Rafael Robles de Benito
Foto: Israel Mijares
La Jornada Maya
Viernes 28 de julio, 2017
No se puede entender lo que pasa en Holbox si se deja la mirada únicamente en la ínsula, ya que es sólo una pequeña porción de un área protegida, el Área de Protección de Flora y Fauna Yum Balam, que hoy se enfrenta a lo que podría convertirse en un colapso. Lo que está en juego es, en efecto, un recurso turístico formidable, pero también una laguna productiva, un sitio importante para las aves, tanto residentes como migratorias, una zona de manglares, un área de selvas bajas y medianas, una porción del mar donde se juntan el Caribe y el Golfo de México y, cuando menos, dos comunidades importantes de pescadores: Chiquilá y Holbox.
La ambición de los inversionistas en el campo del turismo está dando al traste con el área protegida, “embarcando” a los residentes locales en un conflicto de intereses del que no tendrían por qué participar y colocando a la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (CONANP) ante una situación insostenible, que la exhibe como una agencia de conservación con debilidades dolorosas.
Este caso me trae a la mente la antiquísima fábula de la gallina de los huevos de oro: parece que todos conocemos de qué trata, pero pocos lo comprendemos cuando se busca satisfacer nuestra avidez inmediata. La hermosa isla de Holbox (la gallina), está próxima a colapsarse (y a dejar, por tanto, de brindar sus huevos de oro). El colapso arrastrará a los más vulnerables en la región: residentes locales y generaciones póstumas.
Hace ya algunos años, la CONANP propuso a los actores interesados en el área un programa de manejo, que incluía una propuesta de capacidad de carga turística para la isla. Ésta no fue bien recibida por quienes están interesados en exprimir hasta las heces el fruto del turismo. Aunque existieran dudas acerca de la cifra propuesta, ésta podría haberse evaluado y revisado periódicamente y, mediante un sano criterio precautorio, debió establecerse con todo rigor.
Tiene que haber una manera de hacer entender a los inversionistas en turismo, sobre todo cuando está vinculado a las áreas protegidas, que el crecimiento tiene un límite. Los ecosistemas soportan una presión determinada antes de perder su resiliencia. Más allá de esa presión, comienza su deterioro. Si lo que vende el desarrollo turístico de un área como Yum Balam es precisamente la calidad de su paisaje, es contradictorio actuar a modo de que su calidad se pierda vertiginosamente.
De manera lamentable, la lógica de los inversionistas parece estar conducida por la premisa de “pan para hoy, que haya hambre para mañana”. Claro que el hambre, en procesos como el que intento describir en estas líneas, no es precisamente para los inversionistas. Es para los más vulnerables, residentes locales y generaciones venideras, con las que seguimos mostrando una absoluta carencia de solidaridad, debido a que impera entre nosotros la indiferencia ante un diluvio posterior a nuestra existencia.
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