Margarita Robleda
Foto: Reuters
La Jornada Maya
Miércoles 13 de mayo, 2020
Disculpe, no le puedo llamar estimado, querido o apreciado; quizás, temido, aborrecido, mentado… coronavirus. ¿Cómo tendría que dirigirme a ud.? Porque ante el hartazgo de la falta de información confiable, trato de buscar respuestas simples como ¿hasta cuándo?, ¿cómo sabemos que ya?, ¿cuál fue su inicio y cuál será su fin?
Las potencias mayores se culpan mutuamente del inicio de la tercera guerra mundial, sin importar, si así fue, del costo de vidas de sus habitantes. A nosotros, los de a pie, sólo nos queda mirar estupefactos noticias contradictorias y números poco reales de contagiados y defunciones en esta hilera de días que pasan y se repiten en calca, como sumergidos en una especie de limbo del que nunca regresaremos a lo que fue y no sabemos lo que a partir de ahora será.
Es verdad que, si bien todos estamos en el mismo barco, las realidades de las cabinas son muy distintas. No es lo mismo tener todo, menos la posibilidad de salir y no tener ni siquiera lo elemental y tener que, corriendo riesgos, salir a buscarlo. Tampoco es igual el tamaño de los espacios, algunos con vista al mar y la falta de ellos.
Las guerras calladas afloran a la superficie y descubrimos que esa persona con la que hemos convivido tantos años es un extraño con el que, ahora, ante una nueva oportunidad, no queremos seguir compartiendo ni el apellido ni el techo. O, por el contrario, cuánto lo hemos extrañado.
Padres hartos quieren ahorcar a sus hijos; éstos lo hacen sin el conocimiento de sus mayores, con sus juegos electrónicos que sus papás les compraron para saldar culpas.
[b]No volveremos a lo mismo[/b]
La vida no volverá a ser igual. No puede serlo. Si así fuera, regresaríamos a esto que padecemos el día hoy. Porque las cosas no son gratis, son consecuencia de nuestra insaciable sed consumidora; del úselo y tírelo para competir; del aparentar en lugar de ser a costa de la naturaleza que no sabe qué hacer con tanta tantísima basura que producimos, en lugar de vivir bajo las tres R y una C: reducir, reciclar, reparar y, ¡compartir!
Estos días nos han enseñado que la felicidad no tiene que ver con las cosas. En su lugar, nos urge encontrar sentido a nuestra vida, mejorar nuestros vehículos de comunicación, regresar a la profundidad de la sencillez; ser útiles, reír, crear, disfrutar el arte, juzgar menos; amar más, mucho más.
Dejar de culparnos y de llorar por lo que sucedió, ya pasó… ¡Lo que sigue! Disfrutar lo que se tiene sin esperar lo que se tendrá, reírnos mucho más comenzando con nosotros mismos.
La actitud de algunas de nuestras autoridades que se suben a un ladrillo y se marean de poder, me invitan a dibujar con palabras esta caricatura.
Ante la pandemia mundial, el presidente municipal de Soconusco, Veracruz, prohibió terminantemente a los habitantes de la localidad morirse del coronavirus.
Éstos, muy obedientes, murieron de pena, de aburrimiento, de diarrea, de amor, flojera, de celos, de hambre, de orgullo, inercia y empacho. Ninguno, por temor a las represalias de no acatar la orden, lo hizo el fruto prohibido.
Bueno, don Corona, “nos queremos todos vivos”, ahí otro día le seguimos.
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Edición: Ana Ordaz
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