación de la basura se torna un deber moral que tiene repercusiones hacia los espacios públicos. Y es que la cultura de lo desechable nos ha invadido, nos permea como aquella primera escena de la película de Kurosawa en donde el horizonte se iba llenando fatalmente de bolsas de plástico que, impulsadas por el viento, dejaban la sensación de que muy pronto iban a ahogar el paisaje y a sus habitantes. En todos los ámbitos del quehacer humano se nos exige, cada día más, ser excesivamente cuidadosos con el tratamiento que le demos a la basura y con el manejo de residuos y desperdicios.

De ahí que nos sorprenda lo que gastan los ayuntamientos -gracias a nuestros impuestos- en mantener la limpieza de avenidas, plazas y calles, como prueba de la responsabilidad que tienen de velar por el medioambiente y cuidar de que los espacios públicos sean favorables a la convivencia social. Ni qué decir de las grandes inversiones estatales y federales aplicadas en los tiraderos de basura, de acuerdo a los estándares internacionales. Lo que gastamos los ciudadanos en el servicio de recoja de basura doméstica es otra faceta de estos costos crecientes de nuestra moderna civilización.

Hablando de Mérida, cuando se ha tenido la oportunidad de comprar, construir, contribuir a la urbanización y vivir en una zona amable y residencial, donde habitan algunos ciudadanos destacados que han apostado públicamente por que sigamos siendo “la capital de la paz”, o “la capital americana de la cultura” uno esperaría que los servicios y la supervisión de los mismos sea eficaz y permanente.

¿Cómo es posible, entonces, que de la noche a la mañana en un predio 100 por ciento urbano, de un fraccionamiento del norte de la ciudad de Mérida -capital que por algo sigue atrayendo a nacionales y extranjeros- aparezca en una esquina un basurero de papel que con el viento ha inundado las calles aledañas, sin poder hacer nada para evitarlo. ¿Ante quién quejarse? ¿A quién acudir? ¿A qué santo encomendarse? Y qué hacer si Ayuntatel digital no marca como opción la denuncia de basura arrojada a la calle (sólo ofrece la de denuncia de baches).

¿Qué hacer si, además, el propietario del predio a cuyas puertas apareció el basurero no habita ahí, pues se trata de una “sala de fiestas familiar”?

Uno se pregunta si se vale este “uso de suelo” en la regulación urbana municipal para un fraccionamiento declarado señaladamente como “habitacional” ¿Estamos ante un vacío legal? ¿O acaso se trata de poner a prueba la resistencia de los ciudadanos, cuando aparecen malestares como éste? O, simplemente, estamos ante un urgente llamado a la organización vecinal.

He mandado mi queja vía electrónica al Ayuntamiento de Mérida. Espero no tarden en atenderla pues los papeles del mentado basurero a cielo abierto siguen volando. Desearía que no tarden tanto en darme respuesta, como cuando entregué personalmente la solicitud de una supervisión urbana para una construcción que parecía a todas luces irregular. Desearía que esta petición, siguiendo los protocolos establecidos, sea atendida en forma expedita. Ojalá que esta vez sea tenga más suerte que aquella otra en que me quejé del ruido excesivo que había por las noches frente a mi casa y mandaron inspectores a las 10 de la mañana a “supervisar” y desahogar la demanda; denuncia que, por cierto, no sirvió para nada.

Y, finalmente, ¿por qué aguardo esta esperanza? Porque he vivido en Mérida, una ciudad limpia, desde varias décadas y porque no quiero vivir entre basura, como tampoco le deseo a ningún meridano que lo haga; creo que aún estamos a tiempo de ayudar a construir una ciudad que no crezca en forma desordenada; una ciudad habitable, vigilada y segura (no sólo contra el robo, sino también contra el desorden vial y la basura); una ciudad limpia y sana, independientemente del partido que la gobierne. Este es el futuro al que apostamos para los sucesivos habitantes de la Ciudad Blanca.

Si algún lector solicita más datos sobre el hecho denunciado (debe haber sin duda muchos más), con gusto les doy los elementos que me llevaron a este airado reclamo ciudadano, incluyendo las fotos que documentan mi queja. Bastaría con que me lo soliciten a mi correo electrónico.

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