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Giovana Jaspersen
Foto: Juan Carlos Gómez de la Fuente
La Jornada Maya

Viernes 30 de junio, 2017

“El presente no es tan agradable, sólo hay muchas cosas que hacer, pensé que me quedaría el pasado, pero la oscuridad también se adueñó de él (..)”, con esta estrofa Cohen, como muchas otras veces, tuvo razón. Sus notas habrían sido fondo coherente para acompañar la imagen de las 8 columnas del Teatro Degollado de Guadalajara, con una letra en cada fuste, para iniciar la semana con la leyenda D-A-R-K-N-E-S-S en ellas. Y a pesar de que seguramente los dos adolescentes que cargaban 15 latas de aerosol en sus mochilas a las 2 am del lunes no habrán tenido a Cohen en mente, no por ello la escena pierde el sentido.

Pensamos que nos quedaría el pasado, como siempre lo creemos mientras en el presente pasan tantas cosas; hasta que por un derrumbe, o un abrir y cerrar de latas entre la prisa de la ilegalidad nos damos cuenta de la vulnerabilidad incluso de los más grandes y emblemáticos monumentos. Transgredir el decimonónico inmueble del occidente, es lo mismo que lanzarse contra Bellas Artes en la Ciudad de México, el teatro Macedonio Alcalá en Oaxaca o el Peón Contreras en Mérida, es avasallar un emblema, sin razón y sin sentido. Se ha hablado de la falta de acceso al patrimonio, de la marginalidad de la clase baja y de la posibilidad de denuncia inscrita en las letras sobre la toba volcánica. Lo cierto es que dejando de lado el romanticismo de potencializar a los dos jóvenes con la fuerza de reclamo que ha ganado Bansky en últimos tiempos; debemos de aceptar que las reflexiones no van en torno al arte contemporáneo, la necesidad de expresión o la denuncia social; o por lo menos no explícitamente.

El patrimonio cultural, además de ser un bien común, tiene una legislación específica y normativas en relación al uso y relación que tienen los ciudadanos con él, es pasado en el que todos nos hemos construido de una u otra forma. Si se busca avanzar en el cumplimiento de la ley en nuestro país es imposible ser selectivos, por lo que decir que son menores y que la responsabilidad no está en ellos sino en sus padres, sólo alimenta la problemática que ha generado el que las personas no tengan responsabilidades sino hasta ser mayores de edad. Además, si analizamos un poco las dinámicas habituales de un Crew y el objetivo final de Taggear en un muro, podremos ver que la transgresión no tiene que ver con el estado y su política pública sino con una referencia personal en un entorno inmediato por tener una “raya” en un lugar tan público. Es una cuestión mucho más egoísta que colectiva, relacionada con la construcción personal del rompimiento de las normas -idílica y jurídicamente-. El que haya sido tanto el teatro como la plaza tapatía y otros rincones a su paso, muestra cómo las reflexiones en torno al estado y al patrimonio fueron nulas, sólo buscaban estar ahí, por todas partes, rompiendo la ley.

Situaciones como esta tienen también implicaciones mucho más calladas de las que hemos visto, relacionadas con los artistas urbanos que todos los días viven el estigma de ser tratados como vagos o drogadictos. Quienes trabajan a diario y han hecho del neo-grafitti y la intervención del espacio público una labor que fomenta la ciudadanía y la participación social y que han tenido grandes proyectos de transformación positiva de muros y rincones urbanos, son quienes pagan el que dos adolescentes salgan con mochila en mano a mostrar a su barrio de qué son capaces.

Lo paga, por supuesto, también el patrimonio y los restauradores que entre papetas, cepillos, geles y lápices de fibra de vidrio buscar borrar este tropezón histórico. Sin embargo, en este punto hay que resaltar también la activación del patrimonio a partir del daño, hoy todo Guadalajara habla del teatro, el patrimonio cultural, los bienes comunes y la legislación vigente; de la misma forma en que en Mérida todos se cuestionan acerca de la demolición, pues el centro histórico suele ser el espacio que transitamos y habitamos a diario como escenografía de nuestra historia, y la destrucción es detonante para girar la vista hacia inmuebles ignorados y callados por años.

En ambos casos, es inaceptable que sea necesario llegar al daño para que la consciencia y la visibilización se active, la alerta debe ponerse en relación a la comunicación del patrimonio y los sentidos de pertenencia y comunidad en torno a él, antes del daño.

En la letra de [i]Darkness,[/i] Cohen de forma recurrente cuestiona si la obscuridad es contagiosa. En el caso del patrimonio la urgencia apremia porque sí lo es, una marca en aerosol llama a otra, así como el descuido y abandono se traducen en demolición y estacionamientos nuevos sobre inmuebles históricos. Es imperioso el conocimiento, comunicación y valoración del patrimonio desde la edad más temprana para que el contagio no suceda, para que nadie levante una lata frente al teatro y que la demolición nunca sea la solución a un “problema”. El perfil que debemos buscar sea contagioso, y no la obscuridad, es el del comunicador del patrimonio; así, de verdad podrá quedarnos -por lo menos- el pasado.

Mérida, Yucatán
[i][email protected][/i]


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