Víctor Caballero Durán
Foto tomada de Twitter
La Jornada Maya
Martes 04 de julio, 2017
[i]The best is yet to be[/i]
- Robert Browning
De la misma forma que los árboles tienen anillos debajo de su corteza que permiten determinar su edad, los seres humanos -cada 365 días- sumamos una vuelta más en la rueda de nuestras vidas, una vuelta que deja huellas en nuestra epidermis y nos va llenando de experiencias y nuevos conocimientos. En mi caso, el reloj de mis segundos, minutos y horas comenzó a girar hace exactamente 50 años, en 1967.
En ese entonces, Yucatán tenía poco más de 700 mil habitantes y en Mérida, por primera vez, un político de la oposición asumió el cargo de alcalde. Es decir, nací en la alternancia política y en un estado donde, prácticamente, todos nos conocíamos. Tal vez por eso creo firmemente en la amistad y los valores de la democracia. Porque una sociedad en la que todos tenemos un contexto común y hacemos valer nuestros derechos como ciudadanos es una en la que el futuro se mira con optimismo y certeza.
Medio siglo después, varias cosas han cambiado; pero lo esencial, nuestra identidad, costumbres y valores, se mantienen intactos.
Actualmente vivimos en esta tierra más de 2 millones de habitantes; 2 millones de yucatecos por nacimiento y, también, de yucatecos por decisión; hombres y mujeres de otras entidades que aquí han encontrado terreno fértil para salir adelante y vivir en armonía con sus familias. Nuestra población se ha triplicado, lo mismo que el tamaño de nuestras ciudades, actividad turística y matrícula estudiantil. Con emoción y satisfacción puedo decir que yo he sido testigo y actor de cambio de buena parte de esa transformación.
Y creo que eso es lo maravilloso de la vida: cuando uno va creciendo junto con su entorno, su calle, su colonia, su ciudad y estado. Es cierto, Yucatán no es el mismo que hace 50 años, pero sigue siendo propio, cercano, tangible. La tierra del faisán y del venado y -también- de las tecnologías de la información; la tierra donde cohabitan la trova y el rap en lengua maya; la tierra de la cochinita pibil y de la gastronomía contemporánea; la tierra del Chilam Balam y de las nuevas expresiones literarias. He crecido junto con Yucatán y de ese crecimiento ha abrevado el hombre que ahora soy.
En mi primera década de vida conocí las letras, las matemáticas y los valores cívicos. Aprendí a escribir, sumar y la historia de mi país. En esa época recibí las nociones básicas de mi educación y tuve una infancia feliz.
Entre los 10 y los 20 años conocí a Elsa, mi actual esposa, y a quienes hoy son mis mejores amigos. En ese periodo decidí lo que quería ser en la vida e ingresé a estudiar la carrera de derecho. Las anécdotas de juventud son, hoy, las experiencias de un hombre maduro y pleno.
De los 20 a los 30 años me adentré en el servicio público y la labor política. Fueron años de picar piedra, dar los últimos toques a mi formación ideológica, tocar y abrir puertas.
Mi tercera década de vida fue de aprendizajes políticos, de derrotas y desafíos. El partido al que pertenezco perdió, por primera vez, la Presidencia de la República y la gubernatura. Toda una generación de militantes tuvimos que replantearnos nuestro futuro. Pero valió la pena. Tanto en lo profesional como en lo personal. Fueron años, para mí, de mucha reflexión y de consolidar mi proyecto de familia. Lo que perdimos en las urnas, lo gané en mi hogar. Lo que me sirvió para salir de nuevo a tocar y abrir puertas, junto con miles de compañeros de partido.
Así, de los 40 a los 50, el proyecto político del cual formo parte recuperó la confianza ciudadana. Fui director del Colegio de Bachilleres, diputado local y secretario general de Gobierno. Hoy, tengo la responsabilidad de ser secretario de Educación justo cuando se están impulsando los cambios más trascendentes de la historia a nuestro modelo educativo.
Mi vida ha sido un viaje maravilloso. Y cuento con claros indicios de que lo mejor aún está por venir. Formo parte de una familia que me llena de amor y me motiva a seguir trabajando por las cosas que son importantes. Recién celebré junto con Elsa, mi compañera de vida, 25 años de casado y tengo dos hijas que cada mañana renuevan mi esperanza en las nuevas generaciones. Día a día conozco y dialogo con estudiantes dedicados y maestros comprometidos con construir el futuro a través de la educación de calidad.
50 años de reír, llorar, soñar, caminar, trabajar. 50 años de fluir en buen cauce y por las causas correctas. Y vamos por más. Lo mejor está por venir.
[i]Mérida, Yucatán[/i]
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