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Giovana Jaspersen
Foto: Katia Rejón
La Jornada Maya

Viernes 20 de octubre, 2017

Los tres estados peninsulares, tienen un “carisma” distinto. Su reputación y problemas son también diferentes, como lo es su gente. Contrastados, se suele decir que Campeche es el “tranquilo”, Yucatán el “seguro” y Quintana Roo el “violento”. Sin embargo, si nos acercamos a las coincidencias y no a las diferencias, además de la identidad peninsular, o casi como parte de ella, los tres estados comparten también una situación emergente con relación al género.

Entre feminicidios, embarazos adolescentes, violaciones, trata y violencia intrafamiliar, cada semana la prensa peninsular nos dice que los constructos socioculturales tienen implicaciones cotidianas, y que no hay día que pase en blanco en la península y sus mujeres.

De los tres estados, Yucatán y Campeche se encuentran en revisión para declarar la Alerta de Violencia de Género contra las Mujeres. Delitos que califican como homicidios dolosos y feminicidios son latentes y constantes en cuatro municipios de Yucatán, Mérida en primer lugar, y siete municipios de Campeche, cantidad que ha ido, además, en aumento. El caso de Quintana Roo es distinto, pues el que ya tenga declaración de Alerta de Género en tres municipios comienza a reflejarse en la política pública, sus programas y discursos. Reacciones frente a la crisis.

Sirva de ejemplo el primer informe de gobierno que presentara, en septiembre, después de su primer año de gobierno, la actual administración del estado de Quintana Roo. En un discurso de casi nueve mil palabras, el gobernador mencionó en 14 ocasiones la palabra Mujer(es); por su parte, la palabra Género apareció tres veces, mismas que se enlazan con la violencia; de hecho, las ocho enunciaciones de la palabra Violencia tienen que ver con las mujeres y el género. Pero entre esas generosas palabras hubo 25 que marcaron una diferencia en ese discurso frente a otros, no sólo en la península, sino en el país. El gobernador dijo: “Quiero dejar clara mi decisión absoluta de luchar por erradicar la violencia contra las mujeres por razones de género, con una política de cero tolerancia”, y en el asombro cruza por la mente ¿Tolerancia cero? ¿para violencia de género?

Hagamos un poco de memoria. Tolerancia cero fue política criminológica aplicada en Nueva York en los 90, siendo R. Giuliani alcalde de esta ciudad. Se basó en la transformación gerencial de la policía, para que ésta cumpliera sus objetivos y redujera la inseguridad en las calles. Tomó como punto de partida la filosofía ventanas rotas de James Wilson y George Kelling, buscando frenar de tajo la propagación y contagio del delito basados en la impunidad. Así, con esta política, las faltas por pequeñas que fueran eran castigadas mediante una sanción eficaz. Por ser una estrategia de atención y prevención ponía fin a los efectos, causas y síntomas del delito, convirtiendo la ley y su aplicación en el mayor valor público.

Ahora, con la memoria fresca, regresemos a la península y repitamos las preguntas: ¿tolerancia cero? ¿para violencia de género? Sería fascinante ¿no? Y... ¿sería operable?

Sólo para alcanzar a imaginarlo habríamos de ajustar algunos, muchísimos, detalles, pues quedan gran número de preguntas al aire. La primera, y fundamental, sería ¿qué comprende el gobierno de Quintana Roo como violencia de género? seguida inmediatamente por la duda de si todas las personas que componen el gabinete estatal y sus despachos entienden lo mismo; y si esta idea la comparte el cuerpo policial.

Esta sería la base, saber qué es lo que no vamos a tolerar y ese justo es uno de los puntos más complicados. Vaya, enunciar un asesinato como violencia es tarea sencilla, pero qué sucede con la brecha salarial; con un silbido por la calle, un insulto o menosprecio intelectual asociado al género. ¿Cómo podría el gobierno de Quintana Roo extender una visión unánime acerca de lo que es la violencia de género y hasta dónde abarca sin caer en omisiones, ni exageraciones?

Para subrayar la dificultad, pensemos qué se haría en los casos en los que las propias mujeres ejercen y heredan patrones de violencia. Cómo se preparará a la policía para reaccionar cuando lleguen a un reporte de agresión y una mujer los reciba a gritos diciendo “él es mi esposo y por eso me pega cuando quiere”. Qué haremos con los niños que señalan a otros mientras los acusan de hacer algo “como niñas” o con las profesoras que repriman a una niña por no querer utilizar la falda del uniforme por su nula practicidad cuando se quiere trepar un árbol. Cómo le explicamos a nuestros verbos y familias que no vamos a seguir tolerando. Cómo vamos a curar, desde la política pública, una enfermedad que comienza en la biblia y termina en la morgue.

¿Vamos a juzgar a quienes enjuician? Retiraremos del servicio a los jueces que dicen que violan a las mujeres por cómo visten; lo haremos con los rectores, familias y mujeres que afirman que las violentan y agreden por caminar “solas”. ¿Vamos a poner alertas en las redes sociales para que cada comentario violento sea penado? ¿Cómo sería posible aplicar una Política de tolerancia cero cuando todo está plagado? ¿Quiénes sobrevivirían si tres comentarios y dos acciones, de (casi) cualquiera de nosotros son suficientes para materializar lo lento que ha sido y lo mucho que aún nos falta?

Hay que recordar que en el caso de la violencia de género sólo vemos la cima de los problemas, lo más escalofriante y rotundo; la muerte, la sangre y las marchas. Pero no el camino que nos lleva hacia allá, ese que siempre es distinto, muta y se disfraza. Se viste de amor cuando un hombre cela y golpea "por cariño" “solo cuando es necesario”; de moral, cuando una mujer juzga a otra por su apariencia, sin darse cuenta de que se violenta a sí misma con cada palabra; de astucia, cuando quien hace “gestiones de escote” sabotea con ello el esfuerzo y trabajo, facilitando la falta y el agravio. Cómo haremos para no tolerar más lo que se oculta, cómo castigamos lo que muchos ni siquiera ven.

Durante la aplicación de [i]Tolerancia cero[/i] en Nueva York la tasa de homicidios bajó de dos mil 245 víctimas en 1990 a 797 en 1997; en una de sus evaluaciones, el comisario William Bratton afirmaba “si usted lo puede aplicar en Nueva York, usted puede aplicarlo en cualquier lugar”. Podríamos decir lo mismo, si una política de Tolerancia cero para la erradicación de la violencia de género fuera aplicable en Quintana Roo, lo sería también en la península, y en todo el país. Sin embargo, la normalización como una metástasis, en este caso, hace que parezca absolutamente inoperable; diagnosticar de cerca nuestra enfermedad, recuerda lo imposible de luchar con lo invisible que, además, nadie percibe de la misma forma.

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