Óscar Muñoz
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya
Martes 31 de octubre, 2017
En el libro [i]La utilidad de lo inútil[/i], de Nuccio Ordine, es referido uno de tantos pensadores que a lo largo de las últimas centurias han señalado la necesidad de mejorar siempre el presupuesto de la ciencia, la cultura y las artes. Es el caso de Víctor Hugo, quien, ante la intención del Estado de recortar fondos para la cultura en 1848, señaló que tal reducción del presupuesto en estos ámbitos era una doble perversión: desde el punto de vista financiero, resultaban fondos insignificantes y, desde los demás puntos de vista, totalmente nocivos.
Los reclamos de los intelectuales de las diferentes épocas históricas y las diversas naciones del mundo han venido sucediendo cada vez con menos vehemencia. En la actualidad, se escuchan menos voces que llamen a los gobiernos a considerar mejores fondos para la ciencia, el arte y la cultura, salvo honrosas excepciones. Por desgracia, las voces que aún hacen tales reclamos al Estado se pierden en la omisión de los demás y la inacción ciudadana.
En general, los supuestos beneficios económicos se imponen a la necesidad de la ciencia y las artes. En las sociedades contemporáneas, según el italiano Ordine, se considera útil sólo aquello que produce beneficios económicos. Bajo esta perspectiva, la cultura y el arte son asuntos inútiles para el Estado. Así que a nadie extraña que el gobierno recorte presupuesto a las universidades y a las instituciones responsables de la gestión cultural. Estos recortes administrativos son los que cortan el futuro de las sociedades, y más de las nuevas generaciones.
Además, debido a la negativa de los gobiernos de asignar fondos sustanciosos a la ciencia y el arte por considerarlos inútiles; es decir, económicamente improductivos, el desarrollo de estos sectores se ve gravemente menguado. De nada sirve que la administración del Estado esté centrada en el incremento económico del país sin tener asegurado el crecimiento cultural de la sociedad. Los beneficios materiales de la comunidad serían, esos sí, la auténtica inutilidad, sin el provecho del arte y la cultura.
Para que una sociedad como la nuestra asegure un desarrollo óptimo de la cultura, tendría que ser a través de las instituciones. Los individuos no podrían impulsar la mejor progresión de la ciencia, el arte y la cultura por sí solos y aislados. Lo que sí podríamos hacer todos, con total decisión y organización, es exigir a quienes son responsables de las instituciones que la nación se vea beneficiada en su crecimiento cultural.
Es lamentable que la mayoría de los políticos le tengan terror al desarrollo de la cultura y de la educación. Su perversión parece estar fincada en mantener a la ciudadanía en la ignorancia y la pobreza (cultural y económica).
Resulta vital que las nuevas generaciones sean formadas a través de una educación basada menos en el beneficio material y más en el beneficio espiritual (entendiendo éste último como el provecho cultural). Los futuros ciudadanos deben pensar más en el beneficio social y no en el personal. Se requiere una comunidad fortalecida en sus lazos culturales. Las escuelas deben estar fundadas en el aprecio de ellos y de la ciencia. Si se pretende, que los alumnos de hoy aprendan a entenderse a sí mismos y a los demás, es necesario agudizar la visión más hacia lo social y menos hacia lo individual, más a lo que los caracteriza como integrantes de una comunidad y menos al aislamiento personal, más hacia la diversidad y menos a la estandarización.
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