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Eduardo del Buey
Foto: Reuters
La Jornada Maya

Martes 13 de junio, 2017


Recientemente, la vicesecretaria general de Naciones Unidas, Amina Mohamed, afirmó que “al día de hoy, 65 millones de personas alrededor del globo han sido desplazadas debido a conflictos y desastres. Existen 21 millones de refugiados. La mitad de ellos tiene menos de 18 años. No podemos permitir que se conviertan en una generación perdida. El mundo está cerrándole las puertas a estos refugiados, aún cuando al invertir en ellos estaría invirtiendo en el futuro”.

[b]Son dos los conflictos que actualmente existen[/b]

El primero, es el gran número de guerras subsidiarias que los países desarrollados pelean en naciones en vías de desarrollo, tomando bandos y armando a las diversas facciones en pugna, en una búsqueda sin fin de recursos y dominación (diamantes de sangre y minerales estratégicos en el África subsahariana, los reclamos de derechos por vías fluviales en Egipto, Sudán y Etiopía). Estos conflictos han producido millones de refugiados, pues las víctimas de la violencia buscan salvar sus vidas y crearse un futuro que les proporcione mayor seguridad.

A esto hay que agregar el impacto del llamado terrorismo islámico radical en Nigeria y África Central (Boko Haram), Al Qaeda en el Magreb y Yemen, Al Shabaab en el Cuerno de África, los talibanes en Afganistán y Paquistán e ISIS y Al Qaeda en Siria e Iraq, y tendremos la tormenta de violencia perfecta.

El segundo tipo de conflicto es el ascenso del populismo nacionalista y su guerra contra “los otros”, aquellos desplazados por el primer tipo de conflicto, y que no tienen a donde ir para poder escapar de la violencia y muerte desencadenadas en contra de sus sociedades. Esta batalla contra “los otros” es la que dificulta, en el mundo de hoy, el reemplazamiento de refugiados, y que llama a su expulsión en la mayoría de los casos.

La culpa del primer tipo de conflictos la tienen nuestras propias sociedades, determinadas a consumir productos sin tomar en cuenta su origen. En muchos casos el trabajo infantil y diversas formas de esclavitud son las que aseguran la extracción y producción de artículos, que van de anillos de diamantes a teléfonos celulares, a bajo costo. Mientras muchas compañías ahora se adhieren a “prácticas de comercio justo”, como parte de su responsabilidad social corporativa; muchas otras condonan el uso de niños como trabajadores para poder alcanzar un mejor tope mínimo y así satisfacer las demandas de los consumidores. La lucha por ciertos recursos es comúnmente la raíz de la represión y de los conflictos sociales que resultan en la muerte de muchos.

La oposición al flujo de migrantes que vemos en la televisión 24/7 es producto del segundo tipo de conflictos. Los refugiados, en su mayoría, buscan un lugar calmo para poder proveer a sus hijos la posibilidad de crecer y alcanzar sus sueños; lugares en los cuales sus vidas ya no serán consideradas como mercancías baratas, aprehendidas por líderes o vecinos caprichosos por cualquier razón.

El mundo tiene suficientes recursos para mantenernos a todos; los países desarrollados tienen la responsabilidad moral de lidiar con la crisis de refugiados; primero, porque en muchos casos son sus actividades, necesidades y políticas la raíz de la situación. Segundo, porque ellos tienen los medios para poder asimilarlos y proveerles con tierra fértil, propicia para su crecimiento.

Hay que agregar que, no todos los “nacionalistas” populistas han reaccionado negativamente a la situación de aquellos que huyen de la guerra. Turquía, bajo la dirección del presidente populista islamista Tayyip Recep Erdogan, ha aceptado a más de dos millones de refugiados de países en lucha con ISIS. Jordania, otro país musulmán (aunque no populista), ha aceptado a más de 1.4 millones de refugiados sirios, contradiciendo la suposición popular que dice que los países de mayoría musulmana no están aceptando refugiados, y que esperan que los países occidentales lo hagan en masa. También, hay más de un millón de refugiados en Alemania, y cientos de miles en otros países de Europa y América del Norte.

¿Y cómo lidiamos con la respuesta nacionalista en contra de refugiados de distinta procedencia?

Hay que afirmar que los refugiados también tienen una gran responsabilidad. Las olas de migrantes deben aceptar que cuando llegan a una nueva sociedad, son ellos los que se deben adaptar a los valores y tradiciones novedosos. Deben dejar sus animosidades y prejuicios atrás, y comprometerse a contribuir al bien común de sus nuevas patrias. No deben esperar que la sociedad receptora permita actividades y valores con los que no concuerda la mayoría.

[b]Esto no es racismo; esto es la realidad[/b]

Los refugiados deben aceptar el hecho de que sus vidas han cambiado drásticamente. Que tendrán que asimilarse a sus nuevas sociedades; que van a tener que hacer a un lado el confort de los guetos. Aún cuando su cultura nativa les sea de utilidad en sus hogares, tendrán que adaptarse a las calles cuando estén fuera.

[b]Cada lado debe actuar su papel[/b]

Los estados receptores deben asegurar que los derechos humanos sean respetados durante cada etapa del camino. Los refugiados deben aceptar que sus antiguos modos se han acabado, y que un nuevo mundo les espera.

Si cada lado cumple su papel, el odio y el rechazo de los populistas pueden ser reemplazados por esperanza y compasión.

Y así es como debemos proceder para que nuestra humanidad no sucumba a nuestros prejuicios.

[i]Mérida, Yucatán[/i]
[b][email protected][/b]


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