Identidad, furor y calidez yucateca

Luis Antonio Blanco Cebada
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Lunes 31 de julio, 2017

A propósito de lo sucedido en Dzilam González donde sus pobladores liderados por el edil, José Concepción Martín Heredia, advirtieron a los fuereños que debían registrarse en un padrón o serían expulsados de la localidad, viene a colación recordar que la cultura está hecha de contrastes y luchas por el reconocimiento, efectuadas por los grupos que la integran. Parece que no hemos aprendido mucho de los aportes de la historia y la antropología para comprender el mundo en que vivimos. Una sociedad que se precie de incluyente, dialogante y democrática, ¿tendría el derecho, o la legítima autoridad, para expulsar a quienes consideran “los fuereños”?

Parte de lo ocurrido en Dzilam puede verse en un video en Youtube titulado [i]Alcalde yucateco recorre su pueblo sacando a 'fuereños'[/i]. El alcalde se dirige a un grupo de chiapanecos para decirles: “Es que ahorita está entre la vida y la muerte una persona que fue asaltada en su local sin motivo (sólo) porque está ganando sustento, igual le dicen que lo van a matar. No sabemos (…). Por eso la gente está bien molesta: Si yo no salgo con ellos tengan la seguridad que la gente se va a desbordar y puede(n) agredirlos”. Así, recorrió la localidad indicando la necesidad de levantar un padrón de la población “porque si no va a seguir esto. No va a cambiar nada …”

Acaso sea este hecho remembranza de aquel: “Si no te gusta mi ciudad, si no te gusta mi tierra, y si no te gustan los yucatecos, lárgate" protagonizado en 2014, por conocida locutora yucateca. Al respecto, ¿ha visto usted la película [i]Canoa[/i] (1975), de Felipe Cazals?

A lo anterior habría que sumar las declaraciones desafortunadas de Celia Rivas Rodríguez, actual presidente de Coordinación Política del Congreso local (otrora Procuradora de la Defensa del Menor y la Familia, y Fiscal General del Estado de Yucatán), quien aseveró que toda autoridad municipal debe acatar la ley y emplazó a los ciudadanos de otras partes a respetar las costumbres de los yucatecos (La Jornada Maya, 24/jul/2017). Habrá que acotar: según el INEGI (2010) Yucatán recibió a más de 50 mil personas principalmente de Quintana Roo, Ciudad de México, Campeche, Tabasco y Veracruz, en ese orden. De igual modo, ahora hay casi 7,000 extranjeros radicando en la entidad, la mayoría estadunidenses y cubanos. Si a ello agregamos lo que Jorge Victoria Ojeda y José Juan Cervera llaman los “yucatecos de otros rumbos”; es decir, la histórica inmigración extranjera que ha caracterizado a Yucatán desde el siglo XIX, representada por canarios, alemanes, chinos, libaneses, coreanos y franceses, entonces cabe preguntarse de qué costumbres yucatecas estará hablando Celia Rivas.

En alguna ocasión traje a Mérida chapulines de Oaxaca para deguste de mi familia yucateca. No los comieron; imposible comer grillos. También llevé recado negro de regreso, y preparé el chilmole. Mis amistades apenas lo probaron: “Nada como el coloradito”, decían. Las sociedades están formadas de lengua, territorio, historias compartidas y un marco normativo que regula sus actividades. El tiempo sedimenta las prácticas cotidianas y las convierte en costumbres. La permanencia de las mismas hace a la tradición. Debe decirse que en sentido etimológico “tradición” viene del latín traditio: transmitir, entregar. No obstante, la tradición se pierde en el origen de los tiempos, convirtiéndose en una justificación ideológica desde el presente desde la cual cada sociedad reelabora sus propias tradiciones, según su necesidad de diferenciarse de otras sociedades.

Por ello la cultura es el espacio en conflicto donde se ponen a prueba las relaciones, se tensan las visiones del mundo, se defiende la necesidad de permanecer de cada grupo. Y en el inter, se acepta sin cuestionar lo que en su momento fue impuesto. Véase por ejemplo, de acuerdo con Manuel de Jesús Pinkus Rendón, el festejo de la vaquería, impulsado por los hacendados para marcar con hierro al ganado. Hoy, fiesta popular en los pueblos de la península. Estamos hechos de mixturas y desplazamientos. Hay yucatecos que cocinan la barbacoa mucho mejor que la gente del altiplano. ¿Y saben ustedes que en España ya se comercializa muy bien el chile habanero, hecho por un estadunidense radicado en Granada? Me lo ha dicho una amiga en Madrid. En el facebook está la información: Salsas y Especias Sierra Nevada.

Así, habría que esbozar las posibles explicaciones en el llamado a la expulsión de los extraños en Dzilam González. Quizá no sea únicamente por temor a la violencia que “provocan los fuereños”, sino por el desplazamiento de las pocas oportunidades laborales que pudiera tener la gente del lugar, o por la necesidad de defender sus costumbres laborales; por ejemplo, la manera de pescar y los ritos que acompañan a la celebración del pescado. En este sentido, la identidad es continua recreación de las costumbres, pues está siempre en movimiento. Es necesario observar desde qué espacios de poder (instituciones, normas y discursos) pretende definirse, fijarse. Existen numerosos estudios que dan cuenta de estas contradicciones en Yucatán, y de la riqueza cultural que se genera al interior de las mismas. Caben destacar las investigaciones de Jesús Lizama Quijano, Francisco Fernández Repetto, Eugenia Iturriaga, María Cecilia Lara Cebada, Othón Baños y Miguel Güémez Pineda.

No es éticamente deseable desconocer a “los otros”. Habría que pensar si estas acciones no son más bien reacciones. El desinterés común por las causas, aparejado por el furor promovido en las redes sociales, conlleva a disgregar aún más a una sociedad, como la yucateca, que se precia de acoger con calidez al visitante, convirtiéndola en un polvorín, y ligada a una interminable pérdida de comunidad.

[i]Mérida, Yucatán[/i]
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