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José Agustín Ortiz Pinchetti
Foto: Marco Peláez
La Jornada Maya

Domingo 26 de marzo, 2017

Carlos Salinas es un caso muy interesante. Único en nuestra historia contemporánea. Su ascenso fue difícil, protegido por Miguel de la Madrid llegó a ser candidato del Partido Revolucionario Institucional (PRI), aunque éste se resistía. Ya en la Presidencia, demostró una extraordinaria capacidad para impulsar su proyecto personal. Después de elevarse a las alturas, se desplomó. Todo su proyecto tenía como base una sociedad desigual y fragmentada. Se negó a hacer una reforma política. Quería convertirse en jefe máximo. Esto produjo una crisis en el PRI y de ella, quizás, los asesinatos de Colosio y Ruiz Massieu. Su gestión terminó en un desastre múltiple.

Sin embargo, el salinismo llega hasta nuestros días. Es esta atmósfera siniestra que respiramos. Su influencia personal se debe, seguramente, a la élite de empresarios y políticos que son sus cómplices y sus socios. Su herencia política. Está vigente: nuestra adhesión al Consenso de Washington, a pesar de los rendimientos cada vez peores en materia de crecimiento y redistribución. Persiste la voluntad de incorporarnos a América del Norte, empero, de que este propósito ha demostrado su falacia delirante. Gracias a Donald Trump, podemos esperar elegir nuestro propio proyecto.

El PRI-gobierno y el Partido Acción Macional están de acuerdo: renunciar a la rectoría del Estado y dejar que la economía se dirija por el mercado, es decir, por los grupos que han cooptado al Estado. El proyecto carece de una intención de beneficiar a la colectividad, la codicia dura y pura de una élite que se ha alimentado de corrupción.

Otro aspecto sombrío, es la vinculación de las élites políticas y económicas con el narcotráfico. Gran parte de los grupos del poder, tanto privado como público (en realidad son lo mismo), aumentan sus inmensas fortunas con los flujos de dinero ilegal.

El salinismo destruyó el pacto social y el marco legal de la Constitución de 1917. La pobreza y la miseria se multiplicaron. Las oportunidades y esperanzas, para la clase media, se redujeron. Aumentaron la migración y la desigualdad, se volvieron institucionales. El paisaje de México es la decadencia. Esa es la herencia de Salinas.

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