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Pablo A. Cicero Alonzo
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La Jornada Maya

Lunes 9 de enero, 2017

El grupo se hacía llamar [i]voces verdes[/i]. Y, en verdad, nos reverdecían con sus versos; hacían volar mariposas con métrica y ritmo, florecer prados con metáforas. Lo formaban Roger Cicero McKinney, Jorge Rosado Torres, Alberto Cervera Espejo, Fernando Espejo Méndez y Raúl Renán González; sólo este último sobrevive.

Edificaron bellas barricadas con sus poesías, dinamitaron conciencias con sus prosas. El sobreviviente de este coro de primaveras en una ocasión escribió en un mural, como francotirador de graffiti, el título de esta columna: «Ir en contra eleva el espíritu».

Con México en llamas, este llamado a la insurrección está más vigente que nunca. Sin embargo, la rebeldía que precede a la ascensión nada tiene que ver con el saqueo en el que se redujo la indignación ante la injusticia. Mucho se ha hablado sobre el origen de la furia que se tradujo en vandalismo, que incluso se registró en Yucatán, la noche del viernes en Umán.

Los conspiranoicos sustentan sus teorías esgrimiendo el resultado de esas pobres revueltas: el repudio a los [i]gasolinazos[/i] se tornó en repudio al robo. Tal vez tengan razón, y el aumento fue el combustible —la gasolina, irónicamente— de invisibles mecanismos de desestabilización.

Hablan, incluso, de poderes fácticos internacionales, retomando el discurso con el que se aplacaron las protestas en el sesenta y ocho, la mentira que accionó los gatillos de las metrallas. Siempre es así: son ellos contra el mundo, incapaces de comprender que todo, todo lo que se siembra se cosecha.

Debajo de los adoquines, la playa, prometían los parisinos en la romántica insurrección que coincidió con la matanza de Tlatelolco. ¡Vivan las putas!, se garabateaba en las paredes de Lisboa, en la víspera de la revolución de los claveles. Las primeras chispas tienen en común el desorden, el caos, la irreverencia; son explosión, huracán, escupitajo.

Así es en la realidad y en la ficción; si hubieran tenido recursos —unos pocos pesos de más—, los anónimos protagonistas del incendio que provocó al [i]gasolinazo[/i] hubieran portado las máscaras de Guy Fawkes, que tan cool se ven en la película [i]V de Vendetta[/i]. Pero no, ahora son señalados como títeres de un plan bien orquestado que tuvo como fin erosionar al gobierno de Enrique Peña Nieto.

El presidente, recién desempacado de sus vacaciones, tuvo como primera reacción minimizar el malestar. En lugar de justificar las alzas —que ya causaban un visible escozor— se limitó a anunciar el regreso de Luis Videgaray, horas después de que Donald Trump acababa de dinamitar una millonaria inversión en México.

El flamante canciller —tal vez el único mexicano al que ha elogiado el presidente electo de Estados Unidos— reconoció entonces: «No soy diplomático, yo vine a aprender». El silencio sólo pudo soportarse unas cuantas horas más, hasta la segunda aparición pública del mandatario. Arrinconado, lanzó otra triste intervención, que igual pasará a la posteridad como una de las más desafortunadas de los últimos años: «¿Qué hubieran hecho ustedes?».

Raúl Renán, la última voz verde, fue en contra —¿qué más rebeldía que escribir poesía en un mundo como el nuestro?—. Y su espíritu se alzó, como el de sus compañeros, ya en el panteón de los escritores. En toda insurrección debe asomar un atisbo de belleza, que permita al alma ensancharse, soltar amarres, izar velas. La indignación que recorrió el país en estos días pasados fue estéril, malformada y grosera. Y por eso será olvidada pronto, sepultada en la vergüenza de quienes la promovieron y quienes la padecieron.

La rebeldía a la que instaba Raúl Renán era la que perdura, la que soporta marejadas. Como intentar abrir un periódico impreso en estos tiempos en los que la gente le cree más a los rumores que a un reportaje de investigación; en la que un [i]meme[/i] tiene mayor penetración que un artículo.

Como desempolvar la bicicleta y vencer el miedo a los verdaderos dueños de la ciudad que son los automóviles.

Como sostener que no te tragas la teoría de que los hechos violentos son producto de una conspiración mundial para desestabilizar al país… El espíritu de México se levantará si domamos esa furia que hoy queremos olvidar.

Alzados ya del suelo, esa misma inconformidad debe formar parte de nuestro día a día. El letargo duró hasta 2016 y, aunque el despertar fue abrupto, aún podemos enderezar el camino.

¡Cuántas cosas aún por protestar! ¡Cuántas todavía por luchar! No nos avergoncemos de lo que pasó, que la barbarie no se convierta en grilletes.

«Si tu forma de protestar es robando, tienes el gobierno que te mereces», dicen, machacando esa autoestima inexistente. De alguna forma tenía que expresarse la inconformidad acumulada, la furia reprimida.

La turba sólo funciona a base de pasiones. Es momento ahora de los individuos, uno por uno. Ir en contra, con argumentos y razones, dando la cara y la vida; que nuestra voz reverdezca en este invierno de opinión.

[i]Mérida, Yucatán[/i]

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