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Carlos Meade
Foto: Gerardo Jaso
La Jornada Maya

Jueves 19 de octubre, 2017

Con la cantidad de agua dulce que corre debajo de nuestros pies, parece difícil que estemos en Tulum frente a una crisis inminente por el agua. Para entender la amenaza que representa nuestro actual derroche en el uso del agua es necesario conocer las características propias de nuestro acuífero, nuestro sistema de agua subterráneo.

La primera cosa que debemos saber es que nuestra agua dulce subterránea proviene de la lluvia, la cual se infiltra en nuestro suelo calcáreo y fracturado y se deposita sobre un enorme volumen de agua salada que está conectada al mar. Nuestra agua dulce es una delgada capa que flota literalmente sobre agua salada. Entonces, aunque parece que tenemos recursos acuíferos enormes, si la extracción de agua dulce es mayor que su recarga, en pocos años debajo de nosotros sólo tendremos agua salada. Por el momento, el espesor de esa capa de agua dulce se ha venido adelgazando.

El crecimiento acelerado de las ciudades costeras y de la infraestructura turística en el norte del estado requieren cada vez mayores cantidades de agua. Desafortunadamente, no hay cifras confiables para saber cuál es nuestra reserva y cuál es el volumen que usamos anualmente. Y lo peor es que esta agua regresa al ambiente sin ser tratada. De acuerdo a cifras oficiales, en el norte del estado sólo un 30 por ciento de las aguas residuales reciben un tratamiento medianamente apropiado. Y digo medianamente porque los sistemas de tratamiento por lo general no realizan una fase terciaria, donde estas aguas son libradas de nutrientes; lo cual resulta crítico ya que estos nutrientes, liberados en las aguas costeras, son alimento de las algas, produciendo un desequilibrio que afecta a los corales, siendo también estos nutrientes un factor en la formación de sargazo.

Otro elemento a considerar es que paralelamente a la costa corre la fractura de Holbox. Esta formación geológica capta las aguas que vienen de selva adentro y las descarga en la Reserva de Sian Ka’an, nutriendo primero a las lagunas de Muyil y Chunyaxché. Esta fractura divide las aguas del acuífero, de forma que la reserva de agua en la zona costera es mucho más reducida de lo que normalmente se estima ya que las zonas de captación situadas después de la fractura no alimentan las redes de ríos subterráneos que se encuentran próximos a la costa. Con el agravante de que el desenfrenado desarrollo urbano-turístico está haciendo un uso intensivo del agua, sin contar con estudios científicos que permitan establecer parámetros sostenibles de aprovechamiento en este sector particular de la cuenca.

No existen estudios concluyentes que nos indiquen la viabilidad del crecimiento de la industria turística y los centros urbanos que ésta genera. Pero al menos deberíamos proceder con cautela y con moderación aduciendo el criterio precautorio. Pero este razonamiento es inadmisible para quienes vienen a invertir con la expectativa de retorno de su inversión de 2 o 3 años.

Por lo pronto, preocupa que no tengamos información confiable sobre la calidad de las aguas costera. Lo que parece es que la información que existe es muy preocupante y no se quiere dar a conocer para no alarmar al turismo. Pero no se puede tapar el sol con un dedo. Los olores a cañería, las materias en suspensión y las natas que se forman donde las aguas subterráneas descargan en la costa, son fenómenos que cualquier bañista puede percibir.

Una de las soluciones al abasto del agua barata que buscan los grandes hoteles es que, además del agua que les vende CAPA, cuentan con sus propios pozos, de donde extraen agua salobre que tratan por el procedimiento de ósmosis inversa, proceso que desaliniza el agua produciendo un residuo conocido como salmuera, es decir, agua con altas concentraciones de sal que es liberada en el acuífero sin que haya una reglamentación clara de cómo debe ser tratada esta agua de desecho.

De esta manera, los hoteles pagan poco a CAPA y producen su propia agua a un precio muy bajo sin que la afectación al acuífero entre en las estimaciones de las empresas turísticas.

Por si todo esto no fuera en sí mismo preocupante, la red de distribución de agua potable administrada por CAPA tiene una merma de alrededor del 30 por ciento causado por las múltiples fugas del sistema.

Ante este panorama lleno de interrogantes y de actitudes irresponsables por parte de inversionistas y funcionarios públicos, es fácil concluir que la situación del agua es incierta y preocupante por lo que debemos considerar que, mientras no haya un viraje radical de nuestro modelo de desarrollo, podemos estar muy cerca de una crisis por nuestro descuidado y derrochador uso del agua.

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