de

del

Rafael Robles de Benito
Foto: Cuartoscuro
La Jornada Maya

Miércoles 22 de marzo, 2017


Por todas partes hay un ruido irracional, sin pies y sin cabeza. Pareciera que cada negocio ha decidido que la única manera de competir con el vecino es hacer más ruido que él. Además, están los que hacen ruido circulando: anuncian el gas, por ejemplo, o las naranjas y demás frutas del día. El pregón era un simpático gesto cultural, consagrado incluso en algunas de las canciones que nos resultan más cercanas al corazón del trópico americano. Pero lo que nos recetan hoy, centenares de altavoces, a todas horas y en todas partes, está muy lejos del pregón.

La cacofonía de músicas que dejan de serlo para convertirse en ruido ambiente, gritos desaforados que anuncian productos variopintos, fiestas y procesiones, desfiles y festivales, camiones repartidores de gas y promociones de lavados de autos, es omnipresente y permanente. Pero hace daño. No parece que nos demos cuenta de ello, y si no contribuimos al total de decibeles, tampoco parecen hacernos mella. Transitamos por nuestra cotidianeidad como si nada, como si fuese natural un ambiente donde siempre hay ruido; un ruido superior al que nuestro oído, y nuestro sistema nervioso central, podrían estar expuestos sin perjuicios.

El control del ruido urbano es de competencia municipal. Sin embargo, los ayuntamientos no parecen hacer nada para controlarlo. Por el contrario, al menos en el caso de los municipios de Yucatán, los ayuntamientos son fuentes de contaminación sonora, promueven festividades en las que parece obligado hacer mucho ruido, u organizan eventos políticos en los que parece que el éxito es directamente proporcional a los decibeles.

Por otra parte, ¿quién ha dicho a los publicistas que las ventas de un producto crecen en la medida en que quien lo anuncia logre ensordecer a sus compradores? El volumen en los cines es mayor durante los comerciales que durante las películas. En la televisión, y en la radio, también se suele incrementar el volumen durante las pausas comerciales; pero lo peor son las bocinas atronadoras que los comerciantes colocan sobre las aceras frente a sus locales. ¿De veras creen que hacer más ruido que el vecino convencerá a los transeúntes de que su producto resultará la mejor elección?

Nos estamos quedando sordos sin darnos cuenta. Señores alcaldes, por favor, tomen en serio su papel como garantes de la calidad de vida de los residentes en sus municipios, y apliquen con un mínimo de rigor – al menos – la normas de ruido vigentes. No se trata de incordiar, ni de imponer multas a todo el que exceda la emisión de decibeles permitida. Se trata más bien de insistir tozudamente en que, por lo que más quieran, le bajen al volumen.


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