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Raúl Enrique Rivero Canto
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Miércoles 1 de noviembre, 2017

En estos días de finados, el delicioso aroma de los pibes envuelve los hogares en Yucatán para recibir a las benditas ánimas. Ellas son las protagonistas de estas fiestas. Si bien sus almas inmortales han emprendido el viaje a la eternidad, sus cuerpos, o lo que quede de ellos, permanecen en este mundo.

En el caso de Mérida, la ciudad de los muertos por excelencia es el Cementerio General. Su propio nombre insinúa la mayor ambición del lugar: ser un sitio para todos los difuntos sin distinción de clase, etnia, religión, ni filiación política. Ahí todos los muertos son bienvenidos, pero también todos los vivos, pues es un magnífico testigo de nuestra historia y una de las joyas menos valoradas de nuestro patrimonio cultural.

No son pocas las voces que han clamado pidiendo que el Cementerio General sea objeto de un digno rescate y de labores de conservación adecuadas. Ha destacado el trabajo de la Asociación Yucateca de Especialistas en Restauración y Conservación del Patrimonio Edificado A. C. (Ayerac), presidida por el maestro Limbergh Herrera Balam, pues ha conseguido instalar un museo de sitio en la antigua casa principal, que lo fue de la hacienda San Antonio Xcoholté, y que el Ayuntamiento de Mérida declarara el sitio, en febrero de 2013, como Zona de Patrimonio Cultural del Municipio de Mérida. Para que esto último fuera posible se contó con la imprescindible gestión de la maestra Laura Sáenz Cetina, entonces subdirectora de patrimonio cultural. Tanto la Ayerac como quien esto escribe hemos podido recibir numerosos comentarios de admiración sobre el valor artístico e histórico del Cementerio General en los encuentros anuales de la Red Iberoamericana de Valoración y Gestión de Cementerios Patrimoniales, en especial en los celebrados en Ciudad de México, Lima y Santo Domingo.

El año pasado, en la capital de República Dominicana la obra arquitectónica estrella del evento fue el mausoleo de la familia Álvarez Escalante. Éste destaca por la monumental columna corintia rematada por un ángel de mirada estremecedora. Su valor va mucho más allá de lo artístico pues ahí reposa monseñor Celestino Álvarez Galán, quien estaba al frente de la Iglesia Católica en Yucatán a la llegada de la Revolución, ante el autoexilio del arzobispo Martín Tritschler. A pesar de que en ese lugar se reúnen arte e historia, la columna con el ángel padece severos problemas estructurales que se agravan ante la mirada apática de nuestras autoridades.

Quien camine entre los monumentos del Cementerio General podrá encontrar importantes muestras del neogótico como el mausoleo de la familia Medina Ayora, casi junto a la entrada principal, y el de la familia Vega Ibarra y Castillo. También obras neoclásicas como los mausoleos de las familias Espinosa Fajardo y Palomeque Pérez de Hermida y el de Albino Manzanilla. Formas neomayas se pueden observar en la Rotonda de los Socialistas Ilustres y arquitectura neoegipcia en el mausoleo de Faustino Escalante.

Como reflejo de la ciudad de los vivos, en la ciudad de los muertos habitan representantes de diversos grupos sociales. Entre ellos están los filarmónicos, conductores de carruajes, trabajadores de dependencias gubernamentales, migrantes chinos, henequeneros y pensionados y jubilados de Cordemex. Guillermo Palomino destaca entre los exgobernadores, de Yucatán pues su sepultura es uno de los pocos ejemplos de túmulos funerarios en el cementerio. Otro túmulo corresponde al periodista Delio Moreno Cantón. Admirados compositores también han llegado a la ciudad de los muertos como Judith Pérez Romero, Guty Cárdenas, Ricardo Palmerín y Pepe Domínguez. También ahí reposan destacados sacerdotes que se ganaron el cariño y la confianza de su grey como Fernando Díaz López y Jorge A. Laviada Molina.

En estos días de finados, los muertos visitan la ciudad de los vivos y los vivos la ciudad de los muertos. Aprovechemos la ocasión para observar con detenimiento sus cualidades artísticas, la diversidad de personajes que la habitan y la invaluable huella que es para nuestra historia. Comprometámonos con su rescate y conservación pues una de las mejores maneras de honrar a nuestros muertos es mantener digna su última morada. Demostremos que lo que para las generaciones anteriores era sagrado, también para nosotros permanece sagrado y grande.

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