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Ana Marín
Foto: Alonso Marín
La Jornada Maya

Viernes 13 de enero, 2017


Son quince historias las que nos presenta Agustín Monsreal en su antología [i]Deslealtades del destino[/i] (2015); quince narraciones que sumergen al que las lee en realidades y fantasías, en desventuras y arrebatos. Es muy difícil lograr lo que el autor hizo con este compendio de relatos, los cuales fueron escritos sin pensar en aglutinarlos en un mismo libro. Más de una decena de historias ya publicadas tienen, sorpresivamente, un eje en común: el destino, pretexto afortunado para reunirlos y componer [i]Deslealtades[/i]…

Ese objeto intangible por el que los personajes sufren y viven en miseria, es casi un ser vivo, un personaje más en las narraciones. La mayor parte del tiempo, su presencia sobrepasa al del humano, e impone su autoridad sobre las patéticas figuras que el autor crea, pobres ejemplos de hombres –lastimeros, sumisos, iracundos, locos y enfermos. (Tanto en [i]Los sueños no se comen[/i] como en [i]Hermano de las serpientes[/i], el hombre es reducido a nada por ‘poderes’ inexplicables).

Los destinos de Monsreal no son amables; traicionan a los personajes y los convierten en víctimas; los atrapa en cuchillos, en asilos, en amores enfermizos; los despedaza con sus garras de gato, sus escopetas, sus noches oscuras. Son esclavos del sino, como lo fueron don Álvaro y Leonor en aquella tragedia del Duque de Rivas: la fuerza fatídica persigue a la pareja de Ana, a Ricardo, a don Federico –son muchas las maneras en las que se puede destruir la vida de un hombre y Monsreal explora algunas de ellas acompañando a los personajes hasta sus propios finales.

Destaca en sus narraciones la presencia del amor –no como la salvación del humano, sino como un impostor. Es otro motor "desleal", muchas veces causante de las desventuras propias de los personajes. Amores enfermizos que llevan al desgraciado a la locura ([i]Ella, yo y la otra[/i] [29], [i]De pronto y para siempre[/i] [51]), amores incestuosos que terminan en tragedia ([i]Estampa de familia[/i], 17), amores caducados pero que persisten en la memoria ([i]Algo quizá más triste[/i], 77). Las parejas amorosas no son pintadas con sentimentalismos, ni existen finales felices para ambas partes.

En resumen, el amor ‘monsrealeano’, erótico, es también un poder nefasto, del cual el hombre no puede oponer resistencia, pero tampoco puede sustraerse.

Y así, como las fuerzas del destino y del amor se vuelven una sola para conformar esta antología, también lo hacen el lenguaje y la poesía. Si bien la prosa del escritor yucateco es muy bien cuidada y amable con lectores tanto experimentados como novatos, no se puede dejar de notar cierto carácter lírico dentro de sus cuentos. Recordemos que Monsreal lleva la poesía en su sangre caliente, y siendo poeta además de narrador, no se puede desprender de ella (Esto puede ejemplificarse a la perfección en [i]Yo, este porvenir tan viejo[/i] [101], en donde el autor se da más libertades y deja respirar a su identidad poética). Su afición y cariño por el haikú es perceptible en sus oraciones sigilosamente formadas y en la desesperación de sus personajes; sensaciones presentadas en tríadas o hasta en cuartetos (“Inesperada, artera, incomprensiblemente, como a mis espaldas, me dio por pensar en Virginia a toda hora” [51]; “…los dos callados, adormecidos en un sueño leve, limpio, recién lavado [69]; “…el periodo de sanación es lento, trabajoso, prolongado” [26]), sin perder el tímido guiño de un poeta escondido debajo de la prosa.

La poesía inherente del autor está presente en diálogos, recuerdos y alucinaciones. El yo narrativo, guiado por la locura o por la memoria, se desprende de la realidad y del lenguaje; pierde el control de sus pensamientos y, por ende, de la coherencia en el lenguaje ([i]Color carne[/i], 59). La desgracia hace ir y venir al diálogo en [i]Lo mismo que el tigre[/i] (155), donde Lisandro habla consigo mismo, con otras personas, y con el tío Fer, en desorden y erráticamente.

Con cuentos punzantes, íntimos y llenos de misterio, en [i]Deslealtades del destino[/i] Monsreal consigue llevar al lector por las travesías de sus personajes, sin perderlo entre sus desventuras y tragedias. Y aunque a veces suele tomarse su tiempo, llevándonos por arterias y recuerdos, siempre consigue un final certero. Tiene, en su última palabra, el poder devastador de un terremoto.

[i]Mérida, Yucatán[/i]
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