de

del

Pedro Echeverría V.
Foto: Archivo
La Jornada Maya

Martes 4 de abril, 2017


Mérida, la capital de Yucatán, cuenta con un millón de habitantes; el estado con poco más de 2 millones. La entidad es conservadora porque ha vivido políticamente aislada de México, además de estar separada en su geografía por mil 500 kilómetros de la ciudad de México. Hasta 1930 sólo podía comunicarse por barco con el centro del país, vía Veracruz, posteriormente por avión. En 1957 llegó el primer ferrocarril procedente de Coatzacoalcos, así como los autobuses ADO, que venían de México. La integración de Yucatán a México fue muy difícil, siéndole menos dificultosa su relación con Cuba y el sur de Estados Unidos.

Mérida ha sido siempre la ciudad moderna de los privilegios. En 1900 contaba con poco más de 43 mil habitantes, mientras el estado sumaba 309 mil. En ella se concentraban unos 150 dueños de haciendas henequeneras y sus familias, ocupando igual número de gigantescas mansiones que ubicaron al borde del llamado Paseo de Montejo (que ellos mismos construyeron imitando a los Campos Elíseos de París o por lo menos al Paseo de la Reforma de México) en los últimos años del siglo XIX. Mérida, además de privilegiada era muy católica, por ello el revolucionario Salvador Alvarado los bautizó a estos hacendados como “la casta divina”.

He leído en La Jornada Maya dos posiciones acerca de “la Mérida que queremos” y me he puesto a pensar no en la Mérida que quiero, sino en la que al parecer querrían los yucatecos que dicen amar a su ciudad; no yo, porque nunca he sido ni nacionalista ni patriota y sólo he amado la lucha social en cualquier territorio donde se encuentre. Pero es obvio que la “Mérida Blanca” o de los blancos, como realmente fue hasta los años 20 del siglo pasado, esa Mérida blanca que abiertamente despreciaba a los “indios”, a los “pelados”, a los de piel curtida por el trabajo y el sol en la milpa y los henequenales, esa Mérida racista, debe desaparecer.

Hoy se publica una posición sobre el futuro de Mérida escrita por Geovana Campos, vecina del Centro Histórico, como respuesta a un artículo de Ricardo Tatto: “Mérida, una ciudad viva”. El señor Tatto es radical al señalar: “para nadie es un secreto que la mayoría de estos vecinos (del Centro Histórico de Mérida) son ciudadanos extranjeros, los ya famosos expats, personas expatriadas de países como Estados Unidos, Canadá y de diversas naciones europeas, que componen a la otra “élite blanca” que habita nuestra ciudad. ¿Se confirma con esto que las casas del centro de Mérida son propiedad, desde hace 15 años, de viejos extranjeros?

Al final del día, sin afán de ser reduccionista –escribe el señor Tatto- todo recae en preguntarnos qué clase de ciudad queremos y a quienes están sirviendo los gobernantes: a) ¿se busca un centro de retiro para los expatriados jubilados que sólo vienen a Mérida a morir en climas y tipos de cambio benéficos para sus intereses o, en cambio, b) o como otros dicen: un centro vibrante, lleno de oferta cultural y vida nocturna que es de interés para el turismo en general, sin mencionar a los jóvenes de la localidad que poco a poco comienzan a tomar las calles de su propia ciudad? ¿Queremos una Mérida viva o muerta?

Contrario a esa posición, la señora Campos explica: “Desde al año 2000 nos dimos a la tarea de rescatar el centro histórico y mucho hemos logrado. Cada vez que se abre un nuevo negocio se muda un nuevo vecino del centro histórico; por ello nos alegra que la mancha de la restauración esté creciendo. Son personas que han venido de otras ciudades y países, pero también, pero también se han visto beneficiado por yucatecos que aprecian la belleza y valor arquitectónico de esta ciudad. Se abren residencias, hoteles, restaurantes, tiendas de artesanía, ropa, casas de cambio, agencias de viaje”.

¿Qué Mérida se quiere? ¿Un Centro Histórico pacífico, ordenado, tradicional, donde acuda el turismo a comprar, descansar, donde sus habitantes terminen sus días en paz y con seguridad? O, como otros han propuesto: una Mérida próspera, abierta, divertida, con bares y centros de diversión, donde acuda el turismo a gastar su dinero a manos llenas. ¿Una blanca y pura o una blanca y divertida? A mí no me gusta ninguna de las dos. Yo quisiera ver a Mérida y demás ciudades con seres humanos con mucha dignidad, con organización y valentía para defender sus derechos. Ciudades igualitarias que no sólo estén pensando en el orden, la disciplina y la diversión; sino que salgan a las calles para defender con conciencia y valentía a su familia, sus hijos, su vida.

[i]Mérida, Yucatán[/i]
[b]www.pedroecheverriav.wordpress.com[/b]
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