Javier Vila
Foto: Fabrizio León Diez
La Jornada Maya
Miércoles 25 de enero, 2017
Casi todos hemos escuchado, al estar departiendo con amigos, que alguien dice la conocida frase “la última y nos vamos”. Sin embargo, en ocasiones terminamos tomando varias cervezas y fumando de más, situación que nos lleva a veces a tener problemas con nuestro consumo de alcohol o tabaco. También es frecuente en las recaídas, después de que alguien lleva ya un tiempo sin beber o tomar.
En el caso del alcohol, tiene efectos sobre la corteza prefrontal de nuestro cerebro, lo que produce que se alteren nuestras decisiones a mediano plazo y acabemos minimizando los riesgos y beneficios de nuestras acciones. Lo que nos hace ser más temerarios y que lleguemos a conducir en estado de ebriedad o que vayamos a lugares a los que normalmente no iríamos. Peor aún, podemos llegar a faltar a compromisos adquiridos previamente o llegar a los mismos en mal estado. Nuestra capacidad para evaluar riesgos y beneficios demorados es afectada, haciendo cada vez más difícil el decidir adecuadamente más allá de la próxima cerveza o cigarro.
El consumo de una sustancia adictiva como el alcohol (o cualquier otra sustancia legal o no), afecta directamente nuestros sentimientos placenteros, al estimular nuestro cerebro con dopamina que es una sustancia presente en nuestro sistema nervioso que regula la sensación de placer. Los primeros tragos o fumadas liberen dopamina, lo que hará que la capacidad de decidir a futuro se altere.
El aumento de la atención a los eventos que anteceden el consumo de sustancias adictivas lleva a un fuerte deseo o anhelo por la siguiente copa o cigarro, conocido como craving (La Jornada Maya, agosto 15 de 2015). Estas “ganas locas”, pueden llevar a un consumo automático en el que cada trago o fumada produce a su vez más dopamina, lo que a su vez aumenta la atención y deseo por beber o fumar. Produciendo así, una gran dedicación al consumo y búsqueda por más alcohol o tabaco en el que el consumo automático llega a ocurrir como un acto ritualizado.
La búsqueda por el siguiente bar cuando se tiene la atención y el deseo aumentados por el consumo previo de alcohol no siempre satisface a un bebedor. Ya que este consumo excesivo no siempre produce los efectos placenteros esperados, debido a que el efecto placentero de la bebida en el cuerpo sigue siendo el mismo. Mientras que por otro lado el deseo por beber ha aumentado desproporcionadamente, producido por la gran atención dada a aquellos eventos que anteceden al consumo de alcohol. Esto produce que el consumidor sienta un gran deseo por beber, pero cuando lo consigue, el consumo de alcohol no es tan placentero como él lo espera. Generándose así un mayor deseo y por tanto más consumo, pero una sensación de placer menor.
¿Es posible detener este proceso y llegar a un consumo razonado de una sustancia adictiva?
Los factores que hacen que algunas personas hagan elecciones razonables en su consumo aún no son bien conocidos. Quizá impliquen el autoconocimiento de aquellos ambientes previos al consumo que producen la atención y que pueden llevar a sentir las “ganas locas” o deseo que antecede el inicio del consumo automático, previniendo así su ocurrencia. O quizá estas personas simplemente saben que el reto no está en saber cuándo no beber, sino en conocer cuándo vale la pena hacerlo.
[i]Mérida, Yucatán[/i]
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