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Felipe Escalante Tió
Foto: Notimex
La Jornada Maya

Jueves 21 de septiembre, 2017

Toda creencia puede explicar este septiembre: el katún de la flor de mayo, las pruebas de Corea del Norte con sus bombas de hidrógeno, exploración petrolera con fracking, calentamiento global, voluntad divina o que los mexicanos estamos condenados al tormento de Sísifo; tal parece que vamos de tragedia en tragedia y no encontramos el motivo.

Septiembre ha sido pródigo en llamar la atención hacia nuestra fragilidad. Los daños que causó Harvey en Campeche, apenas el mes pasado, parecían una advertencia. Sin embargo, no han sido los huracanes sino la tierra misma. Primero Oaxaca, Chiapas, y no olvidemos Veracruz, nos obligaron a mirar la devastación. En medio, las protestas por el feminicidio de Mara Castilla nos enseñan que como sociedad hemos sido incapaces de procurarnos una vida digna y respetuosa. Ahora, 32 años y seis horas después de la tragedia que marcó a México el siglo pasado, un nuevo temblor nos obliga a ver el cuerpo herido de la nación.

Heridos, porque en 1985 todos perdimos a alguien. Incluso nos quedamos varios días sin liderazgo político. ¿Alguien recuerda cuánto tiempo tardó Miguel de la Madrid en aparecer en público? Esta vez ha sido distinto; el presidente Peña Nieto hizo, al menos, lo indispensable. Sin embargo, seguimos experimentando la angustia y el dolor.

Angustia por saber de parientes, de amigos que viven en la capital del país, Puebla, Morelos o el Estado de México; porque la información de estas otras entidades no ha sido tan fluida. El sismo del martes fue simplemente macabro, porque volvimos a mirar sólo a la Ciudad de México, recordando un fragmento del Himno Nacional: Y tus templos, palacios y torres se derrumben con hórrido estruendo, y tus ruinas existan diciendo “de mil héroes la patria aquí fue”.

Dolor porque seguimos desconfiando. Pensamos que la ayuda no llegará a los damnificados o que aparecerá en bodegas de algún partido político.

Desconfiamos de los posibles aliados, como si de la situación pudiéramos salir solos.

Es cierto que en esta ocasión los medios han estado activos, con señal ininterrumpida de TV y radio, salvo las estaciones cuyas antenas se desplomaron en Morelos. En 1985 no había celulares e Internet para localizar familiares. Y sí, hoy son muchos menos los muertos y heridos; después de tanto simulacro y alarmas sísmicas, se consiguió la meta de tener menos pérdidas humanas, pero todas duelen.

Duele el colegio Enrique Rébsamen, simbólicamente caído como el sistema educativo que propuso este legendario profesor, frente a la Reforma Educativa, aunque terminé por perderle el respeto a la comentarista que se empeñó en pronunciar mal el nombre del autor del primer libro que muchos tuvimos, como regalo al terminar el preescolar, porque la pérdida es de niños, los más vulnerables.

El desplome del Enrique Rébsamen es también metáfora. En el 85 se habló de que los mexicanos habíamos perdido el humor, la capacidad de reírnos ante la tragedia, hasta que a alguien se le ocurrió responder que fue porque habían encontrado a [i]Pepito[/i] (el simpático niño protagonista de infinidad de chistes) entre los escombros de un Conalep. Hoy se llama en redes sociales a no hacer un solo meme. Claro, también el ex diputado federal panista Gildardo Guerrero nos dio argumentos para documentar nuestro pesimismo en la clase política. Los comentarios que recibió explican también por qué tenemos políticos de ese nivel y peores. Y a todas éstas, ¿dónde ha quedado el humor de Jhonny Brea?

Hay un saldo de diferencias positivas del temblor de antier con respecto al de 1985: somos otra sociedad, más preparada para enfrentar calamidades de este tipo, más organizada. Hace 32 años comenzó una etapa de construcción de ciudadanía; hoy se ven sus frutos. Están en todas esas manos unidas para retirar escombros y hasta un automóvil; están en los ciclistas y motociclistas que voluntariamente salieron a repartir agua y víveres; están los que prepararon tacos y tortas para los voluntarios, en los jóvenes que sin la experiencia de hace 32 años se lanzaron a las calles a prestar su ayuda. Están en cada centro de acopio abierto desde hace dos semanas, como estará el de [i]La Jornada Maya[/i], enviando alimentos a quienes han perdido todo.

En las calles de la capital del país no se vio la tristeza. Entre los voluntarios y los rescatistas son muchos más los rostros de coraje y esperanza. Sin embargo, duele. Duele porque ha sido necesario que se repita una tragedia para volver a encontrarnos y reconocer que nos necesitamos todos. Duele saber que una veintena de niños se han vuelto semilla de un nuevo corazón para México. Duele tener esa esperanza.

[i]Mérida, Yucatán[/i]
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