de

del

Manuel Alejandro Escoffíe
Foto tomada de la web
La Jornada Maya

Viernes 3 de febrero, 2017


Durante una plática llevada a cabo después de presentar su [i]opera prima[/i] [b]“Parpados Azules”[/b] en la edición 46 del Festival de Cannes, el realizador Ernesto Contreras se refirió a ella como “una anti-comedia romántica”. Y con mucha razón. A diez años de su estreno persevera en calidad de historia de amor benignamente anti-climática. No presenta la crónica formal de un romance, sino más bien la ausencia de este; una sombra de lo que idealmente se esperaría que fuera. El fantasma de una relación.

Todo comienza cuando Marina Farfán (Cecilia Suárez), la empleada en una fábrica de uniformes, gana un pase gratis para viajar a una playa paradisíaca. El premio es para dos personas, y no tiene a nadie con quién ir. En un principio, se le ocurre invitar a su hermana, pero después de que ella intenta chantajearla sentimentalmente con el propósito de quedarse con el premio, Marina decide mejor ser acompañada por Víctor Mina (Enrique Arreola), amigo de la preparatoria a quien a duras penas recuerda. Días previos a la fecha de su partida, Marina y Víctor comienzan a salir en calidad de pareja. O mejor dicho, creen estar saliendo en calidad de pareja. Sin química o convicción de por medio, se embarcan en las actividades que la sociedad acostumbra atribuir a dos personas enamoradas: salen a almorzar, van a bailar, al cine… pero estos encuentros no hacen otra cosa más que conducirlos a los mismos resultados infructuosos. Platican pero no hay un dialogo genuino entre ellos. Se ven sin mirarse. Se oyen sin escucharse. Están pero no están. El público lo sabe pero ellos no. O tal vez lo saben, pero se rehúsan a admitirlo. Sea como sea, estas circunstancias les otorgan cierto matiz patético, y por momentos hasta trágico.

Para ejemplos basta mencionar el encuentro sexual entre ellos, mismo que transmite la perturbadora sensación de convertirlos en robots cumpliendo una mera función para la cual han sido programados. Los diálogos huecos que se lanzan el uno al otro y la sensualidad dolorosamente contenida en la fotografía de Tonatiuh Martínez, son otros de los elementos que menciono en este párrafo como tributo a la fuerza del filme para evocar la espiral de vacío e incomunicación, que amenaza tanto a la relación de Marina y Víctor como a cualquiera de las que suelen darse en el mundo moderno. Aunque a ratos entra en el peligro de caer en lo monótono, nunca deja de ser una monotonía integral a las pobres vidas interiores de los personajes.

Contreras y su hermano Carlos (a cuya autoría debemos el guión) experimentan en [b]“Parpados Azules”[/b] con la más que conocida línea argumental de [i]boy meets girl[/i] bajo una forma no inédita aunque si bastante resonante. El [i]boy[/i] y la [i]girl [/i]se conocen, pero carentes de un motivo real para conocerse, mucho menos para permanecer juntos.

[i]Mérida, Yucatán[/i]
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