Trastornos mentales claman ser subsanados

Adrián Vilchis Cabrera
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Martes 17 de octubre, 2017

De músico, poeta y loco… En verdad que el ritmo acelerado de vida y estrés provocan muchas veces en los individuos crisis depresivas de las que es difícil salir. La cantidad de personas afectadas en su razonamiento por enfermedades como la esquizofrenia, demandan la necesidad de abrir un hospital psiquiátrico en Quintana Roo, un ejemplo de lo anterior se avizora en el caso de Édgar, quien decidió matar a cuchilladas a su hermana menor y tía “porque las voces lo ordenaban”.

El evento ocurrió hace un año, aunque parece que fue ayer, para Rosa María, la madre del homicida, pudieran ser 100 años de la tragedia que ha marcado para siempre el derrotero de su familia y el suyo propio. Su dolor, furia e impotencia no es posible medirlos con escalas, sino por pura empatía humana. ¿Y el enfermo?, pudriéndose en una cárcel, “semiaislado”, donde padece vejaciones y él mismo nutre su profunda depresión con aquellos recuerdos imborrables.

Cuando uno decide compartir hechos así, tal vez sea válido alimentar la curiosidad morbosa e inútil de la gente, pero en este caso se trata más bien de sumar gestiones emprendidas para prevenir sucesos parecidos a los de familias que tienen la aparente desgracia de contar con algún miembros afectado por una enfermedad mental. Digo “aparente” porque condiciones semejantes fortalecen la unión entre los demás miembros de la familia, a pesar de sus añejos rencores y naturales diferencias.

Hace más de 30 años que Rosa María, proveniente de un hogar desintegrado, contrajo matrimonio con un hombre alcohólico violento, procrean tres hijos, quienes desde su infancia lidian con el alcohólicos y un consentimiento excesivo de la figura materna, a modo “compensatorio”.

Édgar, el mayor, con 31 años de edad, evidentemente es quien sufre por más tiempo la violencia paternal, que sólo contribuyó en empeorar el estado anímico de un niño, por naturaleza retraído, y que a los 20 años es diagnosticado esquizofrénico, debiendo ser medicado desde entonces y para toda su vida, a fin de mantener el equilibrio químico cerebral.

Presa de la culpabilidad, Rosa María se acusa de no haber sido lo suficientemente diligente o dedicada sobre una enfermedad que nadie se preocupó de explicarle, empezando por el siquiatra del Hospital General que hizo el terrible diagnóstico, incapacitante para casi todos quienes la padecen.

Menos aún de advertirle el terrible riesgo de convivir con una persona así, sin la debida medicación, diaria y de por vida, tras un mes de no tomar sus pastillas, Édgar de 30 años, escuchó “voces” que exigían la muerte de los “monstruos” que “veía”. Actuó en consecuencia, completamente obnubilado: tomó un cuchillo cebollero y arremetió contra su hermanita de 22 años y a su tía, quien trató de defender a su sobrina. Detalles escabrosos al margen, lo cierto es que Édgar padece un encierro injusto, semiaislado en el área conocida como “Albatros” en la cárcel de Cancún.

¡¿Injusto?!, preguntarán algunos escandalizados. Sí, y mucho, porque de acuerdo a las leyes, un sujeto diagnosticado con un padecimiento de esta naturaleza debe ser remitido a un hospital siquiátrico para su adecuada atención, es decir, se les considera inimputables. Llegamos aquí al meollo del asunto, porque Édgar lleva un año encerrado en un sitio donde a pesar de estar vigilado y controlado, padece agresiones de los “sureños” y es víctima de una depresión profunda que lo ha llevado a intentar matarse, al no contar con personal capacitado para su tratamiento.

¿Y Rosa María? aún no ha iniciado su etapa de duelo, continúa en shock, aunque acompañada de su hijo mediano y de su ex esposo, aquel alcohólico que hoy es padrino de un grupo AA y que seguramente carga con un pesar culpable abrumador. Sin embargo, la desgracia los mantiene unidos y con la esperanza de hallar tranquilidad y resignación para continuar con sus vidas, sin olvidarse de Édgar, quien ha sido canalizado para su “revisión” al hospital siquiátrico de Campeche.

“Estaba tan ilusionado de por fin estar donde debe estar, que se despidió, repartió sus cosas entre otros reclusos, imagínate verlo regresar derrotado. Asustado también. Todo esto significa un desgaste terrible para la familia”, dice Rosa María, con la mirada turbia y congoja de una madre que ha perdonado y espera a su hijo. No concibe la idea de perder otro.

Por supuesto hay que destacar el factor económico. No hay cartera que aguante mucho tiempo el sostenimiento de un hogar y otro “alterno” la cárcel, o la necesidad de viajar constantemente a donde tengan a su familiar. En este caso, Mérida está descartada porque en el hospital psiquiátrico no cabe un alfiler y la atención recuerda a aquellos manicomios del siglo XIX, según algunos. Como de Campeche lo enviaron de vuelta, ahora será Villahermosa. ¿Tendrá Rosa María que dejar su vida aquí para irse a vivir a Tabasco?, ¿Y su otro hijo que también la necesita?, ¿Y el padre de los muchachos?

Hacemos un llamado desde esta trinchera, solidarizándonos con quienes atraviesan un periplo semejante.

A las Autoridades: ¡No hagan oídos sordos a lo que consideran un grito en el desierto, son muchas las voces que se suman a esta necesaria y urgente petición. Queremos que a la brevedad se abra un hospital psiquiátrico en Cancún, donde por su misma dinámica psicosocial se generan en mayor medida padecimientos mentales!

[i]Cancún, Quintana Roo[/i]