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del

Claudio Obregón Clairin
Foto: Gerardo Jaso
La Jornada Maya

Viernes 13 de octubre, 2017

Estimados lectores, queridas lectoras, celebro nuestro encuentro con estas primeras palabras y agradezco el espacio periodístico que, a partir del día de hoy, me ofrece [i]La Jornada May[/i]a. Con su amable lectura los invito a deconstruir escenarios históricos y literarios para reconocer las riquezas que nos pertenecen a todos por igual. Considero que la lectura es una libertad silenciosa, un poderoso acto creador con el que procuramos comprender nuestra estancia en este mundo.

En lejanos soles, nuestros mayores reconocieron que su supervivencia estaba condicionada por las leyes naturales y valiéndose de la palabra, disociaron su destino del destino natural. El lenguaje proveyó a los objetos de una doble existencia: la real y la mental.

El primer vocablo pronunciado por nuestros ancestros se refirió a una abstracción que yacía en sus mentes, fue el resultado de un esfuerzo personal originado en un acuerdo colectivo; al repetirse y repetirlo, el vocablo se fragmentó, evolucionó y terminó por invocar a las verdades y atmósferas que transitan de la voz al trazo, del blanco al color, del silencio a la histeria, del código al secreto revelado. Con las palabras, nuestros mayores tomaron control sobre las cosas, los seres, las circunstancias y los eventos.

Sublime aquel instante en el que, con vocablos vueltos palabras, nuestros ancestros hicieron tangible lo inasible y la abstracción se tornó un elemento catalizador de lo insondable. Es, a través de las palabras, como creamos un mundo dentro del mundo, con ellas dibujamos nuestra frontera con lo animal y describimos los sueños y las ilusiones. También con la palabra reconocemos un orden y distorsionamos la realidad social, camuflando nuestros actos que van en sentido contrario a lo que pronunciamos; la palabra es frágil y sustancial, también encubre.

Propongo recuperar el sentido mágico de la palabra, aquel que se originó hace millones de años a partir de una abstracción vuelta vocablo. Cuidando nuestro lenguaje, sanamos nuestro devenir. Articulando palabras creamos escenarios o procuramos anhelos; las palabras generaron la memoria colectiva y, cuando fueron codificadas en piedras sagradas, adquirieron vida y trascendieron la intención de sus creadores.

La palabra es un surco donde se siembran intenciones, deseos y voluntades hechas conciencia; la palabra zurce y labra, acomoda e incomoda, destruye o armoniza. La palabra viaja con los sonidos y puede provocar graves silencios. Las palabras narran la historia de quienes las usamos y, en cada uno de los sonidos que lanzamos al aire en forma de palabras, evidenciamos siglos, milenios de un azaroso desarrollo cultural. Con palabras de satisfacción se narran los triunfos y siempre hay palabras que reconfortan a nuestro espíritu. Las Palabras mágicas abren las puertas del conocimiento y de la otredad, por eso nacemos sin palabras, para que cada pueblo pueda enseñar a sus hijos el camino de la palabra que consideran verdadera… la palabra nos hace libres o nos somete a sus creencias, cuestión de enfoques y de palabras que lo explican.

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