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Gerardo Galarza
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Miércoles 31 de mayo, 2017

Hoy hay algunos que dicen que el periodismo está en crisis. Es más, algunos catatrofistas sostienen que los periodistas somos una especie en extinción; que nosotros los que lo practicamos somos unos dinosaurios, extinguidos por un meteorito que cayó por estos rumbos peninsulares.

El nuevo meteorito ya tiene nombre. Le llaman las “redes sociales”, que popularmente son identificadas como Twitter y Facebook, y apoyadas por esa gran telaraña tecnológica que se le conoce como la Internet. Como los niños de los que hablaba la gran Sor Juana Inés de la Cruz, hoy tenemos miedo del coco que creamos nosotros mismos, confundiendo el oficio con sus instrumentos.

Y los periodistas -y aquí incluyo a los dueños de los medios de información, a los que ejercen el oficio de periodistas, a los empleados administrativos y de los talleres, y a quienes todavía vocean las noticias- estamos muy espantados.

Nosotros, los mismos que hace algunos años decíamos orgullosos que ejercíamos el mejor oficio del mundo, según lo definió, como se ha repetido hasta el cansancio, Gabriel García Márquez, aunque no es el único reportero que ha conseguido el Nobel de Literatura. A vuela pluma hay que recordar a Ernest Hemingway y a Sveltana Alexievich.

No andamos tan perdidos.

Mientras el hombre vive y está, ocurren cosas, las dice, las comete y nunca se detiene. El tiempo y los hechos son la materia prima de nuestro trabajo; como lo es, también, señalar con mucho cuidado lo más relevante y lo más trascendente para conocimiento de todos.

Pero junto con todo esto existe la pasión por una profesión con frecuencia mal entendida tanto por quienes nos leen o nos ven o nos escuchan, como también por quienes lo ejercen. Es así.

Pese a ello, puedo asegurarles que predomina en esta tarea el interés de la gran mayoría de nosotros, periodistas, por ser cada día más responsables y más dados a asumir que lo que transmitimos tiene consecuencias en la vida de toda sociedad y, por lo mismo, si somos serios debemos contribuir con uno de los aspectos que mejor le sirve a todo el mundo: el de la información; la explicación de los hechos; el retrato de éstos; su imagen más profunda y, sobre todo, la página de nuestra historia que escribimos todos los días: esa es nuestra tarea.

Ésta, la descrita arriba, es parte esencial de los dogmas de fe de y en nuestro oficio, que nunca podrá quedar enjaulada en los 140 caracteres de un tuit ni en ningún “post” del Facebook o de un blog personal, ni en una fotografía en Instagram.

La batalla contra la tecnología siempre ha estado perdida, aún antes de iniciarla: las lozas fueron desplazadas por las tablillas; las tablillas por los cueros de los animales; los cueros de los animales por el papel y las plumillas de los monjes; el papel y las plumillas por la imprenta del genio Gutemberg. Luego llegaron la radio, el cine, la televisión; también las máquinas de escribir, los teléfonos, las grabadoras, el fax, los satélites, las computadoras y sus teléfonos “inteligentes”, y la tecnología digital o como se llame. Seguramente en unas 24 horas habrá novedades.

Pero, confío en que ya se han dado cuenta, nada desplazó y mucho menos sustituyó al oficio del reportero. El trabajo del cronista del Génesis, de Homero en Grecia, de los evangelistas de hace dos mil años, de Hernán Cortés y Bernal Díaz de Castillo, de John Reed y Martín Luis Guzmán y otros miles ejercieron el mismo que nosotros ejercemos… con otras tecnologías. Los instrumentos pasaron, pero ellos siguen vigentes.

El oficio sigue vivo.

El oficio periodístico, el que ejercen los reporteros, sobrevivirá. No tengo duda.

Digamos que ejercer el derecho a la libertad de expresión de manera profesional en los medios que están a disposición nuestra, como periodistas, es un privilegio y, también, una responsabilidad que tiene que cumplirse cada día, cada hora y cada minuto de la vida del periodista y de sus instrumentos.

Durante los años, los meses, los días recientes en México hemos sido testigos de persecuciones, amenazas, peligro y muerte para muchos colegas. Hacer periodismo en algunos estados de la República Mexicana es además de una gesta, también un riesgo mortal. Y cuando a un periodista en el ejercicio de su profesión es hecho guardar silencio, se silencia al mismo tiempo a toda una sociedad y a toda una generación. No, no voy a pedir ningún minuto de silencio; el silencio es lo contrario al ejercicio periodístico. Debemos tener cuidado, sí; pero también debemos defender el derecho que es base de todas las libertades, como es el de la libre expresión. Su mejor defensa es su ejercicio mismo. No hay otra.

Así ocurre.

Pero también ocurren cosas buenas en el periodismo y para los periodistas. Cosas como que una empresa de tanta importancia como es Cuauhtémoc-Moctezuma decida convocar a un concurso de periodismo ahora en Yucatán, en su edición 2017, la segunda.

Esto es una muestra de buena voluntad y de mejor intención: la de preservar la libertad de expresión y dentro de, y con ella, mantener la mejor calidad en sus diferentes géneros periodísticos, como lo propone y lo quiere la convocatoria Cuauhtémoc-Moctezuma al Periodismo en Yucatán.

Y como esta empresa sabe que sólo haciendo bien las cosas salen bien, pues convocó también a un grupo de periodistas mexicanos en activo que representan a lo mejor de nuestro día a día periodístico. Un grupo de profesionales dotados y capaces que conocen la profesión, que la quieren, que viven de ella y en ella y que están dispuestos a conocer los trabajos que habrán de presentarse para poner a disposición de ellos su experiencia, su sabiduría y su buena voluntad de hacer un periodismo cada día mejor en nuestro país, en este caso en Yucatán: a todos ellos, muchas gracias por participar y por aceptar que éste, su servidor, sea el presidente del jurado. Es un honor que llevo con orgullo.

Por experiencia ya de seis años anteriores puedo decir que Cuauhtémoc-Moctezuma, sus ejecutivos y directivos han sido los primeros en respetar las decisiones del jurado del premio. Es más, lo dio abiertamente, no he notado, seguramente porque no la ha habido, la intención siquiera de intervenir en alguna discusión en el otorgamiento de los premios. En nombre de los jurados expreso nuestro reconocimiento y agradecimiento por ese respeto.

Es bueno participar en este premio. Es bueno porque se siente experiencia y juventud en todo ello. Qué bueno. Ojalá que lo que hacemos, ustedes, nosotros y Cuauhtémoc-Moctezuma, sea una contribución para ir cada día más lejos y ver y oír y sentir la vida para transmitirla a todos, con verdad y, lo dicho, con responsabilidad.

Quitemos el coco que nos impusimos. Aunque exista, no es ningún peligro.

Déjenme que les cuente algo que yo sé: Gabriel García Márquez reporteó y escribió sobre cómo una buena tarde don Arcadio Buendía llevó a su hijo Aureliano a conocer el hielo, que el gitano Melquiades había llevado hasta Macondo. Ese niño, como otros de los habitantes de aquel villorrio que pagaron por tocar, supieron que el hielo quemaba.

Entonces no había refrigeradores ni neveras caseras; las comercializaron masivamente hace unos 80 años y hoy todavía el hielo sigue vendiéndose en las calles.

Estoy seguro de que en algunos años, no sé serán muchos o pocos, en las calles de esta hermosa ciudad y en las de todas en el mundo, seguirán vendiéndose periódicos. Seguramente impresos en “papel digital” como [i]El Profeta[/i], el periódico que ya sabemos que lee Harry Potter, sus amigos, enemigos y sus maestros.

Y el hielo seguirá quemando, júrenlo.

Esta vez los dinosaurios sobreviviremos por más meteoritos que lluevan. Cuando eso ocurra diremos como toda desfachatez: ¡Vámonos pa’ Mérida!


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