de

del

Alejandro Pulido Cayón
Foto: Raúl Angulo Hernández
La Jornada Maya

Jueves 18 de mayo, 2017

[i]Mis amigos son gente cumplidora/ que acuden cuando saben que yo espero[/i]
[i]/ Si les roza la muerte disimulan./Que pa' ellos la amistad es lo primero.[/i]
[i]Joan Manuel Serrat[/i]

El manotazo que tumba el sombrero llega a punta de proyectiles y una fotografía. Cimbra, deja los ojos húmedos de rabia, impotencia, lejanía. Gigantesco vacío nos dejas. El titular, siempre el titular salvaje, magno golpe, es anuncio de ausencia. Tu nombre inunda primeras planas. Te llevaron por la mala, los muy culeros, querido Javier Valdez Cárdenas.

Hoy te citan hasta el hartazgo entre pulcras comillas, con tu voz indomable: “Que nos maten a todos, si esa es la condena de muerte por reportear este infierno. No al silencio”, eso nos dijiste, Javier, cuando también cegaron la vida de Miroslava Breach, hace apenas unas semanas. Tu valiente voz de resistencia queda como insignia, qué más quisiera que fuera consigna para quienes le hacemos de reporteros y periodistas. ¡Qué más quisiera si no fuera sólo una cita necesaria en la nota informativa!

Era lunes y era Día del Maestro. Era día de recordar la muerte de Carlos Fuentes, hace cinco años. Ahora, es un 15 de mayo tatuado con la ignominia de un triste México que, cada vez más y más, silencia las plumas que se atreven a la denuncia, que dan rostro y forma a la violencia que acongoja. “Hoy nos pegaron en el corazón”, titularon tu adiós en la editorial de Ríodoce, el semanario del que fuiste cofundador.

Ese día, temprano, cuando dejabas la redacción, allá en tu Sinaloa, te toparon unos ojetes, so pretexto de robarte la nave. Tiraron a matar y te mataron. Recogieron 12 casquillos de las balas que te arrebataron de este mundo. Dicen tus compas de Ríodoce y dicen bien: “No tenemos ninguna duda: el origen del crimen de Javier Valdés (sic) está en su trabajo periodístico relacionado con los temas del narcotráfico. No sabemos de qué parte, de qué familia, de qué organización provino la orden. Pero fueron ellos”.

Tocaste la vida de cientos de personas: contaste sus historias. Hiciste volver a pensar la vida de otros miles; es decir, de quienes las leemos. Y fuiste claro: “Yo no quiero que me reclamen después, que me digan: sí, tantos homicidios, porque tú te quedaste callado, por qué escribías esto o aquello; a mí no me van a poder decir eso, porque yo soy un hombre de este tiempo y vivo con la intensidad de los problemas que el tiempo requiere. El narco nos quiere hincar a todos. Siempre debe estar presente en tu vida periodística la ética, la dignidad y el profesionalismo”.

Tu asesinato nos desnuda. La fotografía es atroz, demoledora: El asfalto ardiente y tu sombrero ensangrentado. El símbolo. Alrededor, la cartografía forense; los curiosos, los de siempre, los mirones de periódicos en los ocsos que la ven y nada entienden. Tú, ahí en medio de ti mismo como espejo para nosotros. Cientos de miles de ejemplares la reproducen por el mundo. Es la foto donde yaces sin esa pluma blindada que tenías. Así lo aseguraste cienes y cienes de veces, que para reportear en Sinaloa ibas “con la mano en el culo y tu pluma blindada”.

¡¿Dónde carajo quedó ese blindaje de palabras?! En nuestro silencio, responde manso el pueblo de México. “Es un golpe demoledor para nosotros, para su familia, pero también para el periodismo, el sinaloense, el mexicano, sobre todo ese que investiga, escribe y publica en libertad”, rebaten desde [i]Ríodoce[/i].

Hace apenas un par de meses te vimos en Mérida, la de Yucatán. Estabas de vuelta luego de botanear los tragos en La Negrita un año atrás. ¡Qué pasó batos!, saludabas. Bajo el brazo relucían tus libros [i]Malayerba[/i] y [i]Narcoperiodimo.[/i] Llegaste a toda madre a la Filey.

Era marzo de este pinche 2017 en el que sumamos seis periodistas asesinados, cuatro tan sólo en ese mes. Para mayor precisión, era 16 de marzo cuando te vimos, y lo sabemos porque ese día se fugó del penal de Culiacán Juan José Esparragoza Monzón –hijo de Esparragoza Moreno, [i]El Azul[/i]–. Tú, en cumplimiento del oficio, fuiste a la sala de prensa de la feria y entre presentación y presentación de libro, escribiste la nota sobre ese hecho. Mis respetos, señor reportero.

Hoy, resuenan ecos de esos días, cuando en la blanca Mérida, sin mayores preocupaciones diste a conocer, en tu faceta de escritor, la realidad de los periodistas que escriben sobre el crimen organizado y los encubrimientos del gobierno. El titular de esas presentaciones regresa, siempre el titular salvaje, cual magno golpe que azota en los medios locales estos días: Tu nombre inunda primeras planas, porque ya no estás con nosotros. Cuánta tristeza cabe en estos corazones perforados.

¡Quién tuviera un sombrero como el tuyo! Pero, sobre todo: ¿Quién tuviera tu valentía para armarse sólo con una pluma blindada? Descansa en paz, amigo.

[i]Mérida, Yucatán[/i]


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